La avería del PP roza el siniestro total
No se recuerda una época así. Ni hace 20 años, cuando Felipe González renovó su exigua mayoría en la antesala del estallido del caso Luis Roldán,
un delincuente que dirigía la Guardia Civil. Entonces había desempleo
pero no tan pavoroso como hoy. Nadie discutía la monarquía, con las
infantas por casar y los cuñados peligrosos del príncipe por llegar. El Banco de España
destacaba por su eficacia reguladora. Y los partidos y sus dirigentes
aún tenían un caudal de crédito entre la ciudadanía. En 1993 hacía solo
quince años que se había aprobado la Constitución y, aun con el azote terrorista, ni desde el País Vasco ni desde Cataluña
se desafiaba al Estado con un proceso soberanista. Y los medios de
comunicación todavía gozaban de prestigio por su labor en la transición.
Hoy todo es peor. La avería del sistema, que afecta a casi todas las
instituciones, es tan grave que roza el siniestro total. Y la
indignación popular, máxima.
Sin matices: España es el país más corrupto de la Unión Europea
después de Grecia e Italia, según confirma el catedrático Manuel
Villoria, directivo de Transparencia Internacional. Va por lo público y
por lo privado. «O recuperamos las buenas prácticas, o no saldremos»,
reclamaba el pasado viernes el presidente del BBVA, Francisco González.
Sufre la marca España y se paga por ello. Por ejemplo, hay que devolver
ahora dinero a la UE por adjudicar sin garantía algunos tramos de las
obras del AVE entre Madrid y Lérida. Alguien debió de cobrar comisiones
por vulnerar los procedimientos.
La crisis de desconfianza estaba servida, ganada en cien casos
de corrupción política mal resueltos que afectaron a casi todos los
partidos. Pero lo de Bárcenas
ha sido el catalizador de la mayor crisis del Partido Popular desde su
fundación. Barones que reclaman una querella contra el extesorero que Mariano Rajoy
no se atreve a plantear; goteo de concejales que dimiten; decepción
entre los votantes y peticiones de dimisión mientras se quiere levantar
una barrera entre Gobierno y partido. Pero al Gobierno y a España este
PP-gate les afecta directamente. Y The Wall Street Journal lo
retrata así: «Preocupa que la pérdida de credibilidad del presidente le
impida proseguir con los ajustes necesarios dada la indignación
popular.» Mariano, según sus allegados, es de los pocos que conserva la
calma. Pero, como escribe Tino Novoa en La Voz de Galicia, «los biorritmos políticos de Rajoy casan muy mal con las exigencias de la sociedad». Y con las de su partido.
Podemos aceptar que Rajoy no está en política por dinero, como
proclamó ayer, y que observa «una vida recta», como defiende su
vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría.
Que nunca cobró nada en negro -lo que alivia, sin duda-, pero son
demasiadas irregularidades y coincidencias, algunas probadas en informes
policiales. Puede que la ministra Ana Mato no recibiera nada de la red corrupta Gürtel,
pero sí su exmarido Jesús Sepúlveda. Y Sepúlveda sigue siendo empleado
en la sede central del PP en Génova. Rajoy tiene dos opciones:
limpieza a fondo o siniestro total.
Trías reitera que no es el filtrador
No basta con declaraciones autoexculpatorias, porque el fiasco
está en el sistema. No vale con inventar enemigos exteriores, que los
hay, pero no son responsables de las malas prácticas internas. Ahora se
quiere culpar al exdiputado Jorge Trías Sagnier. Ayer regresaba de
Barcelona y conversó con nosotros para reiterar que ni filtró nada ni
está en operación política alguna. «Estoy solo. Y encantado si me
llaman a declarar. Me intentarán desprestigiar, pero esto es una
carrera de fondo y, si puedo, contribuiré a que resplandezca la verdad
por el bien del país».
Es dramático que el único caído por la trama Gürtel haya sido hasta ahora el juez Baltasar Garzón, culpable solo de investigarla.
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