Lo que no les cuentan de la deflación - Blogs de Monetae Mutatione
Probablemente han visto la película de 1993 Una proposición indecente,
en la que un acaudalado Robert Redford ofrece un millón de dólares a una
joven pareja recién arruinada en Las Vegas –Demi Moore y Woody
Harrelson– por pasar la noche con la chica. En cierto modo, se trata de
una versión cinematográfica de la historia en la que un caballero
–atribuido apócrifamente a W. Churchill, Groucho Marx, B. Shaw o M.
Twain, entre otros– pregunta a una chica si se acostaría con él por una
cifra desorbitada de dinero. Tras responder que sí, vuelve a preguntarle
si lo haría por una cantidad irrisoria. Cuando la señorita, ofendida,
replica que qué se ha creído que ella es, el caballero le responde que
lo que es ya le ha quedado claro, que ahora está negociando el precio.
Pues bien, algo similar ocurre con el debate sobre la evolución del
índice de precios al consumo (IPC) y la necesidad o no de intervenir
para acercarse al objetivo arbitrario del 2% establecido por los bancos
centrales y aceptado por las corrientes mayoritarias de economistas. Que
la inflación es un robo oculto al ciudadano está claro y la discusión
sobre su nivel deseable no es sino una mera negociación sobre hasta
cuánto debemos soportar los ciudadanos para enjugar los excesos de
endeudamiento propiciado por políticos y banqueros durante la burbuja
previa y la crisis posterior, con los rescates al sector financiero y
las vanas medidas de estímulo keynesiano.
Hemos debatido largo y tendido en este espacio sobre la naturaleza de la
deflación, en qué consiste, los diferentes tipos y sus causas, así como
sobre la bondad o iniquidad de los procesos deflacionarios (Monetae
Mutatione, "¿Quién teme a la deflación?", 27/02/2014). También sobre si
existe riesgo real o no de deflación, el temor irracional a la misma por
parte de gobernantes, periodistas, economistas y banqueros, y la
conveniencia o no de intervenir para tratar de detenerla con medidas
inflacionarias (Monetae Mutatione, "Apoplitorismofobia", 14/11/2013).
Asimismo, tuvimos ocasión de discutir las limitaciones del IPC para
medir de forma coherente un fenómeno eminentemente monetario como es la
inflación (Monetae Mutatione, "¿Dónde se esconde la inflación?",
17/07/2013).
Aun así, hay al menos tres aspectos sobre los que apenas se pueden
encontrar análisis cuando se abordan las bajas cifras de inflación
actuales, que tanto parecen preocupar a la mayoría de los economistas.
Una carencia de análisis motivada, seguramente, por la miopía
característica de la macroeconomía y la sobresimplificación excesiva con
sus agregados y estadísticas que muchos, con sus modelos mecanicistas,
asimilan a variables matemáticas como con las que se trabaja en el campo
de la física en vez de considerarlas como representaciones imperfectas
de la realidad de la acción humana.
El FMI define la deflación como un descenso sostenido en un indicador
promedio de los precios, como es el IPC. Sin embargo, al utilizar este
índice se está descartando información que puede ser esencial para
entender la naturaleza de los cambios económicos: (1) al ser agregado,
oculta cómo se ha formado el valor que toma el indicador en cada
medición y (2) al restringirse a bienes de consumo, obvia en el análisis
la evolución de los precios del resto de bienes que se intercambian en
una economía y que son mayoría: materias primas, bienes intermedios y
bienes de capital; (3) además de omitir de forma absoluta el
comportamiento de los precios de los activos financieros.
¿Puede llamarse a esto descenso generalizado de los precios?
Pues bien, tras el último informe estadístico del INE, hemos podido
comprobar como muchos se han rasgado las vestiduras con el dato del 0,2%
de caída del nivel general de precios. Cabría preguntarse si una
variación porcentual de dos décimas puede considerarse como un desplome
de los precios, que es lo que se desprende de las manifestaciones de
alarma que pueden leerse en los circuitos mainstream habituales.
Permítanme contextualizar el dato ahora que llega la época de terrazas.
Es como si una caña de cerveza pasara a costar de 1,5 € a 1,497 €. No
parece que esos 0,3 céntimos de euro de diferencia vayan a hacer que
nadie deje de tomar cañas ante la expectativa de que el precio siga
cayendo. Ni tampoco que el barista vaya a ir a la quiebra, ¿no creen?
Tampoco parece que la baja inflación que tanto atemoriza a muchos haya
causado estragos en el consumo esta Semana Santa, con niveles de
ocupación hotelera que no se veían desde el inicio de la crisis. Gran
culpa la tiene el buen tiempo que hemos disfrutado, sin duda, pero no
puede decirse que los turistas hayan decidido postergar su consumo ante
una expectativa de precios decrecientes, tal y como auguran los que
sufren de apoplitorismofobia.
Pero el IPC es un agregado estadístico y carecería de sentido aplicar el
resultado a todos y cada uno de los productos que consumimos –mención
aparte merece el hecho de que sean fiables los datos de porcentajes con
decimales obtenidos a través de encuestas a una muestra de comercios–.
La cuestión es que si echamos una ojeada a las diferentes rúbricas que
constituyen el IPC nos daremos cuenta de que el desplome terrible de los
precios es, como mínimo, una exageración. No en vano, del último
informe el 56% de los productos recogidos en el IPC subieron de precio,
mientras que sólo el 44% reflejó un descenso, situándose la mediana en
algún punto entre el 0% y el 0,1% y con variaciones entre el -6,9% y el
6,5%. ¿Es esto un desplome generalizado de los precios?
El comportamiento relativo de los precios señaliza el fin del ciclo depresivo…
Por otro lado, llama poderosamente la atención que los mismos que se
escandalizan con una evolución negativa de los precios al consumo de dos
décimas omitan de forma tan ostentosa en su análisis la caída de los
precios de los bienes intermedios y de capital en el mes de febrero un
2,8% y un 0,3% respectivamente, cuando el IPC del mismo periodo fue del
0%. Son datos, claro está, que hacen difícil sostener la tesis dominante
de la espiral deflacionaria, por la que la caída de los precios de
venta arruina a los empresarios y deprime más aún la economía. Olvidan
los defensores de la inflación que en estos procesos también baja, y más
intensamente, una parte relevante de los costes.
Un comportamiento relativo que la corriente mayoritaria de economistas
obvian en su averiado análisis, pero que resulta muy relevante para
entender las fases del ciclo económico. Porque lo que señalan estas
cifras es que estamos asistiendo a la fase final del ciclo de depresión.
Son datos, pues, que tienen toda la lógica si se examinan con una
teoría adecuada del ciclo económico, aquella que considere que la
estructura de producción se organiza por etapas y que, en las economías
más desarrolladas, estas tienen más peso en la actividad que el consumo
final, que tanto obsesiona al pensamiento económico mayoritario.
… que puede verse cortocircuitado por la burbuja de activos financieros
No obstante, no es posible refrendar de forma empírica la evolución del
ciclo económico con los datos mostrados ya que, como saben, y pese al
comportamiento marginalmente más responsable de las autoridades
monetarias europeas, aún estamos sentados sobre una enorme bola de
liquidez creada en el pasado y alimentada por los programas de impresión
de dinero de los bancos centrales del resto del mundo, fundamentalmente
la Reserva Federal (Fed) y el Banco de Japón (BoJ). De este modo, a la
sana recuperación emprendida por los países europeos, se superponen los
efectos de la expansión monetaria, haciendo poco previsible la evolución
futura (ver Monetae Mutatione, "QE-n: la madre de todas las burbujas",
25/9/2013).
Una liquidez extraordinaria que, como ya comentamos, no se ha trasladado
a los precios al consumo, pero que se deja sentir en los otros grandes
olvidados del análisis dominante, los precios de los activos
financieros. Vean si no la evolución de la renta variable en los últimos
meses, así como de la renta fija, especialmente la pública. Datos que
tampoco parecen refrendar la tesis de los tintadictos de que la
deflación agrava la situación de la deuda por la pérdida de valor del
colateral. Es cierto que parte de ese colateral, la que fue hinchada
artificialmente de precio en la burbuja (p. ej., activos inmobiliarios),
jamás recuperará su casi inexistente valor, pero el principal colateral
que utilizan nuestros bancos (deuda pública), no parece que esté
desplomándose.
Y tampoco parece que los datos de la morosidad bancaria se estén
resintiendo por las temidas cifras bajas de inflación de los últimos
meses, como temen los defensores de mayores cifras de inflación. Pues
aun teniendo en cuenta el cambio de metodología en el mes de enero, las
últimas cifras publicadas por el Banco de España muestran un descenso de
la mora tanto en términos relativos del 13,53% al 13,42%, como en
términos absolutos –los créditos de dudoso cobro han descendido cerca de
2.100 millones de euros de enero a febrero–.
Pregúntense,
pues, ¿a quién favorecen realmente las medidas que con tanto énfasis
reclaman muchos para aumentar el nivel de inflación? Permítanme ser
demagogo por un instante, pero cuando oigan a alguien decir que los
precios estables ponen en riesgo la recuperación, les están diciendo que
apoyen que les suban el precio del pan, la carne de cerdo o la fruta
fresca, para que así el Ibex se infle artificialmente un poco más o al
Estado le cueste un poco menos seguir endeudándose. No obstante, ese no
sea quizás el daño peor que pueda hacerse a la economía. Mucho más
perjudicial es el efecto distorsionador que la inflación monetaria tiene
sobre la estructura productiva en general y sobre el actual proceso de
recuperación en particular.
Por tanto, no se dejen llevar por la tentación del dinero fácil, como
hacía la pareja formada por Demi Moore y Woody Harrelson en la película
que les recordaba al inicio. Ni tampoco se dejen seducir por los cantos
de sirena de los millonarios, como el interpretado por Robert Redford
para que se dejen corromper. Pues, al final, las consecuencias suelen
ser peores que si uno se empeña en recuperarse dignamente de los reveses
económicos.
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