20130225

El sobrecoste del silencio

El sobrecoste del silencio

El exdirector de Cacsa y de Terra Mítica, Miguel Navarro, es el último caso que ha aflorado de políticos y cargos que han sido premiados con una canonjía tras haber manejado información comprometedora

La Ciudad de las Artes y de las Ciencias (Cacsa) es, además de un icono turístico para Valencia, un vivero de sobrecostes. Más que como complejo de ocio y divulgación científica, debería proyectarse como parque temático de las vanidades y de la ciencia del sobrecoste. Porque el dinero, como la energía, ni se pierde ni se destruye; se transforma. Normalmente en billetes de 500 euros. En ese complejo de pirámides se pueden catalogar hasta cuatro versiones del sobrecoste. La del hormigón de la obra pública (unos 550 millones más de lo presupuestado) es la más evidente. Una segunda modalidad son los 42 millones de más que cobró el arquitecto Santiago Calatrava gracias a esa inflación del precio de las obras. En tercer lugar, tenemos el sobrecoste de la foto provinciana con famoso. La de Camps, Barberá y demás con el yerno del Rey no es la foto más cara para proyectar y lucir carrera política pagada con dinero público. Ese honor corresponde a Eduardo Zaplana y su posado con Julio Iglesias, por 6 millones de euros libres de impuestos. El retrato de Urdangarin con la plana mayor del PP costó dos millones a Cacsa. Y otro tanto a Turismo Valencia.

Testigo de grandes inversiones. La cuarta carga que ha tenido que asumir esta empresa pública es el precio del silencio, el sobrecoste de la «omertà». Desde 2004 tiene a su exdirector general Miguel Navarro en nómina como asesor de obras. Cobra la módica cantidad de 66.909 euros. Como el presidente Fabra. Lo cual indica que el jefe del Consell está requetebién pagado aunque no lo parezca. Como dijo un técnico en calderas de gas, «¿sabía usted cuál era el tornillo de la presión? Pues no diga que es caro». Navarro cobra por evitar que estalle la caldera. Fue el primer director general de Cacsa (hombre de Olivas y de Zaplana) y, mira por dónde, luego lo enviaron (1999-2001) a Terra Mítica, también a gestionar miles de millones de pesetas para ejecutar uno de los inventos ruinosos para las arcas públicas levantado por el expresidente en proceso de beatificación.

Aquella moción del 91. En los cartujos, el silencio va con la austeridad. En política sucede justo lo contrario. Si en la orden de los silentes políticos valencianos hubiera que elegir madre superiora ese honor habría que reservarlo a M. Sánchez Trujillo, la bailaora de Benidorm que, tras desertar del PSPV, se transfugó y convirtió a Zaplana en alcalde un 22 de noviembre de 1991. A su pareja artística, Pedro «Marti», y a ella misma no les faltó un plato de lentejas, un segundo, postre, café y puro desde ese día. Maruja cobraba 250.000 pesetas (de hace 22 años) como asesora de Cultura en la plaza de toros. Estuvo hasta 2009. Y Pedro fue a parar al área provincial de Bomberos. Para evitar incendios. Entre diputación, Ayuntamiento de Benidorm y Canal 9, donde recaló un hijo, la familia se llevó un pico.

El dios de RTVV. El área más importante de la hoy moribunda RTVV nunca ha sido el Babalà. Por eso Vicente Sanz no pidió ser jefe de programas. En 1995, en el reparto del pollo entre el PP y UV, Sanz se reservó solomillo de ternera. Como jefe de Recursos Humanos asumió el control absoluto de los contratos laborales y, luego, sumó toda la contratación de la casa. El expresidente provincial del PP de Valencia conocía todos los secretos de las cuentas y de la adjudicación de los contratos del mapa verde y sonoro de Benidorm con Zaplana de alcalde. Quien dio nombre al «caso Sanz» y al que se le atribuyó la frase «estoy en política para forrarme» „él siempre negó haberlo dicho„ fue durante tres lustros el todopoderoso señor de RTVV. Hoy espera juicio por presuntos abusos sexuales a tres empleadas de Canal 9.

Los secretos del conductor. En los noventa, el citado alcalde benidormí conoció a un camarero de una cafetería. El alcalde, un cazatalentos, se percató de que Salvador Gil era uno de esos hombres del Renacimiento mañosos para casi todo. Hicieron muchas migas. Tantas que en julio de 1995 Gil coronó su carrera colocándose al volante del coche oficial del presidente. Como todos los genios tenía dificultades para la socialización. Era un incomprendido. Se peleó casi hasta con el Guerrer de Moixent. De día y de noche se vio envuelto en alguna trifulca. Hasta el punto de ser condenado a prisión por propinarle una paliza a un joven. Zaplana tuvo que apartarlo, a finales de 1999. Con esa trayectoria, el sitio idóneo para su exilio era un destino protocolario. Por eso la Agencia Valenciana de Turismo (AVT) lo situó al frente de la «residencia de invitados ilustres de la Generalitat» en Calp, el llamado Casal d´Ifach, donde también colocaron a la esposa. Para esa canonjía se requería título de licenciado. Él era un licenciado en la calle, pero sólo tenía el graduado escolar. El TSJ declaró años después nulo el contrato denunciado por UGT.

La amnesia del banquero. El 11 de mayo de 2006, un tal Felipe Espinosa visitó el juzgado de Instrucción número 19 para declarar como testigo en el caso IVEX-Julio Iglesias. Espinosa dirigió la sucursal del Arab Bank en Valencia entre 1998 y 2000, una etapa en la que, como contó este diario en su día, se movió dinero procedente del Instituto de la Exportación desde una cuenta en esa oficina a nombre de la firma Midway International „usada para presuntamente malversar fondos públicos a través de facturas falsas por inexistentes gastos de organización de recitales del artista„ a otra cuenta secreta y numera en el suizo UBS en Nassau (Bahamas). Como sucede a veces en los exámenes, Espinosa ese día debió de tener lagunas de memoria. A los dos meses, el Consell lo nombró director general del Instituto Valenciano de la Vivienda (Ivvsa).

El testaferro mudo. En la trama Gürtel cada uno tenía asignado el papel en el que mejor rendía a «la organización», que diría el difunto Garzón. Correa tenía los contactos en las alturas y daba órdenes. Pablo Crespo, el número dos, las ejecutaba con discreción. Luis de Miguel Pérez y José Ramón Blanco Balín montaron la estructura societaria; Álvaro Pérez «El Bigotes» era el genéticamente comercial, el relaciones públicas pescador de contratos. ¿Y Antoine Sánchez, primo de Correa? ¿Qué hacía Antoine? La labor más importante. Como buen testaferro, callaba. En este caso, el silencio también lo pagaba el Consell, pero estaba privatizado. Y cotizaba a un alto precio. Porque de todos los productos del mercado político/empresarial el más caro es el silencio.

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