El caso del plan Cerdá
La hermosura y el interés de Barcelona son bien conocidos en todo el
mundo, entre otras razones por su alta calidad urbanística, debida en
buena medida, a que una gran parte de la ciudad se desarrolló
ordenadamente, de acuerdo con un grandioso Plan de Ensanche. Este la
proporcionó su conocida, atractiva y peculiar configuración, con sus
grandes manzanas cuadradas de esquinas achaflanadas, formando plazas
octogonales en los cruces de las rectas calles. Y ese Plan, en sí mismo,
es también un documento universalmente valorado y reconocido, como un
hito en la historia del urbanismo.
¿Cómo llegó la capital catalana a disponer de ese Plan, en el momento en
que, derribadas las murallas que la ceñían, necesitaba extenderse por
el amplio llano que la rodeaba? Fue en 1854 cuando se produjo ese
derribo, de acuerdo con el dictamen de una comisión local y se procedió
al encargo de un plano topográfico de todo ese llano exterior, con un
primer estudio del posible ensanche, al ingeniero Ildefonso Cerdá, que
formaba parte de esa comisión.
Al cabo de un año, Cerdá entregó un excelente levantamiento topográfico,
acompañado de un Anteproyecto de Ensanche. Pero como la ciudad era
“plaza fuerte”, fue preciso esperar a que el Ministerio de la Guerra
cediese su competencia al de Fomento, al que correspondía el tema de los
ensanches de ciudades, lo que ocurrió en 1859. Entonces pidió y obtuvo
Cerdá, autorización para realizar el proyecto, y como venía trabajando
en él desde 1855, lo pudo entregar rápidamente al ministerio, no sin
antes informar al Ayuntamiento, del que no tuvo respuesta.
El urbanismo barcelonés buscó una expansión equilibrada
En Madrid, con apoyo de Pascual Madoz, que había sido gobernador civil
de Barcelona, Cerdá presentó su Proyecto de Reforma y Ensanche de
Barcelona, acompañado de una teoría de la construcción de las ciudades,
en la cual se basaba, despertando la inmediata admiración de los
ingenieros del ministerio y del propio ministro, Marqués de Corvera, por
lo que al elogioso informe técnico, siguió pronto la Real Orden de
Isabel II, que lo aprobó ese mismo año 1859.
Pero el Ayuntamiento de Barcelona entretanto, se había posicionado en
contra, había convocado un concurso para encargar el proyecto al ganador
y había enviado a Madrid una comisión, para reclamar su derecho a
elaborar el plan a su gusto. Y ese enfrentamiento trascendió
rápidamente, adquiriendo una amplísima resonancia pública. El
Ayuntamiento siguió adelante con su concurso y premió el trabajo del
arquitecto Rovira y Trías, pidiendo la anulación del de Cerdá. Se expuso
este públicamente en Barcelona, junto a los presentados al concurso
municipal y la batalla adquirió allí caracteres políticos, al
contraponerse progresismo (Cerdá) a conservadurismo (Ayuntamiento) y
centralismo estatal a autonomía local. La prensa se hizo clamoroso eco,
alineada contra Cerdá, que fue objeto de cruel maltrato, quedando muy
clara la general preferencia pública, política y también profesional,
por el trabajo de Rovira y el rechazo del de Cerdá.
Los modelos radioconcéntricos polarizan la accesibilidad en un solo punto privilegiado
Entonces, el Ministerio de Fomento, desafiando iras locales, corroboró
definitiva e inapelablemente su anterior aprobación, mediante un Real
Decreto en 1860, que obligaba al desarrollo del ensanche de acuerdo con
el Plan Cerdá, encomendándose a su autor la dirección de la ejecución
material. El ministerio justificaba su decisión con una razonada y
elogiosa valoración del trabajo del ingeniero catalán, considerando que
sentaba las bases de una completa y novedosa concepción de la
urbanización, con principios de validez universal.
Esta imposición del Gobierno, arrostrando el coste político del malestar
catalán, se explica por la altísima valoración que hicieron de la
propuesta de Cerdá, quienes comprendieron en Madrid, el acierto, la
grandeza y la solidez de la misma, lo que se tradujo en la forma en que
fue presentada en varias ocasiones por la prestigiosa Revista de Obras
Públicas, como “arsenal inagotable de principios facultativos, jurídicos
y administrativos, interesantes por su método, fuerza de raciocinio y
novedad”. También en la provisión económica acordada por las Cortes,
para la publicación de la primera parte de la genialmente precursora
Teoría general de la urbanización de Cerdá, así como en la adquisición
por parte del Estado, del plano original del Ensanche, dibujado a mano
sobre papel (cortado y entelado luego, como se hacía entonces), para que
sirviera de modelo a aplicar a otras ciudades españolas, según escribió
el propio Cerdá, razón por la que ese plano se quedó en Madrid, y pasó a
ser custodiado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando,
donde actualmente se encuentra.
Nadie discute hoy el acierto del Gobierno. El proyecto de Rovira
disponía la extensión de la ciudad en forma radial y concéntrica,
gravitando íntegramente sobre su núcleo histórico. Lo que el jurado del
concurso municipal estimaba miopemente como su gran acierto, señalando
que contaba a su favor con “la autoridad de la historia” (porque preveía
que el desarrollo siguiera haciéndose como en el pasado) era en
realidad su gran debilidad. La comprobada debilidad de los modelos
radioconcéntricos que, como el propio Cerdá explicaba lúcidamente,
polarizan en un solo punto privilegiado, la accesibilidad, subordinando a
él, tanto la movilidad general como la distribución de actividades y
las apetencias por ese suelo central.
Frente a ello, y además de los otros muchos ingredientes unánimemente
valorados (formales, dimensionales, estructurales e infraestructurales),
uno de los aciertos más reconocidos hoy a Cerdá, es haber planteado una
cuadrícula extendida tangencialmente a la ciudad existente, para
proporcionar una organización homogénea del nuevo espacio urbano a
crear, procurando un reparto equilibrado de la accesibilidad, de la
movilidad y de la localización. Lo cual, en efecto, ha permitido el
desarrollo real de la ciudad sin estrangular su núcleo histórico, en la
forma hoy ensalzada. Pero aunque todo ello no se pone hoy en discusión
en ningún sitio, la oposición local a Cerdá y su Plan, perduró hasta
bien entrado el siglo XX. Un caso más a incluir en “España contra
Cataluña”.
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