¿Sueñan los empresarios con estados intervencionistas?
Subyace la idea de que los liberales somos los defensores de los
empresarios, frente a los intervencionistas que serían los defensores de
los trabajadores, de los consumidores, del ecologismo, o de los
yanomamis. Si lo primero es erróneo, lo segundo refleja la verdadera
naturaleza del estado, lo que subyace tras el monopolio legal de la
fuerza. Y esto debería hacer que más de uno se preguntase si los
empresarios sueñan con estados intervencionistas.
Obviamente todos organización estatal es intervencionista por el mero
hecho de existir. Digamos que cuando me refiero a un estado
intervencionista, por simplificar me refiero a áquel del que hemos
“gozado” en buena parte de del siglo XX, ése que controla gran parte del
PIB, ese que ha encontrado en el welfare state y la democracia una
increíble herramienta para el control social. Todos sabemos de quién
estamos hablando. Lo que no se si todos sabemos es que muchos
empresarios se ponen tiernos, que se les humedecen las entretelas con
este tipo de estado.
Os recomiendo la lectura de este artículo de María Blanco, Empresarios
privilegiados: el oxímoron de nuestros días, a cuenta de los lloriqueos
de Arturo Fernández, el rey de las contratas en hostelería. Es un buen
ejemplo de aquellos que saben perfectamente que el negocio está en el
BOE. Y no se escupe donde se come, nunca mejor dicho en el caso de las
actividades de Arturo Fernández.
María saca a colación una archiconocida cita de Adam Smith.
Gente del mismo oficio rara vez se reune ni tan solo para alegrarse o
divertirse sin que la conversacion termine en una conspiración contra el
publico.
Digamos que Adam Smith me resulta un tanto sobrevalorado como modelo
liberal, pero aquí acertó de pleno. El bueno de Smith, que obvió o
infravaloró el papel de los empresarios confundiéndolos con los meros
capitalistas o inversores, percibió que tienen su propia agenda, muy
alejada de la idea de la libertad. El problema que había con estas
reuniones es que siempre había un competidor tocapelotas, nacional o de
allende los mares.
Lo que quizás le faltó a Smith es darse cuenta de cómo esos empresarios
enseguida identificarían quién podía ayudarles a llevar a cabo, de la
mejor de las maneras posibles, dicha agenda. Había que subirse al lomo
del tigre y cabalgarlo, había que aprovecharse de ese estado que crecía y
cuya actuación alcanzaba ámbitos y lugares impensables en el pasado. Y
todo ello para conseguir el éxito de sus componendas.
Milton Friedman afirmó más recientemente:
Los dos principales enemigos de la sociedad libre o de la libre empresa
son los intelectuales, por un lado, y los hombres de negocio por el
otro, y por motivos opuestos. Todo intelectual cree en la libertad para
sí mismo, pero se opone a la libertad de los demás. Cree que debería
haber una oficina de planificación central que establezca las
prioridades sociales. El empresario es justo lo contrario. Todo
empresario está a favor de la libertad de todos los demás, pero cuando
se trata de él la cuestión cambia. Él es siempre el caso especial. Él
debería tener privilegios específicos del Gobierno: una aduana, esto,
aquello…
Milton era un ingenuo. Los intelectuales, los artistas, o buena parte de
ellos al menos, ya en su época se morían por una subvención, por
calentarse al sol del establishment público. Por lo demás tenía bien
claro que los empresarios, los ejecutivos, no eran precisamente aquellos
que se derretían por las ideas liberales.
En este sentido Ayn Rand lo vislumbró con claridad en sus novelas y
ensayos. Una vez que el estado se ha arrogado el poder sobre la vida y
hacienda de sus ciudadanos, siempre habrá pandillas, grupos, colectivos,
que luchen por apoderarse de parcelas de poder dentro del mismo, por
orientar la actuación del mismo hacia sus propios intereses. Sindicatos,
organizaciones empresariales, empresarios adjudicatarios, grupos de
consumidores, una suerte de lucha de pandillas por el Santo Grial.
Considerar que un empresario, por el mero hecho de serlo, es proclive al liberalismo oscila entre lo ingenuo y lo maledicente.
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