20200127

La POBRE CHARO llora en un portal mientras se come un BURRITO. CHARO, ¿qué te pasa?

Es viernes por la noche y todos ríen, cantan, bailan y se abrazan en Malasaña. Los modernos recitan estribillos de Love of Lesbian, que es una mierda para sidosos, las poperas de 25 se agarran del bolsillo de rockeros wannabe y las inglesas alcoholizadas se cruzan en el camino de los muchachos que les gustan para intentar agarrarse a su polla hasta el día siguiente. Alguno de los pakis lateros se intenta acercar a ellas, por si tuviera un golpe de suerte.

Calles en cuesta por las que no pasa un alma se alternan con plazuelas llenas de grupos de chavales, con su cerveza de la mano, con un cigarro o con alguno de esos platos infestos de comida rápida, propios de barrios gentrificados.

Hace 15 años, si uno de tus amigos se hubiera presentado con un poke bowl, le hubierais reventado los pómulos con un puño americano. Hoy, cuando sale del restaurante con el recipiente, una rubia le guiña un ojo, dos gays le preguntan si el atún es fresco y una japonesa se hace una foto con él y se la manda a sus primas de Osaka.

Madrid, enero, una semana laboral que termina en el mes más frío, lo que provoca una explosión de júbilo el viernes, cuando llega la noche. Un argentino y una española fuman en una terraza de esa plaza donde estaba El Palentino. Ella se abraza sus propios brazos, helada, mientras él le ofrece su chaqueta. Pura felicidad. Charo lo ve mientra está sentada en el bordillo de un porta, con los codos sobre las rodillas y las manos sobre los carrillos. Entonces, se echa a llorar. Pero Charo, hija mía, ¿qué te pasa? ¿Acaso te ha ocurrido alguna desgracia?



Charo ya no es lo que era, para qué nos vamos a engañar. El problema es que su cerebro no se ha adaptado a ese cambio a la misma velocidad con la que se ha producido, lo que crea una enorme distorsión que le impide ser feliz. Básicamente, porque cree ser mucho más de lo que en realidad es. Observa todo desde una atalaya demasiado alta y eso provoca situaciones vergonzantes en conversaciones con hombres. Su caso es similar al de Marta Sánchez.

Hubo un día en que fue una diva, de figura afilada, pechos generosos y voz impactante. Millones de hombres hubieran matado por pasar cinco minutos a su lado, observándola al natural, sin tocarla; adorando sus formas y bebiendo de su esencia. Pero hoy ya no es así. Hoy, es una Raquel Mosquera con ínfulas. Es la marca blanca del Supercor: tiene ciertas buenas formas, pero es perfectamente sustituible por productos de clase media-baja. Pero Marta no ha sido capaz de apreciar lo abajo que está, al igual que Charo. Por eso está en ese portal, con berretes de burrito que no se ha limpiado, con los ojos llenos de lágrimas y con el rimmel descendiendo desde sus ojos hasta su boca.

Charo llora porque considera que nadie la quiere. No son muchos viernes los que ha salido desde que dejó al Óscar, pero son los suficientes como para intuir que el escenario es actualmente mucho más desfavorable que hace unos años, cuando DISPARABA su ego al rechazar, cada noche, a auténticos chulazos. Le gustaban, pero disfrutaba por el mero hecho de pronunciar la palabra no. Se reafirmaba al sentirse un objeto codiciado, pero imposible de conseguir. Follaba cuando quería, que no era mucho, pero era suficiente. Y en su teléfono móvil tenía cada viernes por la mañana las suficientes propuestas como para seleccionar un plan distinguido. Una cena en el Diverxo, una casa rural en la montaña, ese hotel de Gran Vía desde cuya ventana se ve, al lado, el cartel de Schweppes.

Ahora Charo no está tan solicitada. Vive desde hace un par de meses en un piso de soltera, en el que sobran estanterías Billy y faltan muebles de diseño. Antes, durante un trimestre, hizo escala donde sus padres, pues le daba miedo estar sola, tras 10 años de relación con el Óscar. Ella le dejó porque consideraba que, junto a él, no iba a evolucionar jamás. Le acusó de conformista, de mediocre y de acomodaticio por negarse a hipotecarse 40 años para irse a un duplex en Sanchinarro. Le quiso poner en contra de sus padres después de una enorme bronca durante la sobremesa de un domingo por un comentario de la madre de Óscar sobre la 'belleza' de las jugadoras de rugby femenino. Y le recriminó cientos de veces su actitud cobarde ante su jefe por pagarle "un sueldo de mierda" por hacer un turno "que les impedía hacer cosas juntos por la tarde".



Charo se separó poco después de apuntarse a clases de bachata. Allí, en presencia de esa gente de espíritu optimista, descubrió que tenía un matrimonio absolutamente infeliz y vio la luz. No nos vamos a engañar, a este proceso también ayudó mínimamente el hecho de que se encoñara de uno de los monitores. Yulio, cubano, de brazos fuertes y marmóreos abdominales. Simpático, resuelto y con un tatuaje de una rosa de los vientos en el brazo. "Simbolisa que yo soy alguien inquieto, de alma viajera", mi amol, le dijo en la cena de grupo pre-verano mientras unas cuantas decenas de gotas de flujo se afanaban por descender de la vagina hasta las bragas de Charo, excitada con aquel maromo.

Ella se hizo ilusiones con Yulio y comenzó a concebir una vida más feliz, con aquel caribeño tórrido y viajero que, desde luego, era mucho más intrépido que el Óscar, que tenía un trabajo mal pagado y no quería irse a Sanchinarro. Sin reflexionarlo en exceso, hubo un buen día que metió sus cosas en cajas mientras Óscar estaba en el trabajo y se largó. Le dejó colgada una notita de la nevera: "me voy porque ya no te quiero, esto está muerto. No me intentes contactar". Él siguió las instrucciones a rajatabla. Esa noche, ella escribió a Yulio proponiéndole ir a cenar a un sitio bonito cuando terminara de dar las clases. Él aceptó. La invitó a pollo frito y frijoles en una tasca patética de un primo cubano, la llevó a bailar a un bar "de los de ellos" y la subió a su casa a las 2 de la mañana. Vivía en un auténtico agujero lleno de mierda, compartido con otros tres guatemaltecos o lo que fuera. En el cenicero del salón había tantas colillas de cigarrillos que, puestas en fila, una a una, hubieran cubierto la distancia que separa a Raquel Mosquera de la Nigeria natal de Tony Anipke. Yulio y Charo se fueron a la habitación de él, pero no pudieron follar. La anaconda cubana era inmensa, kilométrica, ciclópea... A ella le dio miedo y le dijo: "me he rallado, tío, ya quedaremos otro día". Pero nunca volvieron a verse.

Desde entonces, Charo ha probado suerte con la vida seis o siete viernes. Afortunadamente, su amiga Nati está en una situación similar, recién separada, y eso les ha permitido configurar un dúo perfecto para el zorrerío. Van por Malasaña porque se consideran sofisticadas, pero ligeramente canallitas. Y porque les gusta el ambiente cultureta, aunque canta la vista que son impostoras. En primer lugar, porque el único libro al que Charo y Nati se han aproximado en su vida fue al de '50 sombras de Grey'. Eso dice todo. En segundo lugar, porque optan por vestidos demasiado provocativos para llamar la atención y eso, en ese ámbito de modernos tendentes a ser tontos del culo, pega igual que a un Cristo dos pistolas.

Charo llora porque no encaja. Porque los chicos apuestos ya no le entran, porque los normales no entienden que esa chubby con deje de comebolsas les trate con desprecio; y porque los frikis se espantan cuando la ven junto a Nati. La ven distinta y creen que desentona. Que es la nota diferente en un ambiente monocorde, como cuando Los Chunguitos salen al escenario del Primavera Sound. Charo se ahoga en sus propias lágrimas en ese portal porque tiene 37 años y nunca fue ni será la princesita que se casó de blanco aquel día y fue colmada con cientos de honores y piropos por parte de su familia y de sus amigos. "Eres la novia más guapa que he visto", le dijeron. Y ella, que fue la protagonista, se lo creyó. Es especial.

A Charo le aprieta el reloj biológico, pero no lo ve claro. No ve un padre en ninguno de los pocos chicos que todavía le muestran interés. Al revés, ve en ellos jugadores de LOL, futbolistas calvos de peña de barrio, de domingo por la mañana; y exadictos a alguna sustancia que tratarán de ocultar su pasado en conversaciones que se centrarán en la belleza de ella. Charo manda un WhatsApp a Nati desde ese portal: "Tía, espero que te lo pases de lujo con ese CHULAZO, me alegro un montón por ti. Te lo mereces, pivonazo. Yo estoy muy mal. Bueno, mal, mal, mal. Menudo bajón, tía. Se me ha echado encima la vida. No me sale nada, uff. ¿Y si me quedo sola y me muero así, sin nadie?".

Llora. Charo llora mientras la salsa marrón y blanca del burrito se extiende por sus carrillos, como le ocurría a Raquel Mosquera después de copular con Tony Anipke. Charo cree que nadie la quiere. Charo está sola, alargando el tiempo antes de volver a casa, por si algún príncipe azul desorientado quisiera llevarle a su castillo antes de volver a casa. Nada de eso pasará. Hará el camino de vuelta a la parada de taxis de la calle Barceló sola, entre sollozos, con un kleenex de la mano más mojado que el coño de Raquel Mosquera al ver un documental de Mauritania. Zigzagueante, incluso chocará con alguna pared, dirá "ay" y se escaparán un par de lágrimas más de sus ojos.

Qué desazón, Charo, qué berrinche. Qué experiencia más terrible el constatar, tras una vida plena, en la que los hombres te emborracharon de lisonjas y adjetivos calificativos, ahora eres un pigmeo sexual. Eran altas tus expectativas cuando dejaste a Óscar y pensaste en que todas las noches cenarías caviar. Ahí estás, acabando un burrito de un sitio que se llama 'Taquería Tiki Tako' sola, en la noche, asqueada. Te equivocaste, Charo, fallaste. Y ahora no son tantos los que te pretenden. Es más, date prisa, vuelve a casa, corre, que estás a 15 minutos de dejarte manosear por el paki latero, que te ha guiñado un ojo. Charo, hija mía, recapacita.



Resumen: Charos que a los 19 son diosas, a los 37 siguen yendo de divas pese a tener más celulitis que Terelu Campos después de ver, del tirón, la serie El Súper. Cruel destino les espera. Dramáticos finales de viernes y sábados.



pues si las "henpoderadas" de ahora, ya menopáusicas, han sido incapaces de encontrar a su "príncipe azul", imagina en 20 años.. después de que las carruseleras cuenten con miles de millones de seguidores.. necesitarán toneladas de antidepresivos, vamos:



muy bueno el "feminismo"..



La POBRE CHARO llora en un portal mientras se come un BURRITO. CHARO, ¿qué te pasa?

No hay comentarios: