Quien dice 20, dice 25... | La Voz del Interior
… y quien dice 25, dice 30, y así. En esa dinámica, la inflación
de la Argentina sigue espiralizándose, sin que el Gobierno admita de
una buena vez que tenemos un serio problema que afrontar en ese terreno.
Nunca se sabe bien cuándo un salto cuantitativo se convierte en
cualitativo; es decir, cuándo una inflación que pasa del 25 al 27 por
ciento anual, por ejemplo, genera un estado de cosas en el que esos dos
puntos son mucho más que “sólo” dos puntos porcentuales, y la economía
se disloca. Lo que parece obvio es que nada bueno puede pasar en un país
que se “acostumbra” a niveles de subas de precios que –en un período de
gobierno– duplican su nivel de precios internos. En esta dinámica de
cosas, el mismo producto que cuando asumió CFK costaba 100 pesos, cuando
deje el poder costará 200.
Intentar mantener el nivel de actividad con la sola locomotora del
consumo interno sigue recalentando la suba de precios y el mecanismo
mental de indexación ya gobierna las decisiones de todos los agentes
económicos.
Así fuimos del “no pasa nada con un poco de inflación” a la persecución
de las consultoras que miden movimientos de precios. De la Presidenta
diciendo que con 25 por ciento de inflación el país explotaría por los
aires, a Marcó del Pont admitiendo que tenemos crecimiento de precios
“más alto que muchos países de la región”.
Para la titular del Banco Central (la historia escribirá una página
especial sobre su gestión en estos años), “no se advierte un proceso de
espiralización” y, según su leal saber y entender, “la inflación no es
por emisión de dinero ni por demanda, como dice el ‘saber convencional
berreta’, sino que tiene causas de oferta”. Con ese diagnóstico sesgado,
el Gobierno se propone intervenir más en la economía para generar
oferta (¡sin inversión privada!). La creación de la compañía Libre.ar,
de telefonía móvil mayorista, es una clara respuesta a un problema que
no existe: las cuatro empresas ofertan exitosamente en el mercado,
compitiendo en precios y repartiéndose –tres de ellas– los usuarios casi
en partes iguales.
Que la inflación argentina aumente al 20 por ciento cuando el producto
bruto crecía al 7 por ciento no era bueno. Pero que la inflación salte
el 25 con un PIB casi estancado, es una alarma que suena bien fuerte.
Sólo un negligente no le prestaría urgente atención.
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