Bla, bla, bla… señor Rajoy
Hombre de Dios. ¿Cómo pudo poner a la zorra a cuidar del gallinero? Si
es así como ventilan ustedes sus asuntos, llamémosle privados, como
escogen a sus peones, ¿son igual de torpes para defender la denostada
cosa pública? Aviados estamos si cada vez que tienen que negociar un
tratado internacional o defender los intereses de España en el
extranjero se comportan de manera tan soez, tan infantil, tan innoble y
pardilla.
Desde hace ya demasiado tiempo se ve a muchas personas de bien agotar su
paciencia. Aquellas que levantan la persiana cada día con una nutrida
familia detrás a la que mantener. Aquellas que trabajan de verdad, que
no disfrutan de ningún pesebre en el que abrevar, que soportan cada día
renovados estacazos en su dignidad y en el bolsillo a causa de las
estúpidas decisiones de los que continúan subidos en coche oficial, o
viajando en clase preferente pilotada por sus orejeras ideológicas o su
ansia recaudadora que les permita seguir cebando a sus codiciosas
mesnadas. Solo los tontos honrados utilizan la clase turista.
Aquellas que todavía tienen el lujo de trabajar y sostienen a trancas y
barrancas este país, que ya solo se pueden desahogar soltando palabras
malsonantes en las conversaciones y las tertulias con los amigos, su
única manera de demostrar su impotencia y su cabreo, hasta que consigan
ponerlos a todos ustedes en la calle y mandarlos a paseo para poder
regenerar este caduco estercolero.
Personas, profesionales y buenos trabajadores, que ya no se cortan un
pelo al llamar rufián a toda la clase política y a los banqueros sin
discriminar, pagando los escasos justos por los abundantes pecadores,
ante la desfachatez de personajes que ni siquiera se inmutan mientras
proclaman su inocencia y su virtud para poder mantener la poltrona,
seguir haciendo caja, o crear nacioncitas donde mangonear con fervor
religioso su delirante predestinación mesiánica a cambio de un tres por
ciento de comisión.
Nuestro querido presidente del Gobierno se ha vuelto a cachondear de
nosotros al escurrir el bulto mientras la prensa de todo el mundo se
pitorrea de él y de todos los españoles por su causa. No por el choriceo
en sí, sino por la manera tan burda de llevarlo a cabo. Casi todas las
democracias están más o menos podridas, todas las dictaduras apestan,
pero a nadie se le ha visto el plumero como a los zafios de aquí.
Dicen en Francia que permiten a sus políticos robar con moderación, un
escándalo que otro de vez en cuando, siempre y cuando defiendan a cambio
los intereses del gallo con tenacidad y furor.
Para Katharine Graham, la mítica propietaria del Washington Post que
destapó el caso Watergate y del casi difunto semanario Newsweek, la gran
preocupación de su marido, y de ella en sus últimos años, era ver cómo
el Gobierno estadounidense dejaba de estar supeditado a la soberanía
popular y era entregado a la causa del dinero proveniente de la
delincuencia, los grupos de presión más o menos camuflados o aquellos
que esperaban obtener un cargo con el que resarcirse de su inversión.
Allí, al menos, se sabe por ley quiénes son los paganos. Aquí los
intuimos, aunque la financiación opaca e ilegal de los partidos
políticos dificulte la tarea. Confetis, míseros sobresueldos, vacaciones
bien pagadas, ¡qué barato se vende el poder patrio! ¿Ningún cese en
lontananza?
Lo más triste de todo es contemplar cómo en un país con seis millones de
parados, con el desempleo juvenil más elevado de Europa, los
principales perjudicados ni se inmutan. Aquellos a los que entre todos, a
causa de nuestra perenne aquiescencia, les hemos secuestrado el futuro,
privado de una educación sana y sólida, de capacidad crítica y de
rebeldía juvenil.
La juventud se indignó un buen día. Tomó la calle, salió en los medios
de todo el mundo, resopló con contenido coraje para no mojarse y se
largó a casa en cuanto pudo, exhausta por el sobrehumano esfuerzo, a
tumbarse en el sofá y gozar del sueldo o el subsidio de papá, mientras
los perroflautas tomaban el relevo apenas unas horas más, no sea que se
agotaran.
A este paso deberán ser los progenitores, en el fondo los culpables por
permitir tanto desvarío, los que den la cara y se cabreen por ellos,
aunque sea en silencio. Ya no se trata solo de saber en qué ha fallado
esta democracia. ¿Acaso ha hecho algo bien los últimos treinta y ocho
años más que partir solares, repartir prebendas y sembrar ignorancia?
Se sigue destrozando tejido productivo a causa de una ideología
destructora y de una burocracia parasitaria que no hay manera de
racionalizar, manteniendo prebendas y privilegios a demasiados vagos y
maleantes con despacho oficial, a costa de atosigantes impuestos.
Algún iluminado dice que se empieza a ver la luz. Cómo puede ser eso si
no hay manera de saber de dónde saldrán seis millones de puestos de
trabajo. Ya no queda industria, esto no da para más camareros, salvo en
los ansiados putiferios del denostado Eurovegas. ¿No hay nada mejor que
promover?
Es casi imposible montar una empresa o un negocio sin desesperarse a
causa de los diecisiete mercados compartimentados, una vorágine de
leyes, licencias, reglamentos y decretos incompatibles entre sí, salvo
para los desaprensivos que babean al calor de las taifas.
De unos titulados recientes que no saben hacer la 'o' con un canuto, a
pesar de un papel enmarcado que dice que son universitarios, a causa de
la ineducación y la flojera inculcada. No encuentran trabajo, ¿de qué se
quejan si apenas se han esforzado, si nadie les ha apremiado para que
promuevan nada y se ganen digno sustento?
Los profesores de ciencias proclaman que sus disciplinas han sido
cercenadas. Los de humanidades también. La literatura constituye una
pérdida de tiempo que disminuye la productividad, los latinejos son un
atraso, la filosofía se considera ciencia diletante e inútil. La física
es dura de asimilar, la química produce hervores, las matemáticas
retortijones. La geografía es conocimiento del medio. La biología,
bichitos que pululan por ahí. La historia, falsa y local, luce boina y
refajo, llámese chapela o barretina, por otros lares dicen que
nacionales todavía más desgraciados que los parajes de aquí. ¿Qué coño
se enseña?
Desde que comenzó a gobernar, usted solo se ha preocupado de apuntalar
el pasado, la basura financiera y los privilegios de la tropa política
de ida y vuelta al oligopolio amigo, mientras protege a sus acólitos
sospechosos de prevaricación, mientras se carga la innovación, la
investigación y el crédito a las pequeñas y medianas empresas, al tejido
en verdad productivo, el único capaz de sacarnos de este atolladero.
El futuro hay que sembrarlo. Crear empleo digno lleva su tiempo. Usted
lo sigue masacrando. Su ministro de Hacienda, soberbio, imperturbable
secuaz del ladrillo que siempre abominó de la investigación y el
conocimiento obcecado por sus ruines manguitos, sigue cercenando nuestro
futuro negándose a que el poco dinero disponible sea destinado a la
causa de la educación, la innovación y el sano crecimiento. La poca
investigación de calidad que había la ha asolado, la poca inteligencia
que quedaba está emigrando a causa de su insistencia.
Señor Rajoy, lleva usted ya más de un año tomando decisiones y mirando
por el retrovisor. Apuntalando la porquería financiera y a todos
aquellos que la generaron en vez de dejar caer a cajas y corruptos, de
meter entre rejas a sus responsables, de tirar hacia delante y gobernar
con rigor y buen juicio.
¿Es usted uno de tales menesterosos? Deberá demostrar su inocencia o
dimitir. La presunción de inocencia bastante ha dado de sí. Basta ya de
encoger el hocico, de mirar hacia otro lado, de esperar que la
prosperidad vuelva sola o, lo que es peor, a pesar suyo. La corrupción,
la de sus huestes y sus oponentes, desangra este país y retrasa la
ansiada recuperación.
Siga así, buen hombre. Está usted haciendo bueno al denostado Zapatero.
El pobre era corto de luces pero, que se sepa, no trincó. A usted le
está cubriendo la penumbra mientras la sospecha revolotea.
Trabajo le espera en aclarar ambos extremos si no quiere hacer compañía
en prestigio y lozanía al Duque de Lerma, célebre maestro de corruptos,
que se estará desternillando desde su tumba al ver la torpeza de sus
sucesores en el oficio y lo poco que aprendieron de él, no en
rendimiento, pero sí en procedimiento.
Termina este cínico bla, bla, bla desesperanzado. Inútil alegato en un
solar arruinado donde la razón se la llevó el viento hace ya mucho rato.
¡Para lo que sirve en este país de caciques y de chorizos bastardos, de
trincones, de mediocres y de pazguatos!
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