parecen mendigos profesionales; no buscan trabajo y huirían de él si se lo ofrecieran.. y además y por si no hubieran ya suficientes con los propios, se importan de Rumanía.. disfruten el multiculturalismo..
Un campamento bajo tierra en el centro
“Los coches pasan todo el rato [imita el sonido de los vehículos al
pasar], pero nos da igual, nosotros dormimos”. Cristi es rumano y, desde
hace algún tiempo, duerme junto a otras nueve personas en el interior
de un paso inferior de Madrid, el túnel que conecta la calle de la
Princesa con Santa Cruz de Marcenado, a 50 metros de la entrada del
hotel de cuatro estrellas Husa Princesa, en Argüelles (distrito
Moncloa-Aravaca). Un quitamiedos es la única barrera entre ellos y los
vehículos, que reducen la velocidad para tomar la curva de salida.
Han tirado cuatro colchones en el suelo. También han montado una tienda
de campaña de dos plazas. Allí, entre mantas, pasan la noche, rodeados
de los restos de envoltorios, cartones de alimentos y demás basura que
retiran con un par de escobas. Los 10 —siete hombres y tres mujeres— son
de etnia gitana, de la misma familia y proceden de Medgidia, una ciudad
de 43.000 habitantes en el sureste de Rumanía.
“Antes eran muchísimos más, han llegado a estar hasta 20 o 30. Llevan
metidos ahí meses", comenta una vecina. En realidad, este grupo de
inusuales moradores ha cambiado, aunque ella no se haya dado cuenta. Los
que hay ahora no son los mismos que entonces. El SAMUR Social, para
quienes son ya conocidos, lo confirma. “En principio en el lugar se
habían asentado un grupo de búlgaros de etnia gitana, aunque ahora son
rumanos”, explica Darío Pérez, jefe del servicio de atención municipal a
las emergencias sociales. “Es un comportamiento que se repite. Viene
un grupo, gana dinero y se marcha. Luego vienen otros de la misma
región de Rumanía. En ocasiones, los que regresan cuidan en su país a
los hijos de los que vienen”. En cualquier caso, no forman parte de ninguna mafia, según Pérez. “Lo hemos comprobado. No son una mafia en el sentido que uno podría imaginar, lo que sí ocurre es que están organizados”.
Angélica, una de las chicas del grupo, cuenta con los dedos de las manos
el número de años que tiene, 17 o 18, no lo sabe con claridad. Tiene
tres hijos que ha dejado en su país, de cuatro y tres años los dos
primeros y de tres meses el más pequeño. “Para ellos trabajamos, si no
se nos morirían de hambre”, cuenta. “Qué haríamos si no. Mi marido tendría que robar…
no puede. Mejor venimos a este país e intentamos hacer algo de dinero
para que nuestros niños coman”. Cristi, el único que chapurrea algo de
español, explica que envía a Rumanía todo el dinero que gana. Para sus
hijos.
En Madrid hay alrededor de 1.800 sin techo de los que entre 500 y 600
duermen en la calle, según datos del Ayuntamiento correspondientes al
mes de abril del año pasado. Pero el perfil de los que duermen en este
túnel es distinto al habitual. “Son indigentes que se ganaban la vida mendigando en su país, pero allí ganan menos que pidiendo aquí”, cuenta Pérez.
Todas las mañanas salen a pedir dinero y no vuelven al túnel hasta que
ha anochecido. Se colocan en la puerta de El Corte Inglés de Argüelles,
en la boca de metro y en los semáforos. También hurgan en los
contenedores, como los que hay a un lado de la salida del túnel, a unos
metros del albergue juvenil que el Gobierno regional tiene en esa calle,
junto a la Escuela Técnica Superior de Ingeniería y el Instituto de
Investigación Tecnológica, ambos de la Universidad Pontificia de Comillas.
Se sacan lo que pueden vendiendo papel, cartón y chatarra. “Lo vendemos
en la chatarrería. Cinco euros el kilo… cinco céntimos el gramo… el
kilo, el gramo, lo que sea”, cuenta Cristi, confundido. El precio medio
que se paga ahora por un kilogramo de chatarra es de unos 25 céntimos,
según la página de internet preciochatarra.net, que actualiza la cifra
cada semana.
Los servicios sociales hablaron con ellos por primera vez el 3 de abril
del año pasado. Ahora acuden allí una vez cada 15 días, pero como se
producen los relevos tienen que volver a empezar desde cero con ellos. “Les hemos ofrecido repetidas veces recursos de acogida, pero ellos no quieren. Se excusan en la barrera idiomática”,
explica Pérez. La mendicidad, la chatarra, la economía marginal que
practican les resulta más rentable que unirse a un programa de
inserción. Si acampar en un espacio público es ilegal, no existe ninguna
ordenanza que prohíba la mendicidad. “No se les puede obligar a aceptar
la ayuda”, comenta. La policía ha acudido muchas veces, algunas con el
SAMUR Social y otras en solitario, pero no pueden hacer otra cosa más
que desalojarles. “El problema es que media hora después están otra vez
allí”.
Los vecinos están hartos de la situación. “Cuando bajamos la basura
abren las bolsas para rebuscar por la comida y lo dejan todo perdido”,
explica un vecino que ha sacado a pasear a su perro. “Hacen sus
necesidades en las zonas ajardinadas y luego vienen los perros y se las
comen”. El principal problema, no obstante, es el peligro para la
circulación. Los conductores que no están prevenidos se quedan mirando
el improvisado asentamiento por lo que, temen los vecinos, puede
ocurrir un accidente. “Además, encienden una hoguera. Hacen fuego dentro
para cocinar. Imagínate el peligro: viene un coche perdiendo gasolina y
puede haber una tragedia”.
Mehmet, otro miembro del grupo, de 20 años y padre de dos niños que le esperan en Rumanía, hace una mueca con la cara. “Qué voy a hacer”, dice mientras imita el gesto de mendigar con la mano. Cada día saca dos o tres euros pidiendo. “Eso no es nada. Somos muy pobres”, explica mientras se encoge de hombros.
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