Italia en el “negocio” del avión de combate F-35
En 1994, el Pentágono inicia el programa destinado a la concepción de un
avión de combate polivalente, el actual proyecto JSF. El aparato debía
fabricarse rápidamente, en grandes cantidades y a bajo costo. Veinte
años más tarde el JSF no ha rebasado la categoría de proyecto, los
pedidos se han reducido y este aparato se ha convertido en el avión más
caro de la Historia. A fin de cuentas, el único logro de ese proyecto ha
sido el cierre de la industria de la defensa aérea a los demás países
miembros de la OTAN, dejando ese sector bajo el monopolio de Estados
Unidos. Italia estudia ahora la posibilidad de retirarse de ese absurdo
programa.
El F-35 incluye tres proyectos que son variantes del mismo avión de
combate: el F-35A, de despegue y aterrizaje convencional; el F-35B, de
despegue corto y aterrizaje vertical; y el F-35C, de despegue adaptable.
El 30 de mayo de 2002, hace ya 11 años, ya exponíamos en qué situación
se estaba metiendo Italia al incorporarse al programa del Joint Strike
Fighter (JSF), el avión de combate construido por la firma
[estadounidense] Lockheed Martin (posteriormente rebautizado como F-35
Lightning porque «como el relámpago, golpea al enemigo con una fuerza
destructiva inesperada»). El día anterior se había anunciado la entrada
de una de las principales industrias aeroespaciales italianas al
programa JSF y se habían cantado grandes loas sobre las ventajas que
ello implicaría en términos de empleo y ganancias.
Ya entonces era evidente que, en un sector de alta tecnología como la
industria aeroespacial, el aumento de la cantidad de puestos de trabajo
tenía que ser muy limitado y que el dinero que reportaran los contratos
iría a las arcas de las empresas privadas, mientras que el dinero
destinado a la compra del avión de combate saldría de los fondos
públicos. O sea, ya en aquel momento era totalmente previsible que el
nuevo avión de combate iba a costar mucho más que lo previsto y que
habría que agregar a ese costo el de un centenar de Eurofighter Typhoon
que Italia ya se había comprometido a comprar.
Pero la decisión política ya estaba tomada. El gobierno de
centroizquierda de D’Alema ya había firmado, el 23 de diciembre de 1998,
el primer memorándum del acuerdo de participación de Italia en el
programa JSF. En un estilo perfectamente bipartidista, el honor del
segundo lugar le tocó al gobierno de centroderecha de Berlusconi: fue el
almirante Di Paola quien firmó, el 24 de junio de 2002 y en su
condición de director nacional del armamento, el acuerdo que comprometía
Italia a participar en el programa como socio de segunda categoría. En
2007, el gobierno de centroizquierda de Prodi perfeccionó el acuerdo. Y
en 2009 un nuevo gobierno de Berlusconi decidió la compra de 131
ejemplares del avión de combate. Sin embargo, hay que decir –en honor a
la verdad– que la decisión ya había sido tomada anteriormente por el
gobierno de Prodi.
En 2012, para demostrar que ante la crisis todo el mundo tiene que
apretarse el cinturón, el gobierno de Monti decidió «recalibrar» la
compra de los F-35, reduciéndola de 131 a 90 unidades. La misma
coalición bipartidista, que ya había aprobado la adquisición del avión
de combate sin saber ni siquiera cuánto iba a costar, se felicitó del
ahorro que aquello significaba, a pesar de que el ahorro tampoco era
cuantificable ya que el costo real del aparato está por las nubes.
En el presupuesto 2013 del Pentágono se prevé un precio de 137 millones
de dólares por cada ejemplar de este avión. Pero ese es el precio del
avión «desnudo», o sea ¡sin motor ni equipamiento electrónico! Como el
propio Pentágono reconoce, en 11 años el costo del programa F-35 aumentó
como promedio en 40 millones de dólares diarios. Y los aumentos se
deben sobre todo a continuos problemas técnicos: se ha descubierto, por
ejemplo, que el «relámpago» de Lockheed Martin es vulnerable a los rayos
y la solución de ese inconveniente exigirá un importante gasto
adicional.
Italia quiere comprar, además de los 60 F-35 de despegue convencional,
otros 30 de despegue corto y aterrizaje vertical, que son más costosos.
Pero también hay que tener en cuenta que mantener operativos 90 F-35
costará 1 500 millones de dólares al año. Y habrá que desembolsar varios
miles de millones más para la necesaria modernización de esos aparatos y
para equiparlos con armas cada vez más sofisticadas. Sin hablar de lo
que costaría, en términos económicos, la utilización de los F-35 en una
acción de guerra como la que se desató en 2011 contra Libia. O sea,
mantenerse en ese programa significa firmar un cheque en blanco.
Pero no se trata de un cheque en términos únicamente financieros. Las
más de 20 firmas industriales [italianas] implicadas –Alenia
Aeronautica, Galileo Avionica, Datamat y Otomelara de Finmeccanica, y
tantas otras, como Piaggio– se convierten así en departamentos de la
«gran fábrica» del F-35… que está en Estados Unidos y que incluye 1 400
proveedores en 46 Estados. Y todo eso, bajo la dirección de Lockheed
Martin, que sólo concede a cada industria el know how de las partes del
avión que ella produce. Por ejemplo: a Alenia Aermacchi [sólo le concede
el know how necesario] para producir las alas en las fábricas de Foggia
(en la región de Apulia), de Nola (en Nápoles) y de Cameri (en Novara).
El know how total, sobre todo en lo tocante al programa informático que
utiliza este avión de combate, se mantiene bajo control exclusivo de
Lockheed. Así que las industrias italianas no harán otra cosa que ayudar
a fortalecer el predominio de la industria aeroespacial de Estados
Unidos.
Los pilotos y técnicos del F-35 se formarán en Estados Unidos y
dependerán por lo tanto de la US Air Force más que de la aeronáutica
italiana. Además, los F-35 «italianos» estarán incorporados al sistema
C4 (Comando, Control, Comunicación, Computadoras) Estados Unidos/OTAN,
con lo cual quedarán de hecho integrados a la cadena de mando del
Pentágono. Y será este último quien decidirá su utilización en una
guerra y les asignará las misiones que tendrán que cumplir. Es
importante recordar aquí que las 70 o 90 bombas nucleares
estadounidenses, almacenadas en Aviano y Ghedi-Torre, serán
transformadas en nuevas bombas nucleares con sistema de precisión,
adaptadas especialmente para los nuevos aviones de combate F-35.
Con su participación en el programa F-35, Italia acentúa su relación de
dependencia con la potencia estadounidense, con sus intereses y sus
políticas de guerra. Sacar a Italia del programa representaría no sólo
un ahorro de miles de millones, que pudieran invertirse en sectores
civiles creadores de verdadero empleo y de condiciones de vida más
favorables, sino que sería una forma de demostrar, no sólo con palabras
sino con hechos, que nuestra Constitución sigue vigente.
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