José García Domínguez - Gallardón remata a Montesquieu - Libertad Digital
El ministro Gallardón, de Justicia, parece decidido eclipsar el aforismo
célebre gracias al que un Pedro Pacheco, de Jerez, ganó larga fama
nacional. Gallardón quiere que la justicia deje de ser un cachondeo y
pase a convertirse en una dirección general a las órdenes directas del
Gobierno. Una terminal administrativa sometida, como el resto de sus
iguales, a la autoridad y tutela del Ejecutivo, a imagen de lo que
sucede con Correos, Tráfico u Obras Públicas. Al fin alguien ha dado
con la formula para evitar que la gobernanza de la Justicia contradiga
el principio de la división de poderes: suprimir de un plumazo el
principio de la división de poderes.
Primero el PSOE se
aprestó a ejecutar sumariamente a Montesquieu. Y ahora el PP procede a
darle el tiro de gracia. Cautiva y desarmada la judicatura, pues, la
partitocracia ha alcanzado sus últimos objetivos. Montesquieu, esta vez sí, yace
difunto para siempre. El CGPJ, genuino caballo de Troya ideado por los
partidos con el fin único de desmantelar el tercer poder del Estado, ni
siquiera mantendrá ya la ficción de independencia. Hasta Gallardón,
al menos se respetaban las normas de la más elemental hipocresía. A
partir de ahora, ni eso. Su impudor llega al extremo de que no pretende
engañar a nadie. La arrogancia le impide incluso disimular.
Se trataba, nos dijeron hace treinta años, de suprimir el modelo judicial franquista. Benemérito afán al que apenas cabía presentar una objeción, a saber, que nunca existió tal modelo judicial franquista. La Justicia en España, igual bajo la dictadura que en la República o, antes, en la Restauración, vino rigiéndose por un único patrón liberal. A ese respecto, Franco
se limitó a repetir el proceder de sus antecesores: presionar a los de
las togas, si bien preservando su autonomía formal. Por algo, y desde
la Constitución de Cádiz hasta la actual, imperó aquí el mismo sistema
judicial. Un sistema, el liberal, que presentaba una muy notable ventaja
frente al llamado democrático que lo ha sustituido. Y es que, a
diferencia de éste, se sabía en qué consistía. Que del nuevo apenas
consta un rasgo ontológico: la voluntad de arrasar la independencia de
jueces y magistrados. Eso mismo que acaba de consumar Gallardón.
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