Los servicios sociales ya atienden a más de ocho millones de personas | Sociedad | EL PAÍS
Los servicios sociales ya atienden a más de ocho millones de personas
Los usuarios de la asistencia pública se incrementaron un 20% de 2009 a 2010
En dos años, el presupuesto para ayudas de emergencia ha caído un 65,4%
La crisis no cesa para los más pobres ni da tregua a los que hace unos
años se encuadraban en otras categorías. A las oficinas locales de los
trabajadores sociales siguen llegando miles de personas que necesitan
ayuda de emergencia, lo más básico: pagar el agua, la luz, alimentos.
Los datos oficiales que maneja el Ministerio de Sanidad y Servicios
Sociales, a los que ha tenido acceso este periódico, muestran que, en
2010, la cifra de usuarios atendidos en estas unidades rebasaron los
ocho millones de personas, un 19,5% más que el año anterior. Se
desconocen cifras más recientes, pero a ese ritmo de crecimiento y según
la percepción de los propios trabajadores sociales, los datos de 2012
dejarían muy viejos estos.
Las personas que acuden en busca de ayuda suelen ser mayores (uno de
cada tres), discapacitados (10%) y familias con menores (26%); hay otros
perfiles, drogadicción, familias monoparentales, expresidiarios,
minorías étnicas. En los últimos tiempos, gente que vivía modestamente
también está llamando a estas puertas.
“En 25 años que llevo de trabajadora social no había visto una cosa
parecida”, explica María José Arredondas, que desempeña su tarea en una
zona rural de Lugo. Lo que dice es extensible a toda España. Los
trabajadores sociales están desbordados. “Este año es notablemente peor
que el anterior. Los inmigrantes que lograron reunir a su familia lo
están pasando verdaderamente mal, porque ellos no tienen apoyo familiar
ni vecinal; pero también estamos viendo muchas parejas jóvenes con
hijos, en las que ambos han perdido el empleo. Y en mi zona hay muchos
gitanos que, a pesar de su pequeña economía sumergida en mercadillos, no
les llega, porque tienen muchos hijos. Y cada vez hay que cubrir
necesidades más básicas: agua, luz, comida”, dice. “Los servicios
sociales públicos nunca estuvieron tan desbordados y encima ahora con
recortes, no hay recursos. Esto no se puede recortar, al revés, habría
que incrementarlo”, reclama.
Pero ya parece tarde. Los últimos presupuestos presentados por el
Gobierno, lejos de taponar esa herida han recortado un 40% la partida
para servicios sociales básicos, la que se destina a los Ayuntamientos
para atender, entre otras cosas, las ayudas de emergencia. Si se tienen
en cuenta los dos últimos presupuestos la partida ha caído un 65,4%:
donde hubo 86 millones ya solo quedan 30, en números redondos.
Dadas las macrocifras que se manejan a diario esta puede parecer menor,
pero, para tener una idea de su importancia, con los 20 millones de
euros que se pierden en 2013 podrían concederse casi 75.000 ayudas de
emergencia.
“Con la rebaja del presupuesto de este año ya ha habido problemas para
las ayudas de emergencia, que han quedado al albur de los recursos que
cada Ayuntamiento pueda aportar”.
En el presupuesto de 2013, por programas y objetivo, se indica que la
reducción prevista tendrá una incidencia de 257.126 usuarios atendidos
menos. De ellos, 31.264 en la ayuda a domicilio, que también es cosa de
los servicios sociales básicos, y de 53.963 en los participantes en
programas de prevención e inserción. Esto ya viene pasando años atrás.
Donde no alcanzan los servicios públicos están al quite las también
mermadas organizaciones del tercer sector, de corte caritativo y
asistencial. Cáritas anunciaba el otro día que había superado el millón
de atendidos, por ejemplo.
Tanto unos como otros exprimen al máximo las iniciativas para ofrecer a
estas personas, desde formación, búsqueda de empleo o inscripciones en
programas de ayuda que ya no son locales, sino europeos o regionales.
En la actualidad, uno de cada cuatro españoles se encuentra en riesgo de
pobreza o exclusión social, 1,7 millones de hogares españoles tienen a
todos sus miembros en paro y hay más de 300 desahucios diarios en
España… “Con estos datos recortan los presupuestos sociales más básicos,
los de emergencia. Eso demuestra una profunda insensibilidad ante la
dramática situación de cientos de miles de personas y familias y pone en
riesgo la cohesión social”, afirma el presidente de la Asociación de
Directoras y Gerentes d Servicios Sociales, José Manuel Ramírez.
“¿Cómo explicarles que mientras ellos viven su drama, sin ayuda del
Estado, aumenta el consumo de bienes de lujo, por ejemplo? No podemos ni
queremos tener que explicar lo inexplicable”, dice Ramírez. “Esto es
mucho más que una cuestión política, es una exigencia humana”, zanja.
Trabajadores sobrecargados
A menudo se oyen las quejas de los médicos en sus consultas de atención
primaria porque no pueden atender a los pacientes más que unos pocos
minutos debido a la sobrecarga de trabajo. Así de desbordados se ven
ahora los trabajadores sociales, un colectivo mucho menos numeroso que
el de los sanitarios, pero igual de extendido por el territorio. Cada
pueblo cuenta con su trabajadora social (mayoritariamente mujeres).
“Ahora no paramos, no damos abasto. Y no solo no se han reforzado los
recursos humanos, sino que en ocasiones hemos perdido gente”, lamenta
María José Arredondas, trabajadora social en Lugo. Ocurre en toda
España: “Trabajamos agobiados, yo los días de atención al público no me
levanto del asiento ni para tomar café, que me lo llevo en un termo”,
dice Arredondas.
Esos días de ventanilla llega la gente a exponer sus problemas, pero
después hay que traducir todo eso en papeleo, una burocracia que a veces
es tan lenta como urgente la situación a paliar. En algunas comunidades
las rentas mínimas de inserción, que se prestan a quien ya no tiene
nada, tardan meses en llegar.
Estas rentas dependen de las comunidades autónomas directamente, pero
los trabajadores sociales de base informan y gestionan muchos de estos
casos.
Además, han de visitar en las casas a la gente, tienen que valorar su
situación para incorporarla a los expedientes, justificarlos, redactar
los proyectos. “Y también seguimos con las valoraciones a domicilio de
la Ley de Dependencia”, explica Arredondas.
A pesar de todo, muchas de las ayudas de emergencia acaban en la puerta
de organizaciones como Cáritas, Cruz Roja o tantas otras. “Ahí se ve
cómo lo público, los derechos, está derivando a lo caritativo, la
antigua beneficencia”, concluye esta trabajadora.
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Los ricos, aún más ricos | Sociedad | EL PAÍS
Los ricos, aún más ricos
La desigualdad social es un riesgo grave que amenaza también al crecimiento económico
Quizá sea exagerado afirmar que estamos a las puertas de una Tercera
Guerra Mundial como empieza a decir más de uno, pero cada vez son más
organismos internacionales los que sospechan que la creciente
desigualdad es el mayor riesgo al que se enfrentarán nuestras sociedades
en la próxima década. El Foro Económico Mundial, el FMI o la OCDE ya
han alertado sobre los peligros de esta deriva que está registrando el
mundo desarrollado en el que —simplificando— los ricos son pocos y cada
vez más ricos, y los que menos tienen son cada vez más y sus ganancias
disminuyen. La brecha se acrecienta. En Estados Unidos, los datos son
escandalosos. En ese país, como señala The Economist, el 1% de la
población con más ingresos ha pasado de detentar el 10% de la riqueza al
20% en los últimos treinta años.
Este fenómeno del aumento de la disparidad de ingresos entre ricos y
pobres, que se inició ya en 1980, se ha acelerado con la crisis. El
salario medio en Wall Street, por ejemplo, ha crecido en plena Gran
Depresión durante los dos últimos años en un 17% alcanzando los 281.000
euros. En general, como contaba en este periódico Sandro Pozzi el pasado
jueves, las retribuciones en el sector financiero suben mientras se
recortan plantillas.
Solo Latinoamérica y amplias zonas de África, de donde no tenemos datos
para analizar la tendencia, se salvan de una deriva tan escandalosa.
Mientras la riqueza se concentra y crece de manera desmedida, las clases
medias y las menos favorecidas se empobrecen hasta el paroxismo. Es una
deriva peligrosa e inmoral en la que España destaca de manera especial.
El índice Gini que mide esa brecha entre ricos y pobres se ha disparado
desde 2008, año inicial de la crisis, hasta convertir a este país en el
más desigual de la eurozona. La coyuntura económica y, sobre todo, las
políticas imperantes están dando al traste con uno de los logros más
importantes de la democracia española, que logró situar a España entre
los países de mayor desarrollo humano del planeta, un índice que tiene
en cuenta el acceso general de la población a la riqueza, la educación y
la sanidad.
La pobreza por sí sola no genera un malestar social suficiente como para
desatar un conflicto de mayores consecuencias. Es la desigualdad y la
injusticia intrínseca que conlleva la que provoca las peores tensiones.
Latinoamérica debe en gran parte su pasada inestabilidad política al
hecho de ocupar el primer puesto en desigualdad social. Tras los
gravísimos altercados vividos este verano en las minas de Sudáfrica está
el hecho de que el 80% de las reservas de platino del mundo están en
ese país mientras su población no acaba de beneficiarse de ello.
La situación es explosiva. En Sudáfrica, como en Grecia, como en España,
el paro afecta ya a una cuarta parte de la población activa. Son
países, sin embargo, en los que hay grandes fortunas, salarios
estratosféricos y, nuevamente, unas políticas económicas de corte
radicalmente liberal que, como la lluvia fina, una parte de la sociedad
acepta como algo natural. El mismo día en que Oliver Wyman cifraba en
53.745 millones de euros las necesidades de la banca española para
sanearse, en algunas tertulias públicas no se hablaba del insoportable
peso de esas entidades financieras mal gestionadas que tanto dinero han
perdido —o desviado— y que ahora hay que rescatar. No. Se hablaba de que
el Estado de bienestar que tenemos es insostenible. Y como ese es el
mantra de los que gobiernan, el resultado obvio es una injusta
transferencia del dinero de los contribuyentes hacia esas entidades.
La buena noticia no es que los organismos internacionales se hayan
convertido de pronto en ONG sensibles a los sufrimientos humanos. La
noticia es que tales organismos se están dando cuenta de que la
desigualdad social, además de ser una bomba de relojería, puede mermar
el crecimiento económico. Así lo considera, por ejemplo, el FMI. De
manera que, por la razón que sea, quizá ya no estemos a las puertas de
una Tercera Guerra Mundial, sino en el umbral de una rectificación que
es urgente para evitar daños peores, incluso para los ricos. Las
políticas económicas tienen que cambiar y estas no deberían volver a
olvidar que erosionar con sus recortes la educación, la sanidad y las
prestaciones sociales en general es el peor error que se ha cometido.
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