Recordando Krasny Bor | Web oficial de Arturo Pérez-Reverte
Mi abuelo paterno, que era uno de esos republicanos de antes, cultos,
viajados y con biblioteca, escéptico como todo hombre sabio, solía
repetir una frase que yo, de pequeño, no alcanzaba a penetrar del todo:
«Los españoles sólo servimos para salir en los cuadros de Goya». No fue
sino más tarde, cuando leí libros, viajé y me familiaricé con cuadros
como los del 2 de Mayo en Madrid o el Duelo a garrotazos, cuando
comprendí a qué se refería mi abuelo, y por qué, entre todos los
pintores españoles, utilizaba a Goya como clave lúcida. Como amarga
referencia.
Hace unas semanas hice un experimento. Se cumplían 70 años de la batalla
de Krasny Bor, cerca de Leningrado, donde 5.000 españoles de la
División Azul encajaron el ataque de dos divisiones soviéticas
integradas por 44.000 hombres y 100 carros de combate: una compañía
aniquilada, varias diezmadas, oficiales pidiendo fuego artillero sobre
su propia posición por estar inundados de rusos. Abandonados a su
suerte, durante todo el día pelearon como fieras, a la desesperada. Casi
la mitad murieron o desaparecieron, pero frenaron a los rusos, les
hicieron 10.000 bajas y obtuvieron de Hitler este comentario:
«Extraordinariamente duros para las privaciones y ferozmente
indisciplinados».
Y, bueno. Tales son los hechos y así los conté en la
red social Twitter, donde recalo algunos domingos, añadiendo que entre
los divisionarios no todos eran voluntarios falangistas, pues también
había ex combatientes republicanos y gente que se alistó por hambre o
para ayudar a algún familiar encarcelado o en desgracia.
Añadí que la
causa que defendían era infame, pero eso no alteraba el hecho básico:
eran compatriotas, estaban en el infierno y pelearon con bravura
admirable. «Quienes nos gobiernan deberían prestar atención a esas cosas
-escribí-. La Historia ha probado mil veces que no hay nada más
peligroso que un español acorralado».Lo interesante vino luego: tres mil
opiniones de tuiteros.
Yo había mencionado un hecho histórico,
destacando un coraje y una tenacidad independientes de tiempos o
ideologías. Algo que ocurrió y que está -debería estar- en los libros de
Historia por las mismas razones que la toma de Tenochtilán, el saco de
Roma o la liberación de París por los republicanos españoles de la
Nueve.
Y sin embargo, no pueden imaginar la que se lió en Twitter: los
insultos y descalificaciones entre quienes discutían. Algunos me
incluyeron, claro.
Eso fue lo más revelador: ultraderechistas acusándome
de rojo por haber calificado de infame la causa que la División Azul
defendía en Rusia, y ultraizquierdistas acusándome de facha por hablar
de la División Azul en vez de sepultarla en el negro olvido.
Y entre
unos y otros, docenas de tuiteros tirándose los trastos a la cabeza con
argumentos ideológicos, orillando el hecho principal: el episodio
histórico, su épica objetiva y su interesante consideración.
La
Historia, en fin, que no es buena ni mala, sino llave para comprender el
pasado y el presente. Y a veces, para prever el futuro.Así que una vez
más recordé las palabras de mi abuelo. Pensé en Goya. En ese cable
suelto que los españoles llevamos sumergido en bilis en algún lugar del
corazón.
En ese rencor cainita, desaforado, siempre dispuesto a
simplificar el mundo en un estúpido nosotros y ellos. En esa necesidad
nuestra, no de vencer y convencer, sino de vencer y exterminar al
vencido. Borrar hasta su huella. Fusilar al que levanta las manos, en
vez de ofrecerle un pitillo y mirarlo a los ojos. Prueben a elogiar en
público el valor de moros y cristianos en Las Navas, o el de
republicanos y nacionales en El Ebro.
Saltarán voces criticando la
igualdad de trato, la falta de etiqueta diferencial, la ecuanimidad ante
el valor y el sacrificio, como si éstos tuvieran que depender de
ideologías para ser admirables. Nadie puede ser admirable si no
pertenece a mi bando, es la lectura final. Esto repugna y entristece,
porque no es de ahora.
Pese a lo que afirman los tontos, no lo inventó
Franco, ni la República: viajemos a la Dictadura, a las guerras
carlistas, a Fernando VII, a la Inquisición. En pocos lugares de Europa
hubo tanta saña y tanta vileza. Mientras en otros países -también en eso
envidio a Inglaterra- la inteligencia o el valor del adversario son a
menudo motivo de admiración y respeto, en España no hacen sino aumentar
la envidia; la ira de quien, una vez dueño de la trinchera, remata la
faena con toda clase de vejaciones introductorias al tiro en la nuca.
Tiro que, por otra parte, aplica con más entusiasmo quien nunca corrió
riesgos antes. Quien más lejos anduvo, durante el combate, del verdadero
campo de batalla.
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