La decadencia de Madrid
Arruinada y sucia. Con sus políticos cuestionados. Su noche y su cultura
languidecen. El turismo cae en picado. Tras el fiasco olímpico, la
capital entrega su futuro a las ruletas de Eurovegas
Javier Estrella rememora la escena. “Miles Davis estaba recostado en un
sillón y acariciaba la trompeta con una mano. Entré al camerino y le
dije: ‘Miles, acaba de caer el muro de Berlín’. Se sonrió y preguntó si
había caído solo. Luego cogió la trompeta y comenzó a tocar Lili
Marleen. Fue increíble”. Ese histórico 9 de noviembre de 1989, Davis
actuó ante 5.000 personas en el Palacio de los Deportes dentro del
Festival de Jazz de Madrid. Según la crítica que publicó este diario,
tocó con un “sonido magnífico, ancho y de largo fraseo”.
Estrella, organizador del Festival de Jazz desde su inicio, en 1979, se
indigna cuando termina de contar la anécdota. Porque este año no habrá
jazz en Madrid. A un mes de la fecha prevista, ha cancelado los 14
conciertos programados —mucho más modestos que los de aquellos años—
porque el Ayuntamiento de Madrid no le garantizaba la cesión del teatro
Fernán Gómez. “Solo tenían que dejarnos los teatros y poner carteles en
el mobiliario urbano del Ayuntamiento. Con la taquilla nos apañábamos. Y
ni han sido capaces. Desde 1994 tenía una afluencia media de 40.000
espectadores, pero les da igual”. Esta debía ser la 30ª edición del
festival (entre 2001 y 2003 se llamó Emociona Jazz y no lo llevó
Estrella). El concejal de Cultura de Madrid, Pedro Corral, defiende la
suspensión alegando que los organizadores pedían demasiado: “Puso
condiciones draconianas y no podíamos aceptarlo. Ya no todo es gratis”.
La herida de Estrella sangra aún más porque mientras intentaba sin éxito
negociar con el equipo de Ana Botella en el Ayuntamiento de Madrid, el
alcalde de Barcelona, Xavier Trias (CiU), presentaba en rueda de prensa
su festival.
Puede que el jazz no importe mucho. Es probable que el festival generara
algunas dudas en el sector y que su pérdida pase inadvertida para
muchos de los tres millones de madrileños. Pero sí refleja el declive
cultural de Madrid. La ciudad ha perdido atractivo.
En las últimas semanas ha recibido varios mazazos. No solo perdió los
Juegos Olímpicos, y por tercera vez, en una abrumadora votación en el
COI, sino que la llegada de turistas a Madrid cayó un 22% en agosto
mientras subía en toda España. El aeropuerto de Barajas pierde vuelos y
se ha visto superado por El Prat de Barcelona; el Prado prevé que en
2013 el número de visitantes caiga una cuarta parte; el Ayuntamiento ha
admitido finalmente un problema con la suciedad (aunque lo achacó a
“disfunciones” ya solventadas con el nuevo contrato de limpieza).
Grandes grupos de música apenas acuden a Madrid, una ciudad cuya célebre
vida nocturna se apaga.
La política no va mejor. La alcaldesa no fue cabeza de lista en las
últimas elecciones y es objeto de crueles bromas por sus discursos. La
ciudad arrastra una deuda elefantíasica de 7.389 millones que lastra la
gestión e impide nuevos proyectos.
El presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, tampoco fue
candidato y su principal apuesta, la privatización de la sanidad, está
paralizada en los tribunales. Su otro gran proyecto para la región es
Eurovegas, un megacasino en manos de un magnate de EE UU que exige
cambios legales a su medida.
La apuesta de Madrid en todos estos años, con Álvarez del Manzano,
Ruiz-Gallardón y Ana Botella, han sido los Juegos. Con un ojo puesto en
Barcelona, los tres dirigentes vieron en la organización de los Juegos
el motor económico que terminaría de impulsar a la capital y ponerla en
el mapa internacional. Tras 12 años de apuesta fallida, ya enterrada, la
ciudad parece haberse dado cuenta de que no tiene nada más que contar.
Un paseo por el centro muestra suciedad y dejadez. Ni los lugares
emblemáticos se salvan. En la plaza Mayor —donde Botella animó a los
visitantes a tomarse un relaxing café con leche— dormían el pasado
jueves 30 indigentes. Bajo los soportales se alinean las cajas de cartón
que les sirven de mínimo abrigo. Un rotulador negro ha marcado con
trazo sinuoso el nombre de la dueña de una de esas cajas: Carmen. Los
vecinos dicen que la plaza está sucia y que han llegado a ver ratas. No
muy lejos de allí está la plaza de España, jalonada de edificios
okupados. En la Gran Vía hay algún edificio histórico tapiado, como el
Palacio de la Música. El centro aparece oscuro, con frecuencia hay
papeleras rebosantes.
Los presupuestos del Ayuntamiento dedicados al mantenimiento de la
ciudad notan el ajuste. En la limpieza de las calles, por ejemplo, los
154 millones de euros de 2010 se redujeron a 129 en 2012, cifra que se
mantiene en 2013 y que supone un 16% menos que hace tres años. Las cosas
pueden ir peor. Los sindicatos han convocado huelga indefinida en el
servicio de limpieza viaria ante el anuncio de 1.400 despidos.
El recorte fue aún mayor en la partida de vías públicas, un 46%. Se
incluye ahí la renovación del pavimento, la conservación de la calzada,
el mantenimiento de pasos a nivel y subterráneos, galerías de servicio y
alumbrado público. En esto se pasó de los 310 millones de 2011 a 167 de
2013. Este agosto ha sido el primero en 20 años sin Operación Asfalto.
Ya no se repone. Los ciudadanos, hartos de sortear baches, avisan al
Ayuntamiento de los socavones y las grietas y este envía operarios para
tapar los agujeros. No se arregla, se parchea. El Metro, hasta hace poco
un orgullo de los madrileños, recibe ahora críticas por la baja
frecuencia de los trenes y el ahorro de aire acondicionado.
Madrid tampoco tiene una marca, una postal que identifique la ciudad, un
relato que la haga conocida e interesante. Es un asunto que preocupa a
las Administraciones pero también a los colectivos que tratan de cambiar
el modelo de ciudad. Los arquitectos de PKMN, un grupo de jóvenes que
trata de repensar la ciudad desde el popular barrio de Tetuán, hicieron
un experimento. Pidieron a un grupo de estudiantes estadounidenses que
fabricaran sombreros de cartón con motivos de la ciudad, con aquellas
imágenes que les parecieran icónicas. Algunos hicieron sus gorros con
imágenes del Museo del Prado, del metro o del Real Madrid. Varios de
ellos utilizaron el Museo del Jamón y Cien Montaditos, dos marcas
visibles de la gastronomía en la capital.
El caso de Cien Montaditos, franquicia de la empresa Restalia, es
llamativo porque su ascenso es imparable; su fórmula de llevar el bajo
coste a la comida rápida le ha permitido multiplicarse por la capital.
En 2003 abrió su primer restaurante en Madrid; hoy hay 81 en la región. A
la par, el pequeño bar, el de toda la vida, es cada vez menos visible
en la capital. Se han cerrado 4.500 bares y cafeterías en cuatro años,
1.800 en 2012, según la asociación de hosteleros La Viña. Cierran bares
con sabor local y abren franquicias. “Se ha ido hacia un turismo del
relaxing café con leche y eso contribuye a homogeneizar la ciudad”, dice
Carmelo Rodríguez, uno de los integrantes de PKMN.
La crisis ha marcado el guion que sigue la urbe. Y la Administración no
está por dar muchos giros narrativos. Un ejemplo menos conocido que el
de Eurovegas es el proyecto Canalejas, a unos metros de la Puerta del
Sol. La idea es construir allí un lujoso hotel de la cadena Four Seasons
que ocuparía siete edificios colindantes, hasta hace poco propiedad del
Banco Santander y ahora en manos de la constructora OHL.
Antes de la crisis, cada vez que alguna empresa planteaba ideas para
esos edificios, el Ayuntamiento ponía por delante el interés patrimonial
de dos de los inmuebles, el antiguo Banco Exterior de España y la
antigua sede de Banesto, más conocida como La Equitativa. El primero
está catalogado como Bien de Interés Cultural y el segundo está en
proceso de serlo.
Tal era el interés del Ayuntamiento en preservar los edificios que
encargó un plan especial al arquitecto Rafael de la Hoz para catalogar
cada una de las partes que debía protegerse. Ese ingente trabajo de
miles de páginas está ahora en un cajón. La Administración ha rebajado
en unos meses la catalogación de esos edificios y solo protege ahora la
fachada. OHL, empresa de Juan Miguel Villar Mir, podrá construir el
hotel. A pesar de que el estudio del arquitecto Carlos Lamela, que se
encargará de las obras, asegura que se respetarán las partes con valor,
el proyecto ha recibido críticas. Más de 20 arquitectos han firmado un
manifiesto contra el plan, que también tiene la oposición de la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando. “La arquitectura tiene sentido
en su totalidad. Las fachadas tienen un significado en correspondencia
con lo que hay dentro. No se puede preservar solo una parte. Y mucho
menos cambiar las leyes por intereses económicos”, explica Vicente
Patón, presidente de Madrid, Ciudadanía y Patrimonio, una asociación que
defiende el patrimonio histórico de Madrid.
Con Canalejas, el otro gran proyecto arquitectónico para la ciudad es la
remodelación del estadio del Real Madrid. Pero eso es cosa ya de
Florentino Pérez y de si consigue que una empresa patrocine la
construcción a cambio de añadir su nombre al de Santiago Bernabéu. El
plan para convertir el paseo del Prado en el gran centro mundial de
museos, aprovechando su cercanía al Reina Sofía y al Thyssen, duerme por
falta de presupuesto. Hay un concurso de ideas para remodelar Sol otra
vez, pero sin que Comunidad y Ayuntamiento garanticen financiación.
Madrid buscó durante años tener un skyline, esa postal reconocible, pero
lo que obtuvo fue tumbas arquitectónicas y proyectos inacabados.
Frente a los cuatro rascacielos construidos en el paseo de la
Castellana, un ensayo de City madrileña que aún está por consolidarse,
una gran zanja muestra el lugar donde iba a colocarse el nuevo Palacio
de Congresos. Del increíble Campus de la Justicia, que iba a albergar en
14 edificios todas las instituciones judiciales, solo se hizo el
Instituto de Medicina Legal y una maqueta. Tampoco tuvo éxito la
terminal de Nuevos Ministerios, que iba a servir para que los usuarios
de Barajas facturasen sus maletas antes de llegar al aeropuerto. Ni la
Caja Mágica, una instalación de tenis construida para los Juegos y que
tras una inversión de 300 millones apenas ha servido más que para
albergar el Open Madrid de Tenis, dos semanas al año. Otras
instalaciones de los Juegos ni siquiera fueron terminadas, caso del
Estadio Olímpico o el Centro Acuático. Su presencia se ha convertido en
un recordatorio de esa apuesta olímpica que no ha revertido en la
ciudad.
En fin, ¿a qué juega Madrid? ¿Adónde va exactamente? La capital es una
ciudad sin proyecto, sin imagen, sin relato, según muchos críticos.
“Madrid tiene el estigma de haber sido la capital de la dictadura y eso
sigue pesando”, opina Olivia Muñoz-Rojas, socióloga experta en ciudades
por la London School of Economics. Esta madrileña reside en París y cree
que la capital debería vender su falta de pretensiones: “Madrid es
capaz de organizar la Jornada Mundial de la Juventud con una visita del
Papa y un desfile del Orgullo Gay días después. Creo que esa es su
fortaleza. Madrid es cool en sí misma. He vivido en Londres y París y
estas ciudades tiene códigos: sitios de moda, ropa que ponerse... Madrid
no tiene, la gente hace lo que quiere y eso es lo que debería vender”,
explica.
Lo último que hizo que Madrid fuese reconocida internacionalmente fue en
parte su noche. La movida. Madrid vendía un lugar en el que salir
cualquier día de la semana con oferta de conciertos, bares, teatros y
cines. Pero hay quien opina que eso también se tambalea. Marcela San
Martín es desde 1995 la responsable de la sala El Sol, que programa unos
250 conciertos al año. El Sol emana cierta nostalgia. Allí en los
ochenta “corría el champán”. “Era el lugar en el que se podía presentar
un libro de Umbral, un disco de Nacha Pop o acoger una fiesta de
Almodóvar”. Ahora, cuenta, este tipo de salas sufren “una persecución
del Ayuntamiento”, al que acusa de “querer cerrar el centro”. “No tienen
voluntad de ayudar, ni de crear un espíritu cultural. Los promotores de
conciertos grandes ya no vienen a Madrid. Prince tocó este verano en
Lisboa pero no aquí. La subida del IVA y la recaudación de la SGAE hace
muy difícil la música en directo”. Para la charla, Marcela evita un par
de terrazas de franquicias que hay junto a su casa. “Mira, tienen la
caña a 0,70 euros. Así el comercio local no puede competir”. “Madrid
está muy triste”, concluye. La comparación con Barcelona es recurrente:
“Estuve en las fiestas de la Mercè. Las plazas estaban llenas de gente
escuchando música en directo y gratis. Había muchísimos europeos. Aquí
eso ya no pasa”.
La queja es generalizada. El teatro también está en pie de guerra.
Carlos López, responsable del teatro Nuevo Apolo, pinta un panorama
negro. “Este verano cerraron una decena de salas en Madrid, algo que
nunca había ocurrido”. Y enumera. “El Rialto, el Coliseum, el Alcázar
por un incendio, el Arlequín, el Arenal, el Nuevo Alcalá… Lisboa y
Oporto tienen mejor oferta cultural. No hablemos de Londres o París. El
teatro son cenas, copas, taxis… pero no ven que dinamiza la ciudad”.
El concejal Corral niega que el problema sea municipal. “Mantenemos la
actividad en nuestros espacios”, dice, y añade que le gustaría que
Hacienda bajase el IVA cultural tras ver el destrozo que está causando
su subida, pero cree que no hay que exagerar: “Yo miro la Guía del Ocio y
no tengo tiempo para toda la oferta que hay”.
El cierre arrastra a otros sectores. Algunos bares de copas también van
cayendo. Hace unas semanas cerró el Malpaso, un antro frente al Conde
Duque conocido por aquellos que quisieran ver amanecer con una copa en
la mano. “Al final he caído, pero he aguantado más que Caja Madrid”,
gritaba esa noche el dueño, Eugenio, entre los parroquianos. El lunes
pasado cerraron los cines Renoir de Cuatro Caminos, que ofrecían
películas en versión original (un fenómeno, el cierre de salas de cine,
que se da en toda España).
Kike Sarasola, presidente de la cadena de hoteles Room Mate, de diseño y
céntricos, está indignado con la evolución de su ciudad. “El
Ayuntamiento ha sucumbido al chantaje de unas asociaciones de vecinos.
Con la excusa del ruido matan la ciudad. Pasé unos días en Barcelona y
me estaba tomando un gin-tonic a la una y media en una terraza llena. En
Madrid a las doce y media nos obligan a cerrar”. Aunque hay más y
mayores terrazas que nunca, los hosteleros piden más flexibilidad de
horarios.
Sarasola, que en una década ha abierto 18 hoteles en seis países, va
subiendo el tono de voz. “Estoy francamente preocupado porque la ciudad
va hacia abajo en todos los sentidos. Nos hemos convertido en un destino
turístico de bajo coste. Hace 10 años Madrid era una ciudad divertida,
en la que podías salir. Después empezó una persecución, y el turista lo
nota”.
Hay lugares que sí sortean la crisis, pero algunos están fuera de
Madrid. Es el caso de Las Rozas Village, un outlet de ropa de marca a 20
kilómetros de la capital. Los turistas toman un autobús en el centro y
van allí a pasear por una ciudad en miniatura y de pega llena de ropa de
lujo aunque más barata. Los japoneses bajan y disparan fotos como si
pasearan por el centro. Iván, un dependiente de origen chino que lleva
cinco años en Madrid, explica en la joyería que atiende que el 70% de
sus clientes son extranjeros. “Son chinos, japoneses, rusos, árabes...
He visto pagar de golpe 1.000 euros en relojes”. En 2012, más de cuatro
millones de personas fueron allí, según la empresa Value Retail, que
prevé un aumento también este año y que considera que “el turismo de
compras puede ser el motor para recuperar el turismo perdido”.
Barajas es, según el Ayuntamiento y la Comunidad, la causa de muchos de
estos males. Barajas y la fusión de Iberia con British Airways, que
conllevó la disminución de rutas hacia la capital. La Comunidad, del PP,
culpa al Gobierno, del mismo partido, de ahogar el aeropuerto con la
subida de tasas. Barajas se ha mantenido con unos 50 millones de
pasajeros al año, pero este puede acabar con 38, estima el Gobierno
regional. “Estamos preocupados”, señala el Ayuntamiento, que ha lanzado
una campaña de publicidad en medios internacionales de tres millones de
euros. La T-4, que costó 6.000 millones de dinero público, es de uso
exclusivo de Iberia y su tráfico se hunde.
El aluvión de datos negativos llega en un momento en que los políticos
se encuentran cuestionados. Botella ha dejado dudas sobre su talla
política, y no por su inglés en Buenos Aires. El miércoles, acudió a la
recepción de una estatua de Gandhi que el Gobierno indio regala a la
ciudad y que se celebró ante las protestas de los empleados del Palacio
de Congresos. Tras su discurso, el embajador Sunil Lal cedió la palabra a
Botella. Esta no contaba con tener que hablar e improvisó una frase:
“Acepto la estatua de Gandhi; muchas gracias”, fue lo que dijo, según
recoge la precisa nota de la agencia Efe.
“Solo fue capaz de decir siete palabras, ni un mínimo discurso”,
recuerda el portavoz socialista en el Ayuntamiento, Jaime Lissavetzky,
que estaba allí. “La ciudad está paralizada, gobernada en sede vacante y
con estrés postraumático” tras la decepción de los Juegos. Lissavetzky
define el proyecto de Madrid como “un Frankenstein. Si Villar Mir quiere
hacer una reforma se hace; si otro millonario quiere un museo de
arquitectura, también. Pero no hay una cabeza, ni una idea”. Pone como
ejemplo que la promoción de Madrid pasó en junio de la Empresa Municipal
Madrid Visitors & Convention Bureau a la de Madrid Destino Cultura,
Turismo y Negocio.
Botella no ha querido hablar para este reportaje. Tampoco Alberto
Ruiz-Gallardón (alcalde entre 2003 y 2011) ni José María Álvarez del
Manzano (1991-2003). Gallardón delegó en Juan Bravo, su concejal de
Hacienda y ahora subsecretario de Justicia, para defender que la deuda
de Madrid no es un problema. Bravo justifica todo lo hecho: la Caja
Mágica, el traslado del Ayuntamiento a un suntuoso palacio en Cibeles
(120 millones) y, sobre todo, los más de 5.000 millones del
soterramiento de la M-30 y la creación del parque en superficie.
“Soy responsable en buena parte de esa deuda y volveríamos a hacerlo”,
cuenta Bravo decidido. En 2003, el Ayuntamiento debía 1.455 millones
(por 1.245 de Barcelona). En 2011, cuando Gallardón deja la alcaldía, la
deuda asciende a 6.348 millones (en ese periodo la de Barcelona baja a
1.090). Sin esas obras, sostiene, “Madrid estaría descapitalizada en
servicios. Las ciudades que no invirtieron tienen los mismos problemas
que Madrid”. Bravo recuerda que no solo construyeron “contenedores
culturales”, hoy de difícil uso: también fueron polideportivos, escuelas
infantiles, centros de día… Y argumenta que “en 2003 nadie podía prever
el cataclismo”. Si la deuda no es un problema, ¿por qué entonces está
Madrid recortando y hasta malvendiendo hasta cuadros municipales? ¿Por
qué la ciudad está más sucia? Bravo sostiene que es “un problema de
gestión”, aunque no prosigue en lo que se intuye como una crítica a sus
sucesores.
Por supuesto que la decadencia no ha convertido Madrid en un solar. La
ciudad tiene vitalidad y es frecuente ver nuevos negocios. Madrid Río
fue muy caro, pero el parque sobre los túneles es un gran éxito. Niños,
jóvenes, ciclistas, corredores... acuden en masa a diario. Antes, el
entorno del río Manzanares era una ruidosa y polvorienta autovía.
Además, hay multitudinarias carreras populares casi cada fin de semana.
Se está experimentando, por ejemplo, un amplio movimiento ciudadano a
favor del uso de la bicicleta. Pero la Administración llega tarde.
“Madrid es una ciudad perfecta para la bici. Soy vasco y, para mí, aquí
no llueve nunca. Eso es lo importante”, dice Gontzal Largo, un
emprendedor que decidió dejar la precariedad del periodismo y montar una
tienda de venta y reparación de bicicletas con un socio. “Sabemos que
los políticos no van a hacer nada para apoyar la bicicleta. Creo que
serán los ciclistas los que conquistarán la ciudad”, concluye. El
movimiento empieza a cuajar. La página web enbicipormadrid.es ofrece,
por ejemplo, rutas de calles tranquilas para que los ciclistas sorteen
lugares peligrosos y avenidas demasiado transitadas.
Todo esto al margen de los circuitos habituales, fuera del alcance de
los políticos. “Esta es una metrópoli difusa y necesita una narrativa
que cuente las transformaciones espaciales del Madrid contemporáneo. Se
están haciendo muchas cosas, pero no siempre llegan al gran público”,
comenta Ariadna Cantís, comisaria de arquitectura independiente y una de
las responsables de Transforming Madrid, un proyecto que pretende
encontrar un relato para la capital y que aún busca financiación.
Uno de los movimientos sociales desconocidos es Vivero de Iniciativas
Ciudadanas (VIC), una plataforma de vecinos con un punto de vista
crítico sobre lo que pasa en la ciudad y que pretende proponer ideas
para mejorarla. “Tenemos que aprender de la experiencia de otros.
Berlín, por ejemplo, supo implicar a los ciudadanos en la construcción
de la ciudad”, dice Mauro Gil-Fournier, uno de los miembros de VIC.
“Madrid tiene gente muy activa, crítica y creativa. Hay iniciativas de
todo tipo; para el uso de la bici, para dar uso a edificios vacíos. Pero
hace falta un mayor diálogo con la Administración. Tenemos gente
hiperactiva”, concluye Mauro, “pero no lo hemos contado”.
Eso lo suscribe Jeffrey Ludlow, un diseñador estadounidense que aterrizó
hace un año en Madrid y que, tras mucho papeleo, consiguió montar una
oficina de la empresa 2×4. “Vinimos aquí por muchos motivos. Por su
lugar estratégico entre Estados Unidos y Asia, pero también porque hay
talento. Es un poco como Berlín. Las cosas están cambiando en esta
ciudad”.
En 1985, la revista Rolling Stone publicó un extenso reportaje sobre
Madrid, como recoje Hamilton Stapell, profesor de la Universidad New
Platz de Nueva York, en su libro Remaking Madrid, sobre la
transformación de la ciudad de la dictadura hasta final de los años
ochenta. “Madrid se ha transformado en un oasis cultural, donde nueva
música, intelectualidad, drogas, amor libre, clubes abiertos toda la
noche y un idealismo ilimitado han pasado a formar parte de la escena
diaria —algo como San Francisco en los sesenta—. Una ciudad renacida
para correr”, describía la revista. Otra ciudad.
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