¿Podemos salir de este lío en helicóptero?
Hasta hace poco, se suponía que los bancos centrales debían mantener los
precios estables y poco más. Antes de la crisis financiera, se asumía
que una inflación baja y estable garantizaría el máximo de crecimiento
sostenible y, a largo plazo, bajas tasas de desempleo. Ya no. Ahora, al
parecer, tomamos nuestro ejemplo económico de Doctor Who.
Montados en su nave macroeconómica, hemos vuelto a finales de los años
60. Después de décadas de negación, los reguladores creen ahora,
aparentemente, que hay un equilibrio entre desempleo e inflación. Sí, la
curva de Phillips ha vuelto.
Para los economistas de una cierta cosecha -e incluyo a sir Mervyn King,
el que pronto será exgobernador del Banco de Inglaterra- éste es un
giro muy extraño de los acontecimientos. La curva de Phillips fue
desechada en los años 70 dado que, al contrario de lo que decía la
sabiduría popular de la época, tanto el desempleo como la inflación
crecían. Para algunos, el más evidente Milton Friedman, esto era una
clara prueba de que el consenso keynesiano de la posguerra era un
sinsentido peligroso, que debía ser rechazado por todo regulador
sensato. Ahora, después de décadas en el desierto, el imperio keynesiano
está de vuelta.
Como el propio sir Mervyn admitió la semana pasada después de la
publicación del informe de inflación del Banco de Inglaterra, "a corto
plazo, tendremos que asumir [una inflación más alta]; no es lo deseable,
pero ésa es la mano que nos ha tocado" de cara a estimular una
recuperación. Se trata de un cambio radical significativo. Antes de la
crisis financiera, ningún gobernador de banco central que se preciara
habría admitido jamás una contrapartida de ese tipo. Por entonces, la
credibilidad antiinflacionaria lo era todo. Ahora, al parecer, no es
nada.
Es tal el entusiasmo para devolver a la actividad económica su aplomo
precrisis que algunos -de forma más intensa Adair Turner, el carismático
presidente de la Autoridad de Servicios Financieros- están abogando por
el uso de lo que se ha dado en llamar dinero de helicóptero.
Esta táctica incluye que el Gobierno de turno incremente a propósito su
déficit presupuestario por una cantidad considerable, financiada a
través de la venta de nuevos bonos emitidos por el banco central que, a
su vez, imprime generosamente unos pocos miles de millones de nuevos
dólares, yenes, euros o libras para proporcionar la financiación
necesaria. Ese dinero de nuevo cuño se suelta después desde helicópteros
monetarios en la economía, o bien vía un recorte de impuestos, o bien
vía un aumento considerable del gasto público. Es, aparentemente, dinero
gratis.
Una cuestión de capacidad económica
Mientras una economía tiene abundancia de capacidad de reserva, los
beneficios de un estímulo así se traducen en mayor crecimiento en lugar
de en una inflación más alta.
Pero ¿cómo sabemos si esa capacidad de reserva está ahí fuera? La OCDE,
que intenta calcular este tipo de cosas, sigue cambiando de idea a nivel
institucional respecto a este asunto fundamental. Su estimación inicial
de que la economía de Reino Unido estaba más del 6% por debajo de su
potencial en 2009 ha sido revisada ahora hasta menos del 3%. Eso indica
que el dinero de helicóptero no puede justificarse fácilmente con la
capacidad de reserva solamente -a menos que estemos preparados para
aceptar el riesgo de una inflación más alta-.
Iré más allá. Aquéllos que abogan por el dinero de helicóptero al tiempo
que reclaman que la inflación no suba están siendo o bien insinceros o
no han comprendido del todo cómo se supone que va a despegar el
helicóptero.
Si el dinero de helicóptero es algo más que el estímulo fiscal de toda
la vida con un disfraz, es probable que funcione sólo si la inflación y
las expectativas inflacionarias van en aumento, mientras los tipos de
interés permanecen bajos. Con los tipos de interés a cero, el coste de
los préstamos puede bajar más sólo si se aumentan las expectativas de
inflación: cuanto más se espere que suba la inflación y el banco central
diga que no hará nada para detenerla, más caerán los llamados tipos de
interés reales.
El ejemplo que apoya esto es el New Deal de Franklin D. Roosevelt (FDR),
que llevó a un significativo renacimiento económico en los años 30.
Durante la Depresión, la producción de EEUU cayó un 30%, y los precios
un 20%. Gracias a un estímulo fiscal y monetario gigantesco -lo más
cerca que hemos estado de una aplicación con éxito del dinero de
helicóptero-, la producción en el primer mandato de FDR creció un 39%
mientras los precios subieron un 13%. FDR no ocultó su intención de
aumentar la inflación. Dado lo que había ocurrido antes, arguyó, era
correcto moralmente.
Las políticas de Rooosevelt revelan dos cosas. Primera: incluso con
grandes cantidades de capacidad de reserva, la inflación también puede
subir; los reguladores actuales son muy evasivos sobre la probabilidad
de que aumenten los precios. En segundo lugar, FDR fue capaz de
justificar la búsqueda de una inflación más alta sólo gracias a la
deflación y la depresión que la habían precedido.
Hoy, sin embargo, eso no puede sostenerse fácilmente. Ésa es la razón
por la que en la era moderna el dinero de helicóptero es improbable que
siga en el aire durante mucho tiempo -especialmente en el Reino Unido,
donde nuestros problemas cada vez parecen más ser una ausencia de
productividad, no una caída de la demanda-.
Stephen King. Economista jefe del grupo HSBC.
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