20121216

La estrategia del caracol

estremecedor documento del patetismo de hispanistán

La estrategia del caracol


Todos los hombres tienen una historia, pero estos hombres que acarrean mallas con millones de caracoles hacinados en la antigua venta La Viuda, en un cruce de viejos caminos que casi nadie utiliza en Medina Sidonia, tienen la misma historia. Incluso todos van vestidos igual: con prendas del ejército, recuerdo de los buenos tiempos. "¿Por qué vais todos de militares?". Miguel exhibe su mercancía en el maletero del coche y piensa la respuesta: "Creo que vamos de camuflaje, para que no se escapen los caracoles". Sus compañeros celebran la broma. Miguel, como todos los demás, empezó de chico en el campo, cogía caracoles, espárragos y tagarninas con su padre, le llamó la patria y se lo pasó bien haciendo la mili. Cuando volvió a casa se encontró en la Costa del Sol un mar de grúas, dejó el campo y los caracoles, ganó dinero poniendo ladrillos, ayudando a soplar la burbuja. Se casó, tuvo dos hijos, se hipotecó, se compró un coche y un día le dijeron que ya no había más ladrillos que poner. Volvió a casa, volvió a coger caracoles. Fin de la historia.

En La Janda hay un ejército de gente vestida del ejército que, según amanece, se lanza al campo a por los caracoles. Se va a la antigua venta La Viuda o a una cuneta y trata de colocarlos, no con mucha fortuna, a juzgar por todas las quejas que se escuchan. Fran, por ejemplo, está hoy que trina. Ha tirado "sesenta kilos lo menos" de caracoles, cuatro días de trabajo para nada. Una semana después, se han podrido. No ha podido vender ni uno. Hace veinte años, cuenta, la venta La Viuda, llamada así en honor a la mujer que se quedó sin hombre y sacó a sus dos hijos adelante haciendo del caracol su estandarte, era una feria, una gran lonja. "Venían camiones de Sevilla a buscar la mercancía y se pujaba a viva voz. Se pujaba fuerte. Yo lo he visto de chico con uno gritando te doy 400 y otro saltaba diciendo 500. Quitaban los caracoles de las manos. A 600 pesetas el kilo he visto vender caracoles". Fran vende caracoles a 1,20 el kilo. "Y lo mismo, si me das menos, también te lo llevas. Ha llegado el moro y contra el moro no se puede competir".

No hay estadística posible para saber cuántos caracoles se consumen entre mayo y septiembre en los principales mercados: Sevilla, Córdoba, Cádiz, Valencia, Albacete y Alicante. Lo reconoce la propia Administración. Lo que sí se sabe es que el caracol marroquí , más gordo y hermoso, aunque dicen que más amargo, hace tiempo que derrotó al caracol autóctono. Lo hace, sobre todo, durante los meses fuertes, los de las ferias. "A partir de julio, cuando el caracol del moro ya viene porío, los de los almacenes vienen a buscarnos a nosotros", explica Manuel, el más veterano, 50 años cogiendo caracoles, mostrándonos una dentadura que necesitaría la visita de un presidente para una declaración de zona catastrófica.

La aventura de Marruecos empezó a principios de los ochenta y la iniciaron los propios españoles. Ahora mismo no llegan a la decena los mayoristas que importan el caracol de Marruecos. Han creado su propia red. "El morito lo coge a mano en el campo, otro moro se lo compra a unos 40 céntimos el kilo y lo lleva a unos almacenes frigoríficos. A éste es al que compra el mayorista español, que se trae los trailers para España. En su tiempo se ganaba mucho dinero con esto, había mucho margen, pero el moro no es tonto, es pesetero. Ya no hay tanto margen y hay mucha competencia. Los propios marroquíes han cogido el tranquillo y son ellos los que se alquilan sus propios camiones y se van para Levante a vender directamente sus caracoles. Las paellas valencianas se hacen con caracoles de esta gente que no tienen ni de lejos el mismo cuidado y el mismo control que los que tienen los de los mayoristas españoles". Lo explica Nicolás, que cuenta con una de las tres grandes naves que hay en Medina. En su entrada hay un gran cartelón que pone "Caracoles y espárragos de Medina", aunque él mismo nos enseña en su cámara centenares de mallas de caracoles marroquíes. "Ahora son mejores, son más grandes".

Nicolás, que se dedica a lo que el llama 'productos bravíos' del campo, compra a Paco El Cordobés, uno de esos hombres que hizo la aventura marroquí. De esta nave salen caracoles para Sevilla y Córdoba. Reconoce que "hasta que llegó el euro esto era una gran negocio. Ahora si sacas 12.000 euros al año después de haber pagado todos los gastos, ya eres rey. ¿Y qué son hoy 12.000 euros? Con todo esto de la crisis, la compra minorista se ha desplomado. Las mujeres no se gastan dos euros en una comida que es de entretenimiento, como las pipas, una comida que no llena la barriga".

La nave domina una explanada en la que habrá ocho o nueve furgonetas repletas de caracoles y otras tantas motocicletas con sus cerones. Se trata de gente desesperada. "¿Que cuánto le saco a esto? No le saco ná. El Nicolás, el Gutiérrez o el Kaká compran, no sé qué te digo, 70.000 kilos al moro con precios con los que nosotros no podemos competir", explica Rafa mientras trabaja con una zaranda como las de los buscadores de oro limpiando la tierra de su cosecha caracolera del día. Hace un cálculo. "Si cada uno de los tres comprara, por poner una cantidad, mil kilos cada uno a la gente del pueblo, 3.000 kilos entre los tres, serían tres mil euros y con eso tendríamos para llevar algo a casa durante 40 ó 50 días un buen puñado de familias". "Comen poco por aquí, con 3.000 euros..." "Aquí la gente es muy apañá. La necesidad nos ha hecho apañaos. Tú me dirás, una zona en la que la riqueza es el caracol..."

Luis, uno de los que sigue utilizando los cerones y que lleva un jersey que parece que hubiera estado de visita en la última intifada, explica que no ha sido un buen año para el caracol. ¿El motivo? "La lluvia. Ha llovido mucho y el caracol se ha quedado en lo alto de la mata. No baja a la tierra, que es donde engorda, porque se ahoga. Porque el caracol no es tonto, pero no sabe nadar. Y el caracol que es tonto se ha perdido", afirma lentamente como si el tonto fuera su interlocutor mientras él disfruta del humo de su cigarrillo liado. "Por tanto, -continúa- tenemos pocos caracoles y caracoles más pequeños. Ahora que llegan los caracoles podridos de Marruecos, vendrán a por nuestros caracoles, pero según pasa el tiempo, cuando el clima es más seco, el caracol se pega el jodío a la mata con la baba y es más difícil cogerlo. No porque se escape, no, todo lo contrario, sino porque hay que arrancarlo... al jodío. El caracol no es tonto con esos cuernos que tiene. Resultado: lo que antes te costaba una hora de trabajo, ahora te cuesta dos".

Antonio Navarro está sentado en un sillón de oficina, ergonómico, debajo de una chumbera. Lleva ahí toda la vida, en el cruce de caminos con señales que te mandan para Chiclana o Paterna, tú eliges. Un transistor le va informando de las cifras de paro. Los caracoles esperan en el saco. "¿Vendiste hoy?" "Ni uno". "¿Y ayer?" "Diez euros de caracol vendí ayer". "¿No te aburres bajo la chumbera?". Observa con nuevos ojos su oficina: la chumbera, el sillón ergonómico, la mesa de playa y el transistor. Analiza: "Mientras no me salga nada en las calles, no tengo nada que hacer. No me había planteado si me aburro o no, la verdad". Tiene dos hijos, uno con trabajo y otro sin él. En Medina 'hacer la calle' no tiene la misma connotación que, por ejemplo, en Madrid. En Medina 'hacer la calle' es estar en el plan E o cualquiera de los otros planes de empleo subsidiados. "A mí hace seis meses que no me llaman. Mientras no me llamen, aquí, con los caracoles y la chumbera..."

El hombre que aparece con un cubo azul en el bar La Gitanería, junto al barrio de Santiago de Jerez, tiene las manos como dos tanques soviéticos. Miro el cubo. Caracoles enanos se hacen los muertos junto a varias matas puestas estratégicamente a modo de engaño. Los caracoles - ya se sabe, son muy listos- no pican. "Son pequeños, ¿no?". "Caracoles de la campiña. Mira qué buen color. Los más sabrosos". "¿Cuánto vale este cubo?". "Este cubo no tiene precio". Han sido seis horas de trabajo y explica la acción como una incursión en territorio enemigo. "No veas cómo se resistían los cabrones", afirma como si fueran charlis del Vietcong. Mateo, que regenta el bar, será el que haga cuentas. "El saco sale por doce o catorce euros, depende". "¿Y qué beneficio se saca?". "No sé. A ver, yo me hago el cálculo de que cada vaso nos sale a un euro. Nosotros lo vendemos a 1,50. Son 50 céntimos de beneficio por el vaso. Y no me preguntes cuántos vasos vendemos...".

De lo que sabe Mateo es cómo preparar la perfecta olla de caracoles. "Son dos secretos: el fuego lento para que el caracol muera en la olla, y la cebolla". Asalta una duda: "Si el caracol se muere en la olla, el caracol marroquí no vale". "¿Por qué?" "Porque está congelado..." Mateo valora el enigma: "Quizá estén crionizados, como Walt Disney". "No, hombre - explica un parroquiano- se les congela justo cuando sacan los cuernos. Están congelados en el momento de su muerte".

De repente, la conversación empieza a ser horrible, ese holocausto caracolero a punto de ebullición. Recordemos que los caracoles no son tontos, pero mueren en la olla. Millones de caracoles, incalculables, buscados por miles de manos, todas aquellas que ya no colocan ladrillos. Es, sin duda, la estrategia del caracol.

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