lo que ocurre en un país podrido con la corrupción, el nepotismo y el despilfarro.. disfruten lo votado..
La decadencia de las élites
Como muchos de Vds. sabrán, hace unas semanas la capital de España,
Madrid, presentaba (creo que por tercera vez) su candidatura para
albergar una futura edición de los Juegos Olímpicos. A pesar de la
fanfarria mediática que daba por segura la elección de la capital del
Reino para albergar este magno evento de gran proyección internacional,
lo cierto es que Madrid fue descartada en primera ronda, lo cual fue
considerado por muchos medios españoles como una ignominia y una
afrenta. Al margen de la brutal desconexión de la realidad que tienen
los medios de comunicación españoles, la anécdota que ha marcado esta
derrota fue el discurso en inglés de la alcaldesa de Madrid, Ana
Botella. A mucha gente les sorprendió lo sobreactuado de tal discurso,
las forzadas pausas de entonación, el acento poco fluido de la primera
edil madrileña... y sobre todo una expresión que en España se ha
considera muy desafortunada: "enjoying a relaxing cup of café con leche
in Plaza Mayor".
Lo cierto es que el inglés que usa la señora Botella es bastante
estándar; limitado, sí, pero aceptable. La pronunciación es inteligible y
la entonación lenta pero correcta. Se nota que ha estado mucho tiempo
ensayando este discurso, que la han asesorado bien, y estoy seguro de
que ha hecho un gran esfuerzo para dar lo mejor de sí misma. Inclusive
la expresión "relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor" tiene mucho
más sentido de lo que alguna gente se cree; en un discurso tan
preparado un detalle así no puede responder al azar o al descuido.
Fíjense que si en vez de haber sido la alcaldesa de Madrid hubiese sido
la de Roma o la de París, hubiera dicho "relaxing cup of macchiatto in
Piazza Navona" o "relaxing cup of caffé au lait in Champs Elisés" y todo
el mundo lo hubiera considerado correcto, con un cierto encanto
incluso. Todavía más: cambien "el café con leche" por "Rioja" y entonces
no se vería motivo para la chirigota que puertas adentro ha generado
esa frase.
Porque en realidad la frase en cuestión habrá pasado más bien
inadvertida fuera de las fronteras españolas, pero aquí llegó a causar
un auténtico tsunami de pullas y bromas de mejor o peor gusto que se
cebaban en la primera edil madrileña. ¿Por qué tan nimio detalle ha sido
tan divulgado y vituperado? Al margen de otros muchos factores hay algo
que ha enconado los ánimos. Ciertamente haber perdido la nominación,
pero hay algo más: hay una cierta rabia contra aquellos que nos
gobiernan, contra nuestra élite política que se ha encumbrado en
posiciones de mucha responsabilidad sin tener especiales aptitudes ni
méritos para ello. Al español de a pie se le exige tener cada vez más
méritos, más formación, más experiencia profesional, mientras que muchos
profesionales de la política tienen un nivel cultural y unas aptitudes
bastante inferiores a las de las nuevas generaciones de españoles que se
ven condenados a emigrar. En el caso de la señora Botella conviene
quizá recordar que llegó a presidir la municipalidad más importante de
España de rebote, al marchar el alcalde electo, Alberto Ruiz Gallardón, a
ocupar el puesto de Ministro de Justicia en el actual Gobierno de
España; y que en muchas ocasiones se ha cuestionado su valía, idoneidad y
legitimidad para ocupar el puesto que ocupa.
Aproximadamente por las mismas fechas circularon por internet algunos
escritos denigrando una celebración masiva de cumpleaños que tuvo lugar
en una pequeña ciudad de la meseta castellana. Se ve que 650 jóvenes
madrileños se dieron cita allí para celebrar el cumpleaños de diez de
ellos, que en un período de pocas semanas cumplían, todos ellos, 30
años. Se da la circunstancia de que la mayoría de estas personas son
hijos de reputadas figuras del mundo político y empresarial español. La
fiesta en sí seguramente se movió en los parámetros de la típica juerga
juvenil en España, con mucho alcohol, algo de sexo furtivo y mucha
balandronada jalonada con las dosis justas de zafiedad. Sin embargo, no
pocos de los que después supieron del evento lo consideraron
desproporcionado e incluso ofensivo. De nuevo, visto de fuera puede
parecer una manera un tanto garrula de divertirse pero no se entiende,
sin ponerlo en contexto, qué resulta ofensivo. Y sin embargo las razones
son sencillas de entender para el español de a pie. Por una parte, hay
un cierto elemento de ostentación - no es muy común poder organizar un
evento e invitar a 650 personas -, ostentación muy dolorosa en un país
con seis millones de parados y una creciente emigración que huye de un
país sin oportunidades para los jóvenes. Por otro lado, no deja de ser
curioso que todavía a los 30 años el modo de divertirse de estas
personas sea la propia, reprensible pero más entendible, de chavales de
16 años, quizá de 20 años; ofende pues la comparación entre ese estilo
de vida un tanto disipado y el de tantos ciudadanos que a esa edad
luchan por mantener un trabajo y quizá son ya padres de familia. Por
último, resulta una vez más poco aceptable que nuestras élites del
futuro (pues en un país con tan poca movilidad social como España los
hijos de serán los señores del mañana) tengan una manera tan zafia y
poco refinada de divertirse; demuestran en su manera de concebir el ocio
tan pocas aptitudes y altura de miras como en la manera de concebir el
negocio. Ítem más cuando estas macro-reuniones sirven para reforzar
el vínculo, para remarcar la pertenencia a una clase privilegiada que lo
es por razón de sangre, de hidalguía en el sentido literal de la
palabra, antes que por mérito alguno, mientras el país se desembaraza literalmente de las generaciones mejor formadas y en principio mejor preparadas de su historia. Por
decirlo rápido y pronto: ofende ver a los patanes regodearse en su vida
regalada mientras la gente de verdadero mérito sufre o se va y los
demás simplemente sufrimos.
España tiene sin duda aspectos particulares (su reducida movilidad
social, la a veces poco disimulada connivencia entre la clase social y
el alto empresariado, la corrupción de las instituciones, la falta de
equidad y eficacia de la Justicia,...) por las que destaca negativamente
en Europa, aunque si uno toma cierta perspectiva verá que los problemas
referidos se reproducen por doquier, de Oriente a Occidente y de Norte a
Sur. Hagan memoria Vds. sobre las revelaciones acerca de las juergas
que no hace tanto se corría el actual primer ministro inglés, la
excesiva afición al alcohol que profesaban antiguos presidentes ruso y
americano, las francachelas indecentes de cierto ex-primer ministro
italiano, los líos de faldas de tantos y tantos cargos políticos desde
un secretario de Estado hasta el mismísimo Presidente de los Estados
Unidos de hace ya algunos años... Y si nuestras élites son moralmente
poco virtuosas en la esfera privada, no pocas veces transcienden
despropósitos de gran magnitud en la esfera pública, escándalos
continuos de corrupción y tráfico de influencias, y la famosa puerta
giratoria que permite -y no sólo en España - que el presidente o
ministro de hoy sea un bien remunerado consejero en una gran empresa el
día de mañana.
Incluso cuando la podredumbre de nuestra clase política no sale
directamente a la luz es inevitable fijarse en la baja calidad del
debate político. Los programas políticos de los partidos, que eran
auténticos libritos cuando yo era niño, raramente pasan ahora de
dípticos, cuando no son flyers o tweets. En muchos países cuesta
distinguir las diferencias no ya programáticas sino ideológicas entre el
partido hegemónico de derechas y el partido hegemónico de izquierdas, y
en no pocos casos en los que tal diferencia se da en lo formal no se
acaba realizando en lo práctico. La reciente campaña electoral alemana, a
pesar de lo mucho que había en juego - a fin de cuentas, el futuro de
Europa y la propia viabilidad económica de Alemania - tuvo un tono
bastante bajo que fue acordado entre los partidos con representación
parlamentaria; invitaba antes al bostezo que a la reflexión. Los debates
televisados parecen más coreografías y puestas en escena que verdaderas
muestras de liderazgo y de contenido. Es una realidad inescapable: las
democracias liberales en Occidente presentan un perfil cada vez menos
político y cada vez más mediocre. La desustanciación de la política
podía ser tolerable durante la situación de bonanza, pero en medio de la
crisis tan profunda que atravesamos nuestros líderes descafeinados,
casi iletrados, son incapaces de dar la cara en medio de una situación
que desborda, y más al que tiene menos preparación y menos empaque.
Mientras, las consecuencias de su inacción y su incapacidad son sufridas
por una gran masa de ciudadanos, a los cuales se intenta contener con
medias verdades y mentiras directas que escondan que mientras en el
mundo los recursos comienzan a escasear los flujos que alimentan el gran
capital descontrolado no se ralentizan sino que se aceleran. Pero la
gente, a pesar de no conocer los datos precisos, instintivamente
identifica la causa última de que su mal sea mayor de lo que debería. En
el ciudadano de Occidentre se alimenta una rabia contra la élite que
hasta ahora era patrimonio de los llamados países en vías de desarrollo.
Así se entiende el cada vez más frecuente apelativo "la casta" para
referirse al conglomerado indistinguible político-empresarial. Esta
desconexión entre el pueblo y sus élites es gravísima, pues es el paso
previo a que la rabia se desborde y se acaben derrumbando los antiguo
símbolos del poder, como los moais derribados por los habitantes de la
Isla de Pascua cuando la antigua religión cayó en desgracia, incapaz de
responder a los problemas de la gente. El paralelismo es inquietante:
hace 20 años en España los banqueros eran gente admirada, envidiada;
eran los líderes, la referencia a imitar; ahora decir banco o banquero
suele ir acompañado de expresiones de desprecio y de ira. La religión
del dinero fácil pasa sus horas más bajas.
El primer paso para solucionar esta crisis, que también es moral y de
valores, es modificar el sistema económico para que deje de estar
centrado en un crecimiento que es hoy ya imposible. Hay que también
repensar el sistema de las élites dirigentes. No puede ser que se recompense la mediocridad,
o se garantice el linaje, o se otorgue un lujo asiático a los que
temporalmente y por mandato de la ciudadanía detenten el poder. No es
sólo una cuestión de justicia social; es una cuestión de estabilidad
social, y es necesario para poder prosperar como sociedad.
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