Pacto secreto para conseguir, con la ayuda del CNI, que el caso Bárcenas llegue vacío a sede judicial
Dicen los marinos que después de “arbolada” la mar pasa a “confusa”,
grado 10 de la escala de Beaufort, ese instante de la tormenta donde
aguas y vientos parecen anularse mutuamente de manera que, sin una
dirección clara, se impone el desconcierto, surgen las dudas, y ni el
capitán ni la tripulación saben muy bien qué rumbo tomar, si poner toda
avante, como si el temporal hubiera pasado ya, o seguir a la capa,
porque la borrasca aún está ahí, a la expectativa. Reina en el Partido
Popular (PP) un sentimiento de zozobra parecido. Alivio, porque el
huracán que amenazaba con llevarse por delante al Gobierno y al propio
partido parece haber amainado -los papeles de Bárcenas pierden fuerza
ante la sospecha de estar amañados-, y preocupación, también, porque el
envite ha sido muy duro, ha dejado a mucha gente descompuesta, muchas
heridas abiertas en canal.
Hay quien dice que el escándalo ha dinamitado el partido forjado un día
en torno a José María Aznar, que ya no volverá a ser el mismo. Tampoco
Mariano Rajoy. Al presidente del Gobierno le va a resultar muy difícil
reponerse del daño personal y de imagen sufrido en este lance. El
episodio ha sacado a la luz al Rajoy más dubitativo, pusilánime y
simplón. Sus declaraciones al respecto han devenido en frases
entrecortadas, sintácticamente pobres y semánticamente huecas. El
vendaval en contra es ahora tan fuerte, que cualquier iniciativa que
toma no hace sino crearle nuevos problemas. El estriptis fiscal de ayer
viene a confirmar algo que aquí se dijo la semana pasada: se vive mejor
como jefe de la oposición (240.000 euros brutos) que como presidente del
Gobierno (apenas 75.000). Los que piensan, que son pocos, creen que la
carrera por la sucesión en el PP está abierta. Los corredores ya están
en pista: Ruiz-Gallardón, el eterno aspirante, que tuvo la habilidad de
colarse en las listas por Madrid como alter ego de Mariano y que ya está
sentado en el Parlamento, un hándicap que opera en contra de su
competidor, Alberto Núñez Feijóo, para el caso improbable de una
dimisión anticipada de Rajoy.
Al contrario que un muy maleado Gallardón, 54 años, el también gallego
Feijóo, 51, representa un cambio generacional evidente en la dirección
de la derecha española, una alternativa con capacidad para regenerar las
arterias de un partido necesitado de un alicatado hasta el techo, un
tipo capaz de convertirse en la voz de esa derecha moderna, liberal y
laica llamada a modernizar definitivamente España. Gallardón, por el
contrario, representa la imagen del político profesional, del Nepote
proclive a la arbitrariedad y el amiguismo, del cínico falsamente progre
con demasiados enemigos dentro del partido y probablemente menos amigos
fuera de los que imagina. En la sala de máquinas del PP su nombre se
asocia estos días con la tormenta Bárcenas. Se le reprocha que, al
contrario de lo que ha hecho Jorge Fernández en Interior, Alberto ha
intentado hacer migas con los altos cargos de la etapa socialista en la
judicatura y en Justicia, y en ese juego –sin olvidar su estrecha
relación con un FGE tan peculiar como Eduardo Torres Dulce- se habría
incubado la “conspiración” para acabar con Rajoy. Al respecto, se habla
de un encuentro habido la pasada Navidad en Baqueira, en el cual habrían
participado Luis Bárcenas, el abogado Trías Sagnier, el propio
Gallardón y un alto cargo de CiU que algunos identifican como Durán i
Lleida.
Feijóo, que hasta ahora había gestionado su futuro con mucha prudencia,
muestra ya cierta prisa por oficializar su condición de “delfín”, lo
cual estaría provocando algunos comentarios poco favorables en el
entorno familiar del Presidente. Son coletazos del mar de fondo que hoy
agita a un partido cuyos altos cargos tienen estos días miedo hasta de
salir a la calle, con situaciones como la del grupo parlamentario,
sumido en ese tipo de desazón que suele preludiar la desbandada. Cuentan
que una semana antes de que llegara a España la rogatoria suiza con los
22 millones de Bárcenas, hubo una cena en casa de ese zascandil que es
Miguel Ángel Cortés, a la que asistieron Aznar y Esperanza Aguirre con
sus respectivos cónyuges, amén de algún que otro alto cargo de la etapa
Aznar, y allí se repartió cera de lo lindo contra un Mariano cuyo
laissez-passer –delictuoso, en opinión de Franquito, en lo que se
refiere a la ausencia de una contundente respuesta al desafío
independentista catalán- está destruyendo el partido y dañando a España,
o viceversa.
Esperanza quiere que rueden cabezas
La expresidenta de la Comunidad de Madrid ha saltado al ruedo como un
torbellino con vocación de convertirse en bomba de relojería o
conciencia crítica de la derecha, dispuesta a dar estera incluso a la
señora Botella. El cabreo tanto en Génova como en el Gobierno con quien
pide regeneración y asunción de responsabilidades, vulgar corte de
cabezas, es de los que hacen época. Su capacidad para encabezar una
facción, y no digamos ya para liderar el partido, se antoja, no
obstante, mínima. Ese tren hace tiempo pasó por la puerta de la señora y
no lo volverá a hacer. Su entorno sostiene, sin embargo, que su
ambición quedaría satisfecha con una vicepresidencia, lo que explicaría
su apoyo al liderazgo regenerador de Feijóo.
Los temblores que sacuden al PP solo pueden explicarse por la falta de
cohesión interna que propicia un liderazgo débil, concretada en la
ausencia de una auténtico núcleo duro capaz de repartir tareas y dirigir
el grupo. Rajoy no ha hecho partido, no ha propiciado ese círculo de
poder dotado de talento bastante para afrontar una situación tan
complicada como la actual. La vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría
es una mujer valiosa al decir de casi todos los que la conocen, pero se
ve rebasada por el número e importancia de los desafíos a los que debe
atender casi en solitario. Su amistad con Feijóo parece reservarle un
futuro brillante en ese potencial nuevo partido de la derecha
democrática. Casi todos los que, en Moncloa y alrededores, rodean al
Presidente son amigos personales sin relevancia de futuro alguna. En
Génova y al frente del partido, una Dolores de Cospedal voluntariosa, a
quien cuesta imaginar superando las oposiciones al cuerpo de Abogados
del Estado.
La prioridad del momento para Moncloa consiste en salvar el escollo
Bárcenas. La inicial potencia de tiro de los papeles aparecidos en El
País se ha ido difuminando con el paso de las horas. A día de hoy, la
cosa apunta a documento prefabricado en base a información real sobre la
contabilidad del PP en poder de Bárcenas, pero también información
parcial y, por tanto, manipulada, que alterna datos verdaderos y falsos
en un cóctel que podría poner en un serio apuro al grupo Prisa.
Demasiada tinta de calamar. Mucho bote de humo. Entre la niebla, pura
tiniebla, del momento, sorprende recordar al jefe de la oposición
endosando esos papeles sin esperar fallo judicial y exigiendo la
dimisión del Presidente. La apelación de algunos medios de la izquierda a
las movilizaciones callejeras en torno a la sede popular ha reavivado
para muchos el fantasma del 11-M, que terminó con el desalojo del PP del
poder. La aparición en escena de un tipo como Garzón, querido Emilio,
rescatado del ostracismo por la cadena SER, no ha hecho sino alentar
esas sospechosas coincidencias que apuntan a la querencia subliminal de
cierta izquierda por el “golpe blando”.
El pacto en la cumbre
La preocupación alcanza a las grandes empresas que, gracias a la eficaz
gestión como mediadora de la vicepresidenta Soraya, verdadera muñidora
del acuerdo -se supone con el beneplácito de Rajoy-, salvaron meses
atrás a Prisa de la quiebra al capitalizar parte de su deuda. De nuevo
los proverbiales complejos de la derecha española y su disposición a
bailar con lobos. Parece que en esos centros de poder se estaría
gestando, en grado avanzado ya, un acuerdo en la sombra con Bárcenas
sobre la base de que, con 6 millones de parados, Cataluña en rebelión, y
la Corona en la picota, los poderes económico financieros no pueden
consentir que este caso se lleve por delante al Gobierno, causando un
daño irreparable al futuro del país. Hay que pararlo en seco. Y cuentan
que el CNI se ha puesto a trabajar a destajo para lograr que el
escándalo llegue desinflado a sede judicial por falta material de
pruebas. Algo que explicaría la renuencia del PP a querellarse contra
Bárcenas.
Contrario a este pacto es Cristóbal Montoro, un hombre que corre el
riesgo de resultar laminado por una amnistía fiscal que, al margen de
posicionamientos morales, ha resultado un fiasco en términos de
recaudación y un escándalo en tanto en cuanto puede haber permitido
regularizar fiscalmente a los tramposos de la trama Gürtel, Bárcenas
incluido. Con estos ingredientes, por Madrid se anuncian ya los tambores
de una crisis de Gobierno que, de momento, no parece tener el menor
sentido pues poco o nada ganaría ahora Rajoy, excepto reconocer su
debilidad, con el cambio. Los rumores apuntan a tres muertes seguras:
Ana Mato, Fátima Báñez y el citado Montoro. Así están las cosas, o así
me lo parecen.
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