La nostalgia rusa por los congresos de partido | Opiniones | RIA Novosti
Los rusos mayores de 30 años se acuerdan aún del evento principal de
cada quinquenio de la época soviética, el congreso del partido, en el
cual se tomaban decisiones estratégicas sobre el desarrollo del país.
El último, el XXVIII congreso, fue celebrado en 1990 y llegó a ser una
evidencia de la desintegración del PCUS (Partido Comunista de la Unión
Soviética), ya que los delegados no lograron adoptar un nuevo programa
del partido y se hicieron obvias las discrepancias entre los partidarios
de reformas y conservadores.
Algunos históricos creen que si en aquel entonces el líder soviético
Mijaíl Gorbachov se hubiera decidido a transformar el PCUS radicalmente,
formando en base a esto dos organizaciones, introduciendo el
pluripartidismo, la historia se habría desarrollado de manera totalmente
diferente. Pero también hay quienes creen que así no habría logrado
otra cosa que acelerar el colapso, porque el PCUS no era un partido más,
sino que la base del Estado: dividirlo habría sido lo mismo que
descomponer el Estado.
Esto ocurrió un año más tarde, cuando ya no quedaba ninguna oportunidad
de implementar reformas en el marco del Estado existente.
Estas reflexiones vuelven a ocupar las mentes de los observadores rusos
cada cinco años, cuando las noticias de China giran en torno a los
preparativos para el congreso del partido.
Los comunistas chinos estudiaron las lecciones de la caída de la URSS
detenidamente y sacaron, entre otras, la conclusión de que es
imprescindible mantener, cueste lo que cueste, la unidad e influencia de
un partido monopolista. En Pekín no dudan que sólo así, con una
herramienta muy poderosa en las manos, se puede realizar y profundizar
cualquier reforma.
La semana pasada, en el XVIII Congreso del Partido Comunista chino
(PCCh) fue elegida la quinta generación de líderes partidistas para la
próxima década. En conformidad con una regla tácita pero nunca violada,
desde los finales del siglo pasado, los líderes del partido no pueden
ocupar sus cargos más de dos lustros.
A propósito, esto también se debe a las lecciones del pasado soviético,
así como chino. El poder ilimitado acarrea estancamiento y colapso,
pero, al mismo tiempo, no se puede permitir que la Fortuna decida sobre
el líder mediante elecciones: así al mando puede resultar un hombre no
preparado para gobernar. Como dicen chinos, así fue Gorbachov.
China goza de reputación de ser un país donde todo se desarrolla siempre
acorde a un plan elaborado para varios años con vista al futuro. Las
últimas convulsiones acontecieron hace casi un cuarto del siglo, cuando
el partido comunista aplastó las intervenciones democráticas en la plaza
de Tiananmen (lo que coincidió con el decaimiento definitivo del PCUS).
Desde entonces, aunque hubo periodos de disturbios y de fluctuación en
la línea del partido, nunca afectaron a la imagen de China como un
monolito que se mueve en una dirección determinada. La acentuada
inestabilidad en el mundo a partir de 2000 puso aun más de manifiesto
esta peculiaridad de China: cuantos más errores cometían los demás,
tanto más imponente parecía el coherente movimiento del país asiático.
Pero como todo el mundo está convencido del irreversible progreso chino,
hasta fallos insignificantes, que en el caso de otros países apenas
despertarían interés alguno, en el caso de China se toman como señal de
alarma.
Los preparativos para el congreso ordinario, que arrancó casi un mes más
tarde de lo planeado, se realizaron en un ambiente agitado debido a
varios factores. Primero, que las autoridades chinas se preocupan por
todo lo que ocurra en todo el planeta. Aunque China tiene muy poco que
ver con los países afectados por la primavera árabe (la alternación de
poder fue introducida en este país precisamente para evitar la sensación
de estancamiento), en Pekín temen que el impulso destructor pueda, en
tal o cual forma, alcanzar a China también. Además, aunque China superó
mejor que la mayoría de las economías la crisis financiera de finales
de los 2000, la opinión de que su modelo de crecimiento se ha agotado y
de la necesidad de revisar la propia base del desarrollo es muy común.
En fin, la expulsión del Partido de Bo Silay bajo diferentes excusas ha
mostrado que en el poder chino también se libra una lucha política muy
tensa. La sensación se intensificó a raíz de las recientes filtraciones
de información a la prensa norteamericana sobre las riqueza de los
líderes (la última publicación habló del premier del Consejo de Estado
de la república, Wen Jiabao), provocadas, según la opinión de algunos
observadores, desde dentro. Como resultado, aunque no se esperan
sorpresas, la atmósfera ya no infunde tanta seguridad del camino
inmutable.
La quinta generación tendrá que trabajar cuando China ya no puede
esconderse en la sombra como lo solía hacer siguiendo el consejo de Deng
Xiaoping. Pekín ya centra la atención de todo el mundo, quiera o no lo
quiera. Cada paso suyo se estudia detenidamente y se le dan numerosas
interpretaciones, en su mayoría preconcebidas, ya que el crecimiento de
China y sus extensiones da miedo, por mucho que digan los funcionarios y
propagandistas que China no piensa en ideas expansionistas -como
Occidente- y no aspira a ningún predominio mundial. No les creerán
porque Europa y EEUU están acostumbrados a atribuir a los demás su
propia manera de pensar, además siempre cabe prepararse para lo peor
para que no te cojan por sorpresa.
Esto quiere decir que China se enfrentará a una reacción del resto. Han
terminado las ventajas del sistema global centrado en EEUU que permitía
encontrarse en la sombra evitando su influencia negativa casi
totalmente, ahora todo está al revés. Y aunque el sistema de ahora está
experimentando una crisis, esto no hace más sencilla la situación de
China. El país depende de ésta demasiado, por lo cual no puede alegrarse
de su degradación, y al mismo tiempo carece de un recurso ideológico y
político-militar bastante poderoso como para ofrecer una alternativa a
este sistema.
Sería justo notar que en los últimos 20 años ya es la cuarta ola de
predicciones negativas para China. Hasta ahora las autoridades chinas
lograban hacer menos tenso el ambiente y encontrar un camino “medio” que
les llevara a un nuevo éxito. Pero es que nunca antes la crisis en
China coincidió con la erosión de toda la estructura institucional
internacional, cuando no está claro en qué se puede apoyar.
Las dificultades (sean reales o exageradas) de su vecino gigantesco le
prometen a Rusia consecuencias variadas, que en su mayoría entrañan
riesgo. Una recesión de China, de acontecer de verdad, llevará abajo
toda la economía mundial, en particular el ámbito de las materias
primas. Además, no está claro qué políticas escogerán los líderes chinos
para recompensar la falta de crecimiento necesario para la estabilidad
interna. El chovinismo es el medio probado de “narcosis” para la
sociedad. Y si China sigue creciendo como lo está haciendo ahora, el
ambiente en torno al país va a ser cada vez más tenso (tanto sus vecinos
como EEUU se pondrán más nerviosos), lo que acarreará una presión más
intensa sobre Moscú para que escoja entre una y otra partes. Pero Rusia
perderá al optar definitivamente por cualquier alternativa.
El XVIII congreso del PCCh ha mostrado que los comunistas chinos siguen
manteniendo el timón en sus manos e indudablemente no permitirán que se
repitan los acontecimientos soviéticos. Sin embargo, no está claro si
los capitanes de este enorme barco entienden en qué dirección cabe girar
este timón y qué curso escoger.
*Fiodor Lukiánov, es director de la revista Rusia en la política global,
una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos
sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de
comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con
varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro
del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de
Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la
Universidad Estatal de Moscú.
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