El búnker secreto de La Moncloa - ABC.es
La Presidencia del Gobierno cuenta con un complejo acorazado desde el que gestionar cualquier crisis que haga peligrar la seguridad del país
En nuestro recorrido diario por los temas más populares en la
blogosfera, hoy destacamos la historia de uno de los recintos más
secretos de nuestro país: el búnker del Palacio de la Moncloa.
Tal y como podemos leer en el blog «Para contar en la cena»,
lejos de haber sido diseñado durante la Guerra Fría, cuando este tipo
de instalaciones acorazadas constituían un sistema de defensa
indispensable ante la amenaza de una guerra nuclear a escala mundial, la
idea de construir un búnker en la Moncloa surgió a comienzos de los
años 80.
El
principal impulsor de la obra fue el expresidente del Gobierno Felipe
González. Su idea era disponer de un complejo que permitiese a los
miembros del ejecutivo resguardarse de una gran crisis y coordinar la
respuesta del Estado con las fuerzas armadas y demás entes
gubernamentales. En su mente rondaba el recuerdo del intento de golpe de
estado del 23-F.
Las
obras corrieron a cargo de la empresa Dragados, cuyos empleados
tuvieron que firmar todo tipo de cláusulas de confidencialidad, ya que
estas instalaciones fueron clasificadas como “secreto oficial”. Para el
personal de la Moncloa, lo que allí se construía era un aparcamiento
subterráneo.
La
construcción terminó a finales de 1991, en plena Guerra del Golfo y se
calcula que costó alrededor de 60 millones de euros, aunque se desconoce
la cifra concreta, ya que fue pagado con cargo a los fondos reservados.
La entrada a la instalación se encuentra en uno de los edificios administrativos del Palacio de la Moncloa y
está conectada con el resto de los edificios del complejo a través de
una serie de túneles subterráneos. Incluso, se ha llegado a afirmar que
sus corredores llegan hasta el palacio de la Zarzuela.
El
búnker está protegido por una capa hormigón de tres metros de espesor,
capaz de resistir un ataque nuclear. La instalación cuenta con tres
pisos y capacidad para 200 personas, que podrían resistir aisladas del
resto del mundo durante varios meses.
Por
suerte, jamás ha tenido que usarse en una catástrofe. La última vez que
sus trabajadores se encontraron en situación de alerta fue en la
Nochevieja de 1999. A causa del temor a que el “efecto 2000”
desencadenase un Apocalipsis electrónico, Francisco Álvarez Cascos,
entonces vicepresidente del Gobierno, se encerró en el búnker con un
gabinete de crisis que nunca tuvo que entrar en acción.
Tras
la falsa alarma, unos 40 funcionarios trabajan cada día en el complejo
para mantenerlo a punto para luchar contra el próximo fin del mundo.
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