El presidente de Panamá, Ricardo Alberto Martinelli, exhibe un carácter tan arrollador como excéntrico. Es de esos tipos que no dejan indiferentes. Dueño de una cadena de supermercados, allí se le conoce popularmente con el sobrenombre de El loco Martinelli. En las últimas elecciones se aprovechó precisamente de este mote para zaherir a sus adversarios. “Los locos somos más”, decía su lema. Pues bien, una impresión similar de su persona se debió llevar la ministra española de Fomento, Ana Pastor, cuando, en una visita reciente a Panamá, el presidente de este país se ofreció decidido como un rayo a contratar a cientos de ingenieros españoles en paro.
Previamente,
Pastor había explicado circunspecta al mandatario los planes que había
bosquejado para Ineco, la firma de ingeniería y consultoría del
Ministerio que ella dirige. Le comentó que, tal y como adelantó El Confidencial,
se iba a ver obligada a presentar un expediente de regulación de empleo
(ERE) que afectaría a más de 500 personas, equivalente a casi un 20% de
su plantilla. La mayoría de los despedidos serían ingenieros de alta
cualificación. Martinelli no salía de su asombro. “¿Despedir? ¿A
ingenieros?”, se rasgaba las vestiduras el panameño. “Por favor, tráigamelos, que los contrato a todos. Aquí necesitamos a miles de ellos”.
Panamá, un país cuyo PIB crece a un ritmo superior al 10%, habla castellano y utiliza el dólar, se ha convertido en El Dorado
de los empresarios españoles. Allí se han ido un buen puñado de
constructores a hacer las Américas -véase el caso de Sacyr con la
ampliación del Canal- al contemplar, impotentes, el erial patrio. Y,
efectivamente, en este país americano hay dinero y se demanda trabajo de
alta cualificación.
Sin embargo, el ofrecimiento de Martinelli no fue recibido con alharacas por la ministra. Tres razones justificaban la desazón de Pastor:
primero, el hecho nada agradable de tener que poner en marcha un nuevo
ERE en una empresa pública dependiente de Fomento; segundo, ver cómo el
talento nacional emigra al extranjero, y tercero, que la oferta fuera
para los ingenieros españoles y no para la propia Ineco. La ministra
entiende que, con una mayor carga de trabajo, no se hubiera visto
obligada a despedir a cientos de sus trabajadores de la firma pública de
ingeniería.
Y es
que, antes de la llegada de Rajoy al poder, Ineco era paradigma de la
mala gestión pública. Con una plantilla de 2.500 trabajadores, había
años en que se contrataban a cerca de quinientos de una misma tacada. No
porque fueran necesarios ni se hubiera conseguido ningún jugoso
contrato. Más bien porque era vista como una compañía pública de colocación de familiares y amigos. Ahora, ingenieros con tan sólo dos años de antigüedad se van a ver de patitas en la calle.
Al nuevo responsable, Pablo Vázquez,
le toca la ingrata labor de ajustar la plantilla e internacionalizar
una compañía que, hasta este momento, sólo contaba con tres clientes
nacionales de dudosa salud económica: Adif, Aena y Renfe. La de Vázquez
se presenta como una misión complicada pero no imposible, ya que si algo
ha quedado claro es que a los ingenieros españoles se los rifan allende
nuestras fronteras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario