20130929

Ratoncitos de Bolonia

Ratoncitos de Bolonia

José Carlos Bermejo Barrera

Si el fin de la educación fuese que, tras largos años de dedicación y duro esfuerzo, los alumnos alcanzasen el nivel de estupidez de la mayor parte de sus profesores, entonces la maquinación de Bolonia lleva camino de convertirse en un rotundo éxito. El término maquinación no es gratuito, pues nunca existió un Tratado de Bolonia que obligase a hacer nada concreto en las formas de enseñar u organizar los estudios, más allá de establecer un mero cómputo de créditos. Xosé Luís Barreiro Barreiro (Xosé Luís Barreiro Barreiro: O Proceso de Boloña:) ha narrado este sinsentido nunca arropado por ningún documento que obligase a convertir la enseñanza universitaria en una mera prolongación de la enseñanza secundaria ni a establecer como objetivo prioritario la domesticación y uniformización de las mentes del alumnado, anulando toda su capacidad de iniciativa.

Sin ningún apoyo legal ni ningún acuerdo institucional global, la pedagogía más roma de orientación conductista ha conseguido apoderarse de toda la Universidad gracias a su apisonadora verbal del juego de las competencias y habilidades. Sostenían los psicólogos conductistas que no existen los estados internos, que para estudiar científicamente a las personas lo que estas piensen, sus ideas, sus intenciones y sus representaciones mentales no tienen ningún valor, debiendo medir solo la conducta. Los héroes de estos psicólogos fueron sus ratas de laboratorio, avezadas estudiantes que aprendían a conseguir el queso recorriendo un laberinto, recibiendo muchas veces pequeños calambrazos didácticos.

Toda la educación en España, desde el nivel infantil al doctorado, está diseñada a partir del sistema de las competencias y las habilidades. Se trata de conseguir que los sujetos aprendan a hacer algo y a hacerlo de la manera adecuada, ya sea una figura de plastilina, una tesis doctoral o conseguir un trozo de queso en un laboratorio. Por eso las guías docentes, obras maestras de la palabrería pedagógica, son prácticamente iguales desde la enseñanza secundaria hasta los niveles más elevados de la enseñanza universitaria.

Hay dos clases de conocimiento y aprendizaje, el tácito y el implícito. La mayor parte de nuestra educación y de nuestros conocimientos se adquieren de modo tácito. Así aprenden a hablar los niños y así se aprende a ser un científico tras años de trabajo en un laboratorio, en los cuales la capacidad de experimentar y descubrir se va consiguiendo con la experiencia. De la misma manera, los médicos aprenden a diagnosticar enfermos tras ver a miles de ellos, aunque previamente se hayan tenido que estudiar sus asignaturas. Decía el general Eisenhower que lo único que le pedía a un oficial era capacidad de iniciativa, pues la guerra, y con ella la economía, y toda la vida social y política, es básicamente el arte de buscar soluciones a situaciones nuevas no previstas. En la Universidad española, asfixiada de guías, evaluaciones y documentos cubiertos hasta la saciedad por profesores y funcionarios, que manejan sesenta y nueve competencias para hacer un plan de estudios, aunque sean las mismas en cualquier materia, no hay lugar para la innovación docente ni investigadora, pues todo hay que hacerlo siempre igual, de la misma manera, sin cambiar nunca el guion establecido ni salirse de la casilla, como la rata del laberinto.

Tras cuatro años de éxito de los maquinadores de Bolonia, es un clamor bastante unánime en las ciencias, en las ciencias sociales y en las humanidades que la enseñanza se ha degradado. Hemos conseguido que los alumnos no quieran leer ningún libro, porque muchos de sus profesores se lo inculcaron; que los libros de texto indispensables sean sustituidos por guiones de apuntes; que se pierda la capacidad de seguir un relato complejo, una argumentación o incluso de ver una película relativamente larga. Todo se expone de la misma manera, con una sintaxis cada vez más pobre, aplicando clichés y convirtiendo el PowerPoint, un programa de ordenador creado para hacer presentaciones publicitarias, en el modelo máximo de creatividad intelectual. Gracias a esto, se está consiguiendo fabricar en cadena titulados que no podrán desarrollar su actividad ni en el mercado ni en ningún otro campo. Por si fuera poco, y como lo único que importó fue universalizar el cliché pedagógico vacío, se hicieron los planes de estudio sin pies ni cabeza. Los grados de tres años, previos a las licenciaturas que son los másteres, se convirtieron en grados de cuatro, en los que los alumnos acaban por hacer un supuesto trabajo de investigación, juzgado por un tribunal como si fuese una tesis doctoral en miniatura, a la vez que pueden hacer prácticas en empresas para lograr un título que legalmente no capacita ni para trabajar ni para investigar, pues es previo al título de verdad, que es el máster. Un máster de corta y pega, eso sí, construido con el mismo modelo pedagógico y las mismas guías docentes que el resto del sistema.

¿Puede alguien que no sea un pedagogo o psicólogo cuyos únicos contertulios sean los ratones creer que en el futuro los abogados presentarán sus alegatos en PowerPoint y los jueces harán sentencias de colorines? ¿Puede alguien creer que para innovar en la ciencia haya que seguir siempre un guion que solo permite descubrir lo que ya se sabe, ya que todo está programado? Sí, los maquinadores de Bolonia.

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