Apuntes para una estrategia de cambio
Este
artículo subraya la necesidad y urgencia de que se establezca un
movimiento popular de carácter político que, sin transformarse en un
nuevo partido político, presione para un cambio profundo de las
instituciones representativas españolas (incluyendo las autonómicas),
para que pueda desarrollarse una democracia más completa, que permita el
necesario mejoramiento del bienestar de la ciudadanía y evite la
regresión democrática y el retraso social que está ocurriendo en España.
Como he indicado en varias ocasiones, estamos viendo el final de la
Primera Transición de la dictadura a la democracia, Transición que se
realizó con un enorme dominio de las fuerzas conservadoras (en realidad,
ultraconservadoras) que controlaban los aparatos del Estado y la
mayoría de los mayores medios de difusión y persuasión. Este dominio
quedó reflejado en el sistema político que se estableció durante aquel
proceso de Transición, el cual, aún cuando se define como democrático,
se caracteriza por su escasísima sensibilidad y calidad democrática. Varios
indicadores, entre otros muchos, reflejan tales limitaciones. Uno de
ellos es el diseño y composición del Estado y sus políticas públicas, en
las cuales las fuerzas conservadoras (de varios signos políticos)
tienen gran protagonismo. Otro indicador de la baja calidad democrática
es la ley electoral, la cual está profundamente sesgada en contra de
amplios sectores de las izquierdas.
Esta situación ha generado un sistema representativo que es distante de la opinión popular,
siendo esta última, por lo general, más progresista que las políticas
públicas llevadas a cabo por la clase política gobernante. La distancia entre gobernantes y gobernados es enorme en España. La democracia en
este sistema llamado representativo se limita a votar cada cuatro años
dentro de un contexto sesgado en el que el voto útil y las leyes
electorales reproducen un bipartidismo que se considera por la población
gobernada como insuficiente y conservador, pues limita las
posibilidades de participación en el proceso de decisión. Este
conservadurismo explica el enorme retraso social de España (con uno
de los gastos públicos sociales por habitante más bajos de la UE-15) y
su inhabilidad de admitir que el Estado español es un Estado
plurinacional. Estos grandes déficits democráticos se han acentuado
con las crisis financieras y económicas actuales, donde las enormes
limitaciones de la democracia española aparecen con toda intensidad. La
crisis de legitimidad del sistema político hoy existente en España es
enorme.
¿Qué puede hacerse?
La mayor causa de esta crisis de legitimidad es la amplia percepción de que el
Estado español (sea central o autonómico) no está realizando las
políticas que la mayoría de la ciudadanía desea. De ahí el amplio apoyo
al eslogan del 15-M de que “no nos representan”. ¿Qué puede hacerse ante
esta realidad?
Una medida muy urgente es romper con el
fatalismo que parece haberse adueñado de amplios sectores de la
población de que no hay nada que pueda hacerse para cambiar tales
políticas. El abusivo control de los medios de mayor difusión del país
(controlados por la estructura del poder, y muy en especial del
financiero) hace que el mensaje procedente del establishment de que “no
hay alternativas”, esté calando en la percepción popular. A esta
percepción está contribuyendo el mensaje extendido en algunos sectores
de las izquierdas radicales de que, a no ser que todo el capitalismo
desaparezca y se establezca el socialismo, no hay nada que hacer. Todo
lo demás es, como decía una de estas voces, “humanizar el capitalismo”. Y puesto que no se ve que el capitalismo vaya a desaparecer pronto, el mensaje que se transmite es que no hay nada que, mientras tanto, se pueda hacer.
Lo peor de tal postura, sin embargo, es que no entiende como el cambio ocurre.
Si el proyecto transformador es ir hacia un proyecto en el que cada
persona reciba los recursos según su necesidad, y que éstos se financien
según las habilidades y posibilidades de cada persona (lo que solía
llamarse socialismo), entonces hay que darse cuenta de que el
socialismo se construye y/o destruye cada día en el seno de las
sociedades capitalistas. Cuando se crea o refuerza un servicio público
de salud universal financiado progresivamente, por ejemplo, se está
construyendo el socialismo. Cuando se privatiza su financiación, se está
destruyendo. Pues bien, bajo este criterio, e independientemente de cómo se defina el proyecto, hay un enorme potencial de movilización. En realidad, varias encuestas han mostrado que la mayoría de la población en España está de acuerdo con tal principio.
De
esta observación deriva la gran importancia de que las fuerzas
progresistas utilicen un lenguaje y unos ejemplos de intervenciones
públicas con las cuales las clases populares puedan identificarse. Y
también es importante referirse a casos concretos dentro y fuera de
España de experiencias exitosas (como múltiples ejemplos de
cooperativismo, por ejemplo). Hay que mostrar que, en contra de
lo que se nos dice, sí que hay alternativas en cada caso y en cada
momento. Adoptar posturas totalizantes indicando que los cambios no son
posibles a no ser que haya un cambio total del sistema (el fin del
capitalismo) es paralizante. No es por casualidad que tales
propuestas aparezcan entre intelectuales académicos que tienen sus
necesidades inmediatas cubiertas. Las personas con necesidades exigen,
con razón, que se les resuelva su problema, no en un futuro lejano, sino
ahora. Y las izquierdas tienen que darles una solución ahora, y no sólo
en el futuro.
La necesidad de un movimiento político
Hoy la sociedad civil está enormemente agitada. Pero las derechas continúan fuertes, y las izquierdas débiles.
¿Por qué? Una de las razones es la excesiva centralidad de la vida
política en la lucha parlamentaria dentro de las instituciones del
Estado donde dominan las fuerzas conservadoras. Se necesita que la
riqueza de acciones reivindicativas se traduzca en un movimiento
político, que no tiene porqué significar un nuevo partido político. En
realidad, ya hay demasiados partidos políticos de izquierda. Las
izquierdas están atomizadas en España. Lo que se necesita es una
movilización de protesta y de promoción de propuestas factibles y reales
para cada uno de los problemas que la ciudadanía presenta. La PAH
(Plataforma de Afectados por la Hipoteca) es un ejemplo de ello. Hay que cambiar el centro de la actividad política, sin sustituirla.
Es necesario crear la presión para que los partidos realicen lo que la
ciudadanía desea, presión que debe ser continua y no limitarse a la
esfera legislativa. El movimiento 15-M es un buen ejemplo de ello. Ha
tenido un enorme impacto en cambiar la temática y narrativa política del
país .
Este movimiento político debería ser la
coalición de fuerzas y movimientos sociales, incluyendo también
sindicatos e incluso miembros y simpatizantes de los partidos políticos
(aún cuando éstos, los partidos políticos, no deberían ni
instrumentalizar ni liderar tal movimiento político). Y la movilización
debería crear un programa real, factible (que, por definición, la
estructura de poder definirá como “utópico”, es decir, irrealizable),
siendo responsabilidad de tal movimiento documentar y mostrar que sí,
que es realizable. Por ejemplo, tiene que mostrarse que es
factible, incluso hoy, en la situación actual, crear agencias públicas
de crédito que lo ofrezcan a bajos intereses a las pequeñas y medianas
empresas y a las familias, o que es factible garantizar la vivienda en
un país con cuatro millones de viviendas vacías, y así un largo
etcétera.
Este movimiento debería ser político, es
decir, debería presionar para cambiar el sistema político (desde los
aparatos del Estado hasta los propios partidos políticos) para hacerlo
auténticamente democrático, con unas leyes electorales proporcionales,
con una representatividad mayor y no única, complementada y en ocasiones
sustituida por otras formas de democracia que incluyan desde
referéndums vinculantes a fórums asamblearios de decisión. Y con cambios
de los sistemas de información públicos y privados, condicionando la
utilización de un recurso público (las ondas radiotelevisivas en el
aire) a su diversidad ideológica, puesto que la escasez de tal
diversidad es uno de los mayores problemas que tiene la democracia
española.
Ni que decir tiene que existirá una enorme resistencia a estos
cambios. Pero estos cambios son posibles. Y la propia experiencia
española así lo muestra. El problema de la Primera Transición es que los
partidos de izquierda abandonaron la movilización popular (en realidad,
la desmovilizaron), adaptándose rápidamente a las instituciones del
Estado dominadas por las fuerzas conservadoras. Pero hay que ser
conscientes de que lo que forzó el fin de la dictadura fueron las
movilizaciones populares, lideradas por el movimiento obrero. Y la
estructura de poder favoreció su desmovilización dando excesivo
protagonismo a los partidos, y dentro de ellos a las élites gobernantes
de tales partidos. Esta Segunda Transición no debería caer en el mismo
problema. Los partidos políticos son importantes y fundamentales en una
democracia. Pero su función (muy acentuada en los partidos
auténticamente democráticos y progresistas) es la de transmitir en el
lenguaje legislativo lo que exija el movimiento político avalado por la
participación popular, en lugar de ser instrumentos de poderes fácticos
(tanto religiosos como financieros y económicos) que violan y corrompen
el proceso democrático.
Por ello seria aconsejable que se establecieran asambleas en las que
se denunciaran las enormes limitaciones de la democracia existente en
España y en sus CCAA, con presentación de alternativas factibles y
reales que, sin lugar a dudas, crearan una enorme resistencia,
hostilidad y represión, como está ocurriendo ya. Pero los jóvenes
de todas las edades tienen que ser conscientes de que son los herederos
de las movilizaciones de las generaciones anteriores que consiguieron
establecer y expandir los derechos políticos, sociales y laborales que
ahora nos están sustrayendo.
Este movimiento debería ser
muy amplio, abarcando un gran abanico de sensibilidades políticas y
sociales, que tuviera como objetivo realizar una segunda Transición que nos llevara de una democracia tan incompleta y de un bienestar tan insuficiente como existe hoy en España a una
democracia más desarrollada, que tuviera componentes de
representatividad (basada en la proporcionalidad), así como componentes
de democracia directa, como referéndums vinculantes (incluyendo derechos
a decidir a nivel estatal central, autonómico y local), y formas
asamblearias de decisión, expuestas a un amplio abanico de medios de
información abierto a todas las sensibilidades. Tal democracia
facilitaría la resolución de los enormes problemas sociales y económicos
que la mayoría de la población experimenta, pues tales problemas –por
difícil que parezca- son de fácil solución científica, aunque de
imposible resolución dentro de las estructuras políticas hoy existentes.
Así de claro.
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