20130829

Liposucción legislativa

después de la hipertrofia legislativa que padecen en hispanistán, algunos se preguntan si no será ya suficiente..


Liposucción legislativa

Tras el verano suele venir el arrepentimiento por los excesos gastronómicos acompañado de promesas y planes de aligerar peso. Sería bueno que idénticos deseos se encaminasen a aliviar el lastre tanto de nuestro Ordenamiento Jurídico como de nuestra burocracia política,” inmensos y ondulantes”(parafraseando a W.Whitman).

Viene al caso por la recentísima entrevista de La Nueva España al cantante Miguel Bosé que colocaba como titular la siguiente afirmación: “Aquí se tiene que legislar todo”. Aunque la primera impresión del lector es la queja liberal por el abuso intervencionista del legislador, lo cierto es que la respuesta completa del artista plasma justamente lo contrario, el hastío por la pasividad del legislador, cuando dice: “ Todo pasa por la voluntad política: aquí se tiene que legislar todo, absolutamente todo. Mientras esto no se haga, habrá barra libre, en la cultura y en todo”.

Mas allá de lo pintoresco de que un artista paladín de libertades, reivindique cadenas normativas para la sociedad, creo que viene al caso el conocido refrán “ni tanto, ni tan calvo” pues no es tema de cantidad sino de calidad.

1. No es fácil. La calidad de una ley es juzgada por cada españolito según su propia experiencia e intereses. Una ley que expropia una casa para hacer una carretera le parecerá pésima al expropiado y buenísima para los conductores. Una ley tributaria será “buena o mala” para sus destinatarios según le afecte a su propio bolsillo. Y así la lotería legislativa a unos premia y a otros castiga. Y si hay leyes de bondad incuestionable en el fin (vida o seguridad en el tráfico, por ejemplo) son puestas en entredicho en cuanto al concreto medio para tutelarlo ( prohibiciones, autorizaciones, sanciones o penas, etc).

2. Coloquialmente podemos calificar una ley de “buena” si cuenta con la legitimidad que ofrece su aprobación por los parlamentarios democráticamente elegidos, pero no hay que santificar todo lo que vuelve arropado en mayorías políticas.

En primer lugar, los parlamentarios (como los jueces o los funcionarios) no son infalibles y el exceso de celo, la ignorancia, la imprudencia o el imprevisible futuro pueden revelar monstruos legislativos.

En segundo lugar, fruto del principio representativo y del debate parlamentario suelen introducirse enmiendas o transacciones queconvierten la Ley finalmente publicada en el BOE en un Frankemstein de jirones normativos y tambaleante.

Pero lo auténticamente preocupante tiene lugar cuando los parlamentarios eluden regular aquello que afecta a sus propios intereses o de los partidos, y para no tirarse piedras contra el propio tejado, se conciertan “pactos en la sombra” con la complicidad de casi todo el arco político.

Tres ejemplos bastan. El primero, la regulación del sistema electoral que permanece congelada. Los dos partidos políticos mayoritarios saben que el turnismo es una opción cómoda y jamás cambiarán el sistema electoral no sea que pierdan la medalla de plata.

Asimismo, los partidos políticos saben que disfrutarán mayor campo de maniobra cuanto menores sean las exigencias de transparencia y control de su actuación. Una asamblea de lobos jamás acordaría recortarse los colmillos o exhibir sus presas a los demás.

Finalmente, los partidos políticos cuentan en sus filas con infinidad de “veteranos de guerra” que tienen que recolocar, lo que explica la subsistencia de “cementerios políticos” como el Senado, los Consejos Económicos y Sociales, o las instituciones-sidecar, donde junto a valiosos personajes se suben algunos parásitos que, como la película de Oficial o Caballero (1982) gritarían aquello de “¡no tengo a donde ir!”, caso del Consejo de Estado, los Consejos consultivos autonómicos, Tribunal de Cuentas y Sindicaturas, Diputaciones Provinciales, parlamentos autonómicos y muchos más.

3. En resumidas cuentas se impone, por un lado, poner freno y marcha atrás en las leyes estatales y autonómicas, legislar menos y mejor, e incluso derogar leyes aprobadas en tiempos de vacas gordas. Y por otro lado, como las vacunas (lo que te mata, puede curarte), habrá que aprobar algunas leyes ( o reformas constitucionales o de Estatutos) sobre nuestro diseño del poder público para producir menos leyes, menos gobiernos y menos gobernantes; o sea, mayor libertad, menor burocracia política y menores costes.

La piedra de toque será la inminente Ley de Transparencia, que acaba de pasar por el Congreso, y cuya lectura demostrará si el parlamento ha tenido la valentía de reconocer el derecho ciudadano a la información real e inmediata sobre todo el poder público y todas sus aventuras, o si por el contrario, nos encontraremos con una nueva ley de papel para hacer papiroflexia.

4. No es aceptable que España cuente con mas políticos por despacho cuadrado que Washington y que su caótica labor nos ha llevado en la última década a la consolidación de un dantesco panorama urbanístico, notorios escándalos de corrupción, a las ocurrencias de pasados gobiernos sobre subvenciones a troche y moche o del actual con la imposición de tasas como peaje para obtener justicia, sin olvidar la errática política de extranjería o los graves desequibrios territoriales, particularmente en los servicios sanitarios y asistenciales que, digámoslo claro, no resultan imputables a una sola fuerza política sino como dice el dicho popular “entre todos la mataron y ella sola se murió”.

5. Urge. Quizás nuestros parlamentarios necesitarían alguien como el enérgico chef Chicote para combatir la “Pesadilla en el parlamento” pues el ciudadano que al inicio de la democracia padecía hambre de leyes, puede morir ahora de indigestión, con el agravante de que el cocinero no pone orden en la propia cocina ni da ejemplo de pulcritud, e incluso quizás hasta la saquea.

Nota: El contenido de este post fue sustancialmente publicado en el El Diario de La Nueva España del pasado Domingo, día 25 de Agosto de 2013.

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