- Las tiendas de productos importados se convierten en supermercados convencionales y un gran número de locutorios ha tenido que cerrar
- El retorno de extranjeros a sus países cambia la fisionomía de un barrio que ha sido en las últimas décadas el corazón de la multiculturalidad
«Mi hermano ha tenido que volver a Pakistán, y a mí me va muy mal el
negocio», cuenta Ejuz Ahmed, propietario de una tienda de alimentación
en Ruzafa. «Yo conozco a varias personas con el billete de avión
comprado para irse, sólo el de ida», añade David, ciudadano boliviano.
El barrio de Ruzafa, enclave multicultural por excelencia de la ciudad
de Valencia, sufre cada vez más historias como ésta, también presentes
en toda la Comunitat. «Se han ido entre un 15 y un 20 por ciento»,
estima el portavoz de la asociación de vecinos del barrio, Giovanni
Donini, por la menor afluencia de extranjeros a las donaciones de
alimentos de la entidad.
Según el Instituto
Nacional de Estadística, la Comunitat perdió habitantes por primera vez
en 17 años el pasado 2012, un hecho principalmente motivado por «el
éxodo de personas extranjeras». El fenómeno tiene más incidencia en
barrios con mayor presencia de población foránea, como el de Ruzafa,
donde viven 4.621, según el último padrón municipal, del pasado 2012. En
2009 eran 5.015 los extranjeros residentes en el lugar.
«Suelen
ser personas que, generalmente, ejercían trabajos en el campo, la
hostelería, el servicio doméstico o la construcción que no querían
ocupar los españoles. Pero ahora con la crisis los están supliendo los
habitantes de aquí». Éste es el resumen de la situación que realiza Neus
Fàbregas desde la asociación Jarit, entidad que opera en Ruzafa con el
fin último de proporcionar «herramientas para la convivencia entre las
diferentes culturas».
Nada como un paseo por las
calles del barrio para ponerle rostro a las cifras que alertan de la
marcha de la tradicional población inmigrante de Ruzafa. El primer
aspecto que llama la atención es el alto número de locutorios que han
cerrado o están cerca de hacerlo. Hasta la fecha, la notable presencia
de comercios dedicados a las llamadas internacionales evidenciaban la fuerza intercultural de la zona. Ahora, todos los testimonios indican que la población extranjera disminuye.
Un
buen ejemplo se encuentra en la calle Pintor Salvador Abril. En la
esquina con Arzobispo Melo, los albañiles se encargan de darle un nuevo
uso al otrora bullicioso locutorio al que acudía la población foránea
para hablar con sus familias. «Les iba muy mal. Cada vez tenían menos
clientela y al final tuvieron que cerrar», comenta un vecino de la
calle. «La marcha de tanta gente a su país les pasó mucha factura»,
apunta otro.
Cerca del lugar, en el chaflán que une
las calles Luis de Santángel y Pedro tercero el Grande, de nuevo la
persiana echada nos indica el triste final de otro locutorio. «Cerró
hace un año», informan el bar de al lado, donde aseguran que el
propietario aguantó hasta que el negocio le produjo pérdidas. Justo
enfrente, los propietarios de una tienda de alimentación latinoamericana
coinciden en que fue «la falta de clientela» la que les obligó a echar
el cierre. «Les pasaba como a nosotros, que no hay trabajo y entonces no
hay venta. La cosa está muy difícil», cuenta.
Los
que todavía le hacen frente a la crisis no atraviesan una situación
mucho mejor. «Entre la crisis y la gente que se va nos estamos quedando
sin negocio», confiesa la dependienta de un locutorio de la calle Sueca.
Tampoco el locutorio de Gull pasa por un buen momento. La situación del
comercio de este ciudadano pakistaní que reside en Ruzafa dista mucho
de la que vivía hace unos años. «Gano un 75 por ciento menos. La gente
se está volviendo a su país o está aquí pero no trabaja, y si no trabaja
no tiene dinero para llamar por teléfono porque lo primero es comer»,
comenta el gerente de este negocio de la calle Denia. «Estamos
aguantando hasta que nos toque cerrar», concluye.
La
historia se repite en cualquier negocio de este tipo que se visite. El
también frecuentado locutorio que antes operaba en la calle Literato
Azorín, aún luce el cartel invitando a llamar por teléfono y a enviar
dinero a otras naciones. El local está abierto, pero para los obreros
contratados por los nuevos propietarios, que lo están convirtiendo en un
kebab. «El negocio iba fatal. Los inmigrantes se están marchando y,
además, cada vez son más baratas las llamadas internacionales a través
del teléfono móvil», relata este residente de origen asiático.
Los
supermercados étnicos también son un buen indicador de cómo ha
evolucionado la inmigración en Ruzafa. Cuando la llegada de personas
extranjeras al barrio era constante, su presencia se disparó. Pero ahora
sufren la marcha de sus mejores clientes o han de reorientar sus
comercios. En la calle San Valero, Ejuz Ahmed regenta un ultramarinos
cuyo cartel anuncia alimentación procedente de «Pakistán, India y
Sudamérica». Pero en el interior, su mercancía poco dista de la de
cualquier otro supermercado. «Ya no se venden productos importados.
Antes los vendía mucho, pero ahora trabajo sólo el cinco por ciento de
lo que trabajaba hace seis o siete años», lamenta. Este vecino de
Ruzafa, Natural de Pakistán, tampoco ve clara la continuidad de la
tienda. «Ahora mismo estoy trabajando catorce horas al día y sólo me
llega para comer», indica.
En 'Productos Agapito
Latinos', el puesto del mercado de David, ciudadano boliviano, sucede
tres cuartos de lo mismo. «La gente se está marchando. Yo mismo conozco a
varias personas que están a punto de irse. Los inmigrantes se van día a
día de aquí», declara. Según explica, el regreso de sus paisanos se ha
traducido en una caída de las ventas «de entre el 30 y el 40 por ciento
en sólo un año».
Sólo la opinión de algunos vecinos
dista de la general. «Yo, en mi entorno, no he notado nada. Todas las
personas de mi país que conozco en la zona se han quedado a pesar de la
crisis», comenta Vanessa, ciudadana italiana al mando de una pizzería.
«Los clientes nos comentan que tienen que irse, pero a nosotros no nos
ha afectado tanto como a los demás», indica la dependienta de una tienda
de productos procedentes de China.
Para el
sociólogo de la Universitat de València Francesc Torres, cuya tesis
doctoral abordó la incorporación de las personas inmigrantes a la
ciudad, y, en particular, a Ruzafa, son tres los principales cambios que
ha sufrido el barrio desde 1990. Torres explica que se ha producido un
proceso de «centrificación» por el que Ruzafa se ha adherido al centro
de la capital, «aumentando su nivel adquisitivo e incorporando una
potente presencia cultural y artística». En segundo lugar, «la
reurbanización de las calles y la mayor amplitud de la acera ha
supuesto la marcha de los comerciantes chinos y árabes que trabajaban al
por mayor». El tercer factor, a juicio del profesor, es la propia
marcha de parte de la población inmigrante.
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