Sir Winston Churchill; "El río de la guerra", primera edición, Vol II, páginas 248-250, London
¡Qué terribles son las maldiciones que el Mahometismo establece en sus
devotos! Además del frenesí fanático, que es tan peligroso en un hombre
como la hidrofobia en un perro, hay esa apatía fatalista que es
temerosa. Los efectos son evidentes en muchos países, los hábitos
imprevistos, desaliñados, sin sistemas para la agricultura, métodos
lentos de comercio y la inseguridad de la propiedad existe dondequiera
que los seguidores del Profeta se instalen o vivan. Un degradado
sensualismo priva a sus vidas de la gracia y el refinamiento, los aleja
de su dignidad y santidad. El hecho que en la ley mahometana cada mujer
debe pertenecer a un hombre como de su absoluta propiedad, ya sea como
un niño, una esposa o una concubina, retrasa la extinción definitiva de
la esclavitud y hasta la fe del Islam ha dejado de ser una gran potencia
entre los hombres. Los musulmanes individuales pueden mostrar
cualidades espléndidas, pero la influencia de la religión paraliza el
desarrollo social de aquéllos que lo siguen.
No existe ninguna fuerza retrógrada más fuerte en el mundo. Lejos de ser
moribundo, el Mahometismo es un militante y proselitismo de su fe. Ya
se ha extendido a lo largo de África Central, crian a guerreros sin
miedo a cada paso y si fuera que el cristianismo no está protegido en
los fuertes brazos de la ciencia, la ciencia contra la cual han luchado
en vano, la civilización de la Europa moderna podría caer, como cayó la
civilización de la antigua Roma.
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