20130223

Bravuconadas de los españoles (Los Tercios, la Leyenda negra y de cómo nos veían fuera)

Bravuconadas de los españoles (Los Tercios, la Leyenda negra y de cómo nos veían fuera)

El español, por su parte, come cuando se le da y se contenta con poco cuando ha de pagarlo de su bolsa. Si le sorprendéis en su comida habitual, cumple con presentárosla y rogaros la compartáis, con estas palabras: “Señor, coma de este pedazo de tocino; que juro a Dios no hay perdiz que le valga”. Pero si el condumio es a expensas de otro, comen tan bien como los franceses. También se burlan de los franceses por gastar todo en tripear y luego ir desnudos, mientras que ellos “van vestidos y ataviados como reyes”. Y, en verdad, nada tan espléndido de ver como los viejos soldados de los tercios de Nápoles, de Sicilia y de Lombardía.

Pierre de Bourdeille, Señor de Brantôm, gentilhombre y aventurero francés (1537-1614) que participó en innumerables hechos de armas, se decidió a escribir esta joya tras quedar postrado en una silla debido a una desgraciada caída de su caballo. La edición ha sido traducida y densamente comentada por Pío Moa, que traduce por Bravuconadas el término original Rodomontades que utiliza el Señor de Brantôm.

Con este término quiere referirse el autor a las fanfarronadas, bravuconadas, baladronadas, chulerías, fantasmadas y alusiones ingeniosas que mostraban los orgullosos españoles a lo largo y ancho de Europa, África y el Mediterráneo. El autor sentía una gran admiración por todo lo español, especialmente por los soldados de los Tercios, contra los que luchó y con los que tuvo mucha relación en lugares tan dispares como España, Italia, Francia, Flandes y África.

La rodomontada no tenía connotaciones negativas en aquella época, incluso se la podría asimilar al término heroicidad (de las ediciones inglesas); aunque por la diversidad de las anécdotas relatadas y como muy acertadamente comenta Pío Moa, no coincide plenamente con ningún término. Más cuando se lee la obra se acierta a comprender todo su significado. El origen semántico de la palabra “rodomontada” es una derivación conceptual de una famosa novela de caballería medieval, en la que el héroe es el caballero Rodomonte.

El libro se compone de una sucesión de anécdotas de todo tipo que el autor recopila de su memoria. Son hechos, más bien mundanos, ocurridos durante su vida (e inmediatamente anteriores, hay algunas anécdotas de El Gran Capitán). Sin quererlo, el libro se ha convertido en una obra de primer nivel y de extraordinario valor para conocer las costumbres de la época, muy apreciado por los Historiadores.

A modo de ejemplo y en un capítulo que dedica a las bravuconadas habidas entre Damas o en el cortejo amoroso, nos retrata los gustos de la época y la preferencia por las mujeres rollizas:

Digo yo que tenga tres condiciones de una viuda; que sea gorda, andadora y comedora.
[...] la mujer, tan pronto enviuda, se pone rolliza y de buen ver. Yo también he notado el fenómeno, del cual me maravillo. Pues algunas mujeres he conocido flacas, secas, extenuadas y cadavéricas en manos de sus maridos, pero, apenas viudas, se recuperaban al momento, como un caballo flaco y languideciente soltado en un buen pasto, que enseguida se repone. De suerte que vale como proverbio que quien quiera cebar a una mujer casada, la haga viuda, pues ningún pienso mejor puede darle[...]

En otro capítulo nos describe cómo prendían los motines en los Tercios Españoles, de los que advierte con admiración que eran los únicos en amotinarse tras ganar las batallas:

Veamos el modo que tienen de amotinarse, según me han contado algunos de ellos. Comienzan a quejarse unos con otros, y después hacen correr sordamente la voz: “Motín, motín”, y luego gritan muy alto: “Á fuera, á fuera los gusmanes. Apártense porque nos queremos amotinar”. Pues a los gentilhombres y gusmanes, como los llaman no los quieren recibir en su compañía; y éstos tampoco lo harían ni por todo el oro del mundo, pues quedarían deshonrados para siempre.

Al recibir el rumor, los capitanes se retiran enseguida, por no poner en peligro su vida ni su honor. Se considerarían deshonrados a perpetuidad, y serían acusados si se mezclasen en tales maquinaciones. Una vez reunida una buena tropa, eligen por jefe al más hábil y avisado entre ellos, y lo llaman “el elegido”, el cual queda obligado a aceptar sin posibilidad de renuncia, so pena de ser pasado por las armas. Hecho esto, le obedecen como a su verdadero jefe, reservándose ellos cierta libertad.

En el libro, Pío Moa incluye un magnífico estudio preliminar sobre el término rodomontade y comenta profusamente a pie de página el contexto histórico aparejado a cada anécdota para que el lector pueda comprender todo el sentido de la bravuconada.

Para los amantes de los Tercios es una obra imprescindible por la visión costumbrista y mundana de su tiempo. Para todos los demás, se trata de una obra de lectura muy amena e incluso divertida

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