20130430

La ruta 'viciosa' del boom inmobiliario pierde fuelle sin los ladrilleros

La ruta 'viciosa' del boom inmobiliario pierde fuelle sin los ladrilleros

Eran fáciles de reconocer. Hace un tiempo no muy lejano, los principales ladrilleros del mercado alternaban en conocidos templos gastronómicos y de ocio de la capital al tiempo que cerraban operaciones millonarias. Eran épocas de pago al contado, con billetes de gran factura y propinas bien generosas, mientras los coches de gran cilindrada con chófer impoluto esperaban a la puerta de los establecimientos aparcados en doble fila.

Normalmente, esta ruta de trabajo y ocio a partes iguales comenzaba a media mañana en la cafetería Embassy, un lugar de encuentro algo demodé en pleno Paseo de la Castellana. Lugar frecuente para tomar café y pastas por el público femenino del barrio, los prohombres del ladrillo se daban cita a partir de media mañana en este templo para despachar con asesores e intermediarios al tiempo que llegaba la hora del primer aperitivo de la jornada.

No muy lejos, a un par de manzanas a pie, uno de los restaurantes habituales que elegía el star system del ladrillo para comer era El Lago de Sanabria. Ubicado en la Calle de Ayala, entre los ejes capitalinos que marcan Serrano y Velázquez, este rincón de comida tradicional, con un pequeño salón y mucha afluencia de público en hora punta, ha sido siempre un lugar de encuentro para financieros y abogados con despacho en el centro de Madrid.

Después de almuerzos copiosos, siempre con varios platos de caza en la carta, la sobremesa solía extenderse al Simposium, un bar de copas con decoración de estilo británica emplazado en la Calle de Castelló. A este punto, las conversaciones de trabajo, con operaciones millonarias en juego, habían dado paso a charlas informales sobre asuntos más personales, momento en el que habitualmente tocaba confraternizar con la otra parte.

En esa época de vino y rosas, las jornadas de trabajo bien podían llegar hasta primera hora de la noche. Las operaciones se cerraban con apretón de manos mientras el gin tonic aguardaba en la otra su turno o mientras se discutía la finca de caza donde se volverían a ver todos ese fin de semana. Para esa última ronda de destilados, uno de los enclaves frecuente era Las Bridas, un bar clásico de la Calle de José Abascal, próximo a ofertas de ocio más reservadas.

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