pues eso..
Las camellas de Arabia no ofenden a nadie
Hace unos días hubo una noticia que pasó tristemente inadvertida, o casi, para la prensa española. Y
eso es malo, pues se trataba de una noticia importante; de las que
tienen que ver con nuestro presente y, sobre todo, con nuestro futuro. La cosa era que un
cartel con la imagen de una modelo publicitaria ligera de ropa,
denunciado por miembros de la comunidad musulmana de Brick Lane, en
Londres, seguirá en su sitio después de que el organismo regulador de la
publicidad británica desestimara las protestas de un sector del
vecindario, que consideraba el anuncio ofensivo para quienes frecuentan las mezquitas de esa zona,
donde vive una amplia comunidad que profesa la religión islámica.
Aunque la imagen de la modelo es «sensual y sexualmente sugestiva»,
admite la resolución, tampoco va más allá de eso, ni tiene por qué
ofender a nadie, pues «encarna la clásica belleza y femineidad» que ha
venido siendo representada por el arte occidental hace siglos. Así que,
quien no quiera, que no mire. Y punto.
Me pregunto, con una sonrisa esquinada y veterana, fruto de los años y la mucha mili, qué habría ocurrido en España, en caso parecido. O qué es lo que va a ocurrir en cuanto se dé la ocasión. Me lo pregunto y me lo respondo, claro; y más en
un país donde incluso hay oportunistas y tontos del ciruelo -sin que
una cosa excluya la otra- capaces de ponerse a considerar muy serios,
con debates y tal, las protestas de ciertos colectivos musulmanes porque
las procesiones de Semana Santa, puestos a citar un ejemplo fácil,
recorran las calles españolas ofendiendo la sensibilidad religiosa
islámica. Etcétera. Aquí, no les quepa duda, siempre habrá un
organismo regulador de la publicidad, o una televisión, o una asociación
de derechos y deberes, o un juez sensible a la delicadeza de
sentimientos mahometana, que llegado el caso decida que, en efecto, la
libertad en lo que llamamos Europa -aunque a algunos nos dé la risa
llamarla así todavía- acaba allí donde empiezan los derechos, el
fanatismo o la gilipollez de cuatro gatos a los que, de este modo,
nuestra propia cobardía e imbecilidad acaban multiplicando de cuatro en
cuatro, hasta irnos todos al carajo.
Y claro. Resulta inevitable preguntarse, también con respuesta incluida, dónde se meten en esta clase de debates las ultrafeminatas radicales que tanto las pían con otras chorradas de género y génera:
las de las asociaciones de padres y madres de alumnos y alumnas, por
ejemplo y por ejempla. Qué opinan ellas, o sea, de escotes en anuncios o
no escotes, y hasta qué punto coinciden con la censura islámica, o no.
Con lo de usar hiyabs, niqabs, antifaces y trapitos así. Sería útil saberlo más pronto que deprisa, como dicen las chonis. Y los humos del tren, que los suelten en Despeñaperros. Porque tiene su guasa esto del anuncio que
ofende porque muestra las tetas o las nalgas de una señora, mientras
que, por lo visto, no ofende a nadie que otra señora pueda meterse en
España en un autobús, en una comisaría de policía o en un hospital
enmascarada de pies a cabeza, como un guerrero ninja, mientras el marido va a su lado con bermudas, chanclas y gorra de béisbol. El hijoputa.
Y es que en Europa olvidamos, a menudo, que más importante que
respetar tradiciones absurdas o infames es defender a quienes acudieron a
nosotros huyendo, precisamente, de la miseria y el horror que esas
tradiciones imponen en sus lugares de origen. Y que eso se logra con educación escolar y con firmeza institucional frente a quienes pretenden esclavizarlos, incluso aquí, usando el manoseado y dañino nombre de Dios.
Quien se ofende por un anuncio en un cartel publicitario se ofenderá
también cuando por su calle, por su barrio, se cruce con un escote, una
falda corta, un cabello sin velo o un rostro sin tapar. Y actuará en
peligrosa consecuencia. Quien pretende aplicar maneras medievales de
entender la vida, mientras se beneficia de un sistema de derechos y
libertades que a otros costó siglos de dura lucha conseguir, no tiene
derecho a imponer su voz ni a reclamar respeto. La Europa moderna
tragó dolor y sangre para librarse de púlpitos, velos, gentes de un solo
y sagrado libro, pasos de la oca y fanatismos de todas clases. Somos
demasiado mayores, ya, para que vengan otra vez a taparnos el escote o
las ideas. Así que la solución es muy simple, Manolo, Mohamed o como te
llames. Si no estás dispuesto a asumir nuestras reglas, chaval, si
esto te ofende, coges un avión y te vas al desierto de Arabia, o del
Sáhara, donde las tetas de las camellas no ofenden a nadie. Y allí te pones ciego de dátiles.
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