La recesión hace mucho daño, pero la política de austeridad mata
Tras una década de investigación
científica con herramientas estadísticas para analizar las políticas
aplicadas frente a recesiones en todo el mundo, los científicos David
Stuckler y Sanjay Basu han obtenido un resultado estremecedor: las
medidas de austeridad son siempre devastadoras para la salud pública,
causando decenas de miles de muertes sin ayudar en lo más mínimo a la
recuperación económica...
Como científico, David Stuckler es
rotundo: "Si las políticas económicas de austeridad se hubieran
organizado como un ensayo clínico masivo, habrían sido rápidamente
interrumpidas al acumularse las evidencias de sus mortíferos efectos secundarios".
Esa certeza no procede de convicciones
ideológicas, ni de estimaciones o hipótesis, sino de una década de
investigación, en la que este Senior Research Leader de la
Universidad de Oxford ha trabajado con el epidemiólogo Sanjay Basu, del
Centro de Investigación para la Prevención de la Universidad de
Stanford, hasta presentar sus hallazgos en una obra imprescindible para
entender la crueldad con que muchos gobiernos nos obligan a afrontar la
crisis: Por qué la austeridad mata. El coste humano de las políticas de recorte (Taurus).
Ambos han aplicado el método científico
clínico y las herramientas de la estadística para analizar las políticas
aplicadas frente a recesiones en todo el mundo durante casi un siglo:
desde la Gran Depresión que siguió al Crash del 29, hasta la actual Gran Recesión provocada por el estallido de la burbuja financiera en 2007. Y sus conclusiones, exhaustivamente demostradas con miles de datos y cientos de gráficos y de estudios científicos,
son estremecedoras: siempre que los gobiernos aplican medidas de
austeridad ante una crisis sus efectos son devastadores para la salud
pública, causando decenas de miles de muertes sin que ayuden en absoluto
a la recuperación económica... más bien todo lo contrario.
Stuckler y Basu han comparado
minuciosamente los resultados obtenidos a lo largo de decenios por los
países que han aplicado las recetas de austeridad, frente a los
producidos por políticas económicas opuestas (de estímulo y gasto
social), y en su informe demuestran que en los segundos no sólo se ha
superado la crisis mucho antes sino que incluso se ha logrado mejorar la salud pública en plena recesión.
¿Cómo han podido comparar científicamente países tan dispares y con condiciones económicas y sociales tan distintas?
Bueno, en realidad muchas de las
evaluaciones comparan naciones muy similares, como el análisis de la
gran crisis asiática que se produjo al reventar la burbuja puntocom
de los años 90. El Fondo Monetario Internacional impuso durísimos
recortes del gasto público a los países afectados como requisito para
darles créditos. Entre los muchos que accedieron a reducir drásticamente
los programas de protección social, Tailandia rebajó el gasto de Sanidad en un 15%, recortando el de prevención del sida a sólo la cuarta parte; eso disparó la propagación del virus VIH y más que duplicó las tasas de mortalidad por enfermedades infecciosas,
que habían estado reduciéndose hasta entonces. Además, los índices de
pobreza se multiplicaron y el número de suicidios en el país aumentó un
60%
En cambio, la vecina Malasia fue la
única que rechazó la asistencia del FMI condicionada al famoso principio
de "canjear dolor a corto plazo por beneficios a largo plazo", y
emprendió programas de estímulo y de ayudas públicas a los más
necesitados. Y no sólo logró mejorar la salud pública nacional, sino
que, de los cuatro países que hemos examinado, fue el único que en la
práctica consiguió cumplir los objetivos económicos primordiales
marcados por el propio FMI. En definitiva, las recetas de austeridad sólo convierten las recesiones en auténticas pandemias de mortandad masiva. Lo que hemos aprendido es que el verdadero peligro para la salud pública no es la recesión en sí misma, sino la austeridad.
¿También en Europa?
Grecia, obligada a aplicar los
implacables recortes exigidos por la Troika [FMI, Comisión Europea y
Banco Central Europeo], está hundida en un desastre de salud pública.
Fue forzada a reducir su presupuesto sanitario en un 40% y recortó
drásticamente los programas de prevención del sida. Con el desempleo
desbocado y un aumento del 25% del número de personas sin hogar, con la
población desesperada y cayendo en la drogadicción, esos recortes han
incrementado el número de seropositivos en más del 200%, convirtiendo a Grecia en un epicentro de la extensión del sida por Europa.
Otro ejemplo griego: estalló una
epidemia de malaria a causa de la interrupción de los programas de
fumigación contra las plagas de mosquitos y combatirla fue muchísimo más
costoso que lo que se había ahorrado con los modestos recortes en
pesticidas. Otro más: ante los recortes, la farmacéutica Novo Nordisk se
retiró del país y no sólo se perdieron puestos de trabajo, sino que 50.000 diabéticos griegos se quedaron sin insulina.
El acceso de la población a la sanidad pública se ha reducido considerablemente en Grecia, y la
mayor parte de los que se han quedado sin atención sanitaria son
pensionistas que han contribuido al sistema de seguridad social durante
toda su vida laboral. El Gobierno griego, al plegarse a las
imposiciones de austeridad de la Troika, ha convertido una crisis
económica en una catástrofe de salud pública. Y de seguridad: entre 2010
y 2011, el número de homicidios se duplicó. Todo ello previsible en un
país donde está en paro el 62% de los jóvenes menores de 25 años.
Estos son sólo algunos de los efectos de
la austeridad comprobados en Grecia, pero están también reflejados en
España, Italia o Portugal.
¿Qué perjuicios para la salud pública causados por medidas de austeridad han podido comprobar en España?
Según nuestros cálculos, unas 180.000 personas han perdido el acceso a la atención sanitaria preventiva en España
como consecuencia de los recortes presupuestarios, que han puesto en la
calle a 280.000 empleados del sector público y han dejado sin ingreso
ninguno a unos 600.000 españoles. El conjunto de las medidas de
restricciones, copagos y eliminación de subsidios hace que los
asalariados españoles deban pagar hoy un 60% más que antes por los
medicamentos.
En noviembre pasado estuve en Barcelona,
invitado por los responsables de la Agencia de Salud Pública catalana
que estaban alarmados por sus propias estadísticas: los niños estaban
sufriendo la crisis aún más que los adultos y había aumentado en un 3%
el número de los que vivían por debajo del umbral de la pobreza, alcanzado el 23% de todos los menores de Catalunya.
Además, la crisis había causado un incremento del 20% en el número de
personas con síntomas de depresión grave, igual que se estaban
multiplicando los índices de ansiedad y de alcoholismo. Pero en ese
momento de máxima presión sobre el sistema de atención sanitaria
pública, los objetivos de reducción del déficit impuestos por el
Gobierno de Rajoy a la Generalitat obligaba a los hospitales de Cataluña
a cerrar servicios, reducir la jornada de médicos y enfermeros...
En España, igual que en los demás
países, las políticas económicas y sociales tienen más incidencia en que
unos vivan y otros mueran que cualquier fármaco, cualquier operación
quirúrgica o cualquier seguro médico. Invertir en salud pública es sabio
en tiempos de vacas gordas, pero se convierte en una necesidad
imperiosa en tiempos de vacas flacas.
¿Cómo se pueden comparar los
efectos de la austeridad o el estímulo económico entre sociedades tan
distintas como las del sur y las del norte de Europa?
Es que también hemos comparado regiones y
países en el tiempo, su evolución desde el principio de la recesión, e
incluso antes, para controlar las situaciones sanitarias previas de la
población, su salud mental, sus niveles de alcoholismo, etc. Hemos comparado áreas que afrontaban el mismo nivel de shock económico pero aplicaban diferentes respuestas políticas.
Y hemos comprobado que las recesiones no desencadenan automáticamente
un aumento de los suicidios, el alcoholismo, los infartos debidos a
estrés y otras causas principales de fallecimiento, sino que la espoleta
de que esos índices se disparen es una y otra vez la imposición de
medidas de austeridad.
Islandia fue el primer país europeo en
colapsar a causa de la crisis financiera y el FMI pretendió obligarle, a
cambio de su ayuda económica, a reducir el gasto público en un 15%, con
un recorte de la sanidad pública del 30%. Pero Islandia rechazó
plegarse a la austeridad e hizo lo opuesto: aumentó el gasto público en
más de diez puntos, subió el presupuesto sanitario y reforzó los
programas de protección social. También usó fondos públicos
para aliviar las deudas de los hipotecados, de forma que no perdieran
sus casas. Y todo ese aumento del gasto no generó ni inflación, ni una
deuda astronómica imposible de devolver. Todo lo contrario: hasta el FMI
tuvo que reconocer años después que la política rebelde de Islandia había dado lugar a una recuperación "sorprendentemente" firme superior al 3% del PIB.
No basta con decir que Islandia, que
rechazó en referéndum el rescate a la banca, es muy distinta a Grecia,
ya que los islandeses afrontaron una deuda del 800% del PIB, que ha sido
en términos relativos la mayor crisis bancaria del planeta.
En su conjunto, las medidas de austeridad en Europa han supuesto un aumento del 40% de la mortalidad infantil. Y esos son datos oficiales, del Eurostat.
¿No saben los economistas del
FMI que sus recetas siempre abocan a la ruina, además de a grandes
pérdidas de vidas humanas, a sus pacientes nacionales?
¡Tendrían que saberlo! Al final, siempre
acaban pidiendo perdón a las víctimas de la austeridad y a los que se
negaron a obedecerles. Hasta 2012, el FMI no se disculpó
formalmente con Tailandia, pero sus responsables ya están reconociendo
ahora sus errores sobre Europa. ¡Acaban de darse cuenta de que
los efectos de sus recetas de austeridad han sido nefastos, cuando les
había ocurrido exactamente igual diez años antes!
¿Cuál es, entonces, el verdadero objetivo de imponer esa austeridad, si saben que va a ser un desastre humano y económico?
Ahí ya entramos en las especulaciones, y
no se puede hacer un análisis auténticamente científico de las
motivaciones e intenciones de los que nos imponen las políticas de
austeridad. Pero parece claro que están tratando de aprovechar cada crisis del sistema capitalista para avanzar en sus metas ideológicas:
arrebatarles derechos a los trabajadores y empobrecer al conjunto de la
población en beneficio del ilimitado enriquecimiento de los más
poderosos. Sin embargo, esta conclusión no puede ser sometida a un
examen empírico y, por tanto, no quiero que se me cite defendiéndola
como si hubiésemos podido demostrarla.
¿Qué cifras han podido verificar sobre las víctimas mortales causadas por las actuales medidas de austeridad económica?
Hemos documentado una pauta habitual,
tanto en Europa como en EEUU, de aumento de los suicidios como
consecuencia de las medidas económicas de austeridad, pues en realidad
ese fenómeno se estaba reduciendo consistentemente en todos los países
hasta que, con la crisis, se adoptaron medidas políticas drásticas. En
total, nuestros cálculos ascienden a más de 10.000 suicidios adicionales
y hasta un millón más de casos de depresión, algo no desdeñable. En España, entre 2007 y 2010 se suicidaron unos 400 varones más de lo previsto antes de los recortes, despidos y desahucios,
pero no tenemos datos más recientes porque no los proporciona la
administración española, mientras que en EEUU, Reino Unido y otros
países europeos ya contamos con los datos oficiales hasta el 2012,
incluido.
En cualquier caso, en casi todos los
países que aplican políticas de austeridad hay un claro intento de
ocultación estadística de las cifras de suicidios relacionados con la
situación provocada por esos recortes. Por ejemplo, en Reino Unido los
datos sólo se ofrecen en promedios de series de tres años, algo que
suaviza los picos de las curvas estadísticas. Sin embargo, queda claro
que en EEUU y en Reino Unido ha habido 4.750 y 1.000 suicidios
adicionales, respectivamente, durante la actual recesión. En Estados Unidos, los suicidios son causa ya de más muertes que los accidentes de tráfico,
tras aumentar vertiginosamente en la última década: un 30% entre los
adultos y un 50% más entre los varones cincuentones, que son los que
padecen más estrés cuando se quedan en el paro tras una larga vida
activa y descubren que han sido marginados para siempre del mercado
laboral.
¿El desempleo masivo es, pues, un fenómeno que causa muertes?
Sin ninguna duda. En nuestra investigación hemos descubierto que los índices de suicidio se disparan paralelamente a los de desempleo,
pues multiplican las tasas de depresión a nivel nacional. Hemos
determinado que un tercio de los que pierden su puesto de trabajo
padecen depresión poco después. Y no hay que olvidar que por cada
suicidio consumado se producen otros diez frustrados, que dejan a la
víctima con vida pero padeciendo graves secuelas físicas o psicológicas.
Los gobiernos que imponen austeridad a ultranza no hacen frente al desempleo como la mortífera pandemia que en realidad es,
mientras que los que optan por invertir en la asistencia a los parados
durante las recesiones, como hicieron Suecia y Finlandia, no sólo logran
reducir la tasa de suicidios sino que acaban por ahorrar más en sanidad
pública de lo que han costado los programas de auxilio social y ayuda
laboral a los desempleados.
¿Invertir más en Sanidad pública, en vez de recortar ese gasto, es rentable?
¡Por supuesto! Sale muy caro ahorrar en salud pública, como se ha demostrado una y otra vez. La austeridad sanitaria es el más falso de los ahorros.
Eso lo aprendieron de la forma más trágica las autoridades de Nueva
York al principio de los años 90, cuando recortaron 120 millones de
dólares en programas de prevención de la tuberculosis y estalló un brote
resistente a los antibióticos que costó más de 1.200 millones
controlar.
Hemos descubierto que invertir apropiadamente en sanidad pública suele tener una rentabilidad de tres dólares por cada uno que se invierte.
También se podrían haber evitado muchas
muertes por enfermedad con medidas para evitar los desahucios y el
aumento del número de los sintecho. Las viviendas públicas y los subsidios a la vivienda son la mejor medicina para contrarrestar los riesgos de salud que padecen las personas sin hogar y que acaban teniendo un coste para las arcas públicas muy superior a los ahorros que imponen las políticas de austeridad.
Porque la recesión hace mucho daño, pero la austeridad mata.
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