La rarefacción de los metales
Queridos lectores,
Hace unos meses, un/a amable lector/a me hizo llegar vía Facebook la traducción de un interesante artículo de Matthieu Auzanneau aparecido inicialmente en su blog Oil Man. Lamentablemente y por algún motivo que desconozco, muchas veces no soy consciente de haber recibido mensajes por algún problema con el sistema de notificación de Facebook en mi ordenador; y así pueden pasar meses antes de que, por casualidad, vea un mensaje que se me envió tiempo ha. Ésta traducción la encontré tiempo después de que su autor/a me la enviara, y aún han pasado otros meses desde entonces... ¡¡y ya no recuerdo quién fue su autor o autora!! Con todo el tema es interesante aunque no nuevo: esencialmente, peak everything, pero aquí es analizado desde la perspectiva geológica, y creo que será ilustrativo para lectores recientes; por ello he decidido sacarlo ahora. Cuando aparezca el autor de la traducción, por favor que me lo haga saber para acreditar su desinteresado trabajo como es debido.
Salu2,
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por Matthieu Auzanneau, 8 de Mayo de 2012. Blog Oil Man.
Gracias al editor de la revista
Science & Vie (ciencia y vida), que este mes propone una
investigación sobre un tema esencial, que me desesperaba por
encontrar el tiempo para tratar: el declive de las reservas mundiales
de metales (preciosos o no).
Efectivamente, el petróleo no es la
única materia prima que amenaza al prurito de la sociedad de
consumo.
El cobre, el zinc, el oro y el
uranio figuran entre los principales metales cuyas reservas mundiales
parecen en vía de agotamiento.
El problema es similar al del pico
del petróleo. Peor, las dos cuestiones tienen todas papeletas de
terminar tarde o temprano, por enredarse en un círculo vicioso
vertiginoso e intrincado.
Philippe Bihouix y Benoit de
Guillebon, autores de la obra francesa de referencia sobre el tema (
Quel futur pour les métaux? (¿qué futuro para los metales?), EDP
Sciences, 2010, 39E), explican:
A lo largo de la historia, el
hombre ha tenido la tendencia de primero explotar los minerales más
concentrados (hemos visto que nuestros ancestros han comenzado
explotando los elementos nativos, es decir, los concentrados al
100%...). Con menos descubrimientos geológicos mayores, la tendencia
ha sido entonces a una bajada en la concentración media de los
minerales.
A modo de ejemplo, la
concentración media de los minerales de cobre explotados ha pasado
así de 1.8% (55 toneladas de mineral por una tonelada de metal) en
los años 1930 a 0.8% hoy día (125 toneladas de mineral por una
tonelada de metal). La concentración de las minas de oro en
Australia y Sudáfrica, dos de los principales países productores,
ha pasado de más de 20 gramos por tonelada de mineral a menos de 5
gramos en el transcurso de un siglo.
Para la gran mayoría de los
elementos, las reservas se sitúan entre 39 y 60 años. (…)
Los problemas llegan más deprisa
que el número teórico de años de reserva, porque toda reserva
limitada pasa por un pico de producción; es el caso del petróleo.
(…) El oro ha pasado ya su pico de producción mundial, pero esto
ha pasado desapercibido debido al hecho de que tiene un rol muy
específico.
¡Las inversiones (en exploración
minera) han pasado de 2 a 10 mil millones de dólares entre 2002 y
2007! No obstante, estos esfuerzos no han aportado prácticamente
nuevos yacimientos.
¿En qué están ligados el pico del
petróleo y los picos de los metales?
Simplemente porque para cavar, las
minas necesitan energía. Mucha energía. Hoy, entre el 8 y el 10% de
la energía primaria es consagrada a la extracción y refinamiento de
los recursos metálicos, especialmente para el acero y el aluminio,
indican Philippe Bihouix y Benoit de Guillebon, los dos antiguos
alumnos de la Escuela Central.
Habéis comprendido ya la ligera
preocupación: como los minerales son cada vez menos concentrados en
metales, hará falta cada vez más energía para extraerlos, ahora
bien, las extracciones de las principales fuentes de energía parecen
también al borde del declive…
Por supuesto, al contrario que el
petróleo, los metales pueden ser reciclados. Pero Bihouix y de
Guillebon subrayan que las soluciones están frecuentemente
limitadas, especialmente, una vez más, a causa de su coste
energético.
Las energías renovables, en
particular la eólica y la solar, son muy dependientes de metales
raros para los cuales, el acceso podría convertirse en cada vez más
incierto, con mayor razón si estas formas de energía deben ser
desarrolladas masivamente. Por ejemplo: el disprosio y el neodimio,
dos tierras raras producidas casi exclusivamente en China, la cual
ha hecho saber que a partir de ahora sus yacimientos actuales están
en declive. ¡Un coche híbrido contiene un kilogramo de neodimio, un
aerogenerador casi una tonelada! Science & Vie cita un estudio de
la MIT según la cual haría falta multiplicar por 26 de aquí a 2035
las extracciones de disprosio ( del griego dysprositos, que
significa “difícil de obtener”) para hacer frente a la apuesta
del cambio climático…
Para la nuclear, Science & Vie
dice que en 2035, las necesidades de uranio deberían atender cien
mil toneladas por año, “ o sea, el doble de lo que las minas de
uranio han producido en 2010”, sabiendo que “ningún
descubrimiento reciente significativo se ha hecho fuera de la
extensión de los yacimientos ya conocidos”, según Marc
Delpech, del Comisariado para la energía atómica.
Bihouix y de Guillebon, los autores
de Quel futur pour les métaux?, afirman:
“ Al apostar a “cualquier
tecnología” en la optimización de nuestro consumo energético y
la lucha contra el cambio climático, recurriremos en mayor medida a
las materias primas raras que no sabemos (sabremos) reciclar, y cuya
disminución podría convertirse en un problema energético”
Philippe Bihouix y Benoit de
Guillebon recuerdan cómo, gracias a su ordenanza de 1669, Colbert
salva los bosques franceses amenazados por la necesidad constante de
la industria y de la construcción naval:
“Así, en el siglo 17, cuando
la edad del mundo estaba evaluada en menos de seis mil años (la
historia bíblica), nuestra sociedad- en efecto, poco democrática!-
ha sido capaz de proyectarse, con sus decisiones, más allá del
siglo. Sabemos ahora que la edad del universo es de más de 15 mil
millones de años, pero no podemos tomar nuestras decisiones más
allá de algunos años: midamos de paso la formidable regresión
intelectual.”
Hay más de un susto en este
análisis. Podemos percibir una cierta cólera con respecto de las
promesas y de los efectos de anuncio de los industriales y de los
políticos en el transcurso de los últimos años:
“No, un vehículo, incluso
eléctrico, nunca será limpio. No, un teléfono móvil no es
ecológico, incluso si su carcasa esté hecha de fibra de bambú! Y
quién puede creer que una eco-tasa de algunos euros sobre los
productos electrónicos compensa los daños medioambientales de su
fabricación!!”
La conclusión llama a un cambio de
paradigma:
“Ciertamente, uno puede esperar
aún mucho de los avances técnicos y de las innovaciones. Pero para
volver nuestras sociedades realmente sostenibles, al menos desde el
punto de vista de nuestro consumo metálico, hará falta orientarlas
seriamante hacia la economía de recursos a medio plazo, en lugar de
buscar beneficios a corto plazo. Estamos todavía muy lejos de
conseguirlo.
Para terminar, Bihouix y de
Guillebon han colocado la siguiente cita, que señalan el pecado
original de la ciencia económica, aquel es aún practicado y
enseñado hoy en día:
“Las reservas naturales son
inagotables, porque sino nosotros no las obtendríamos gratuitamente.
No pueden ser ni multiplicadas, ni agotadas, no son el objeto de las
ciencias económicas.”-
Jean-Baptiste
Say, Cours
d'économie politique pratique,
1815.
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