El ángel que burló al nazismo para salvar a cinco mil judíos
Es normal pestañear dos veces al conocer que en mitad de la barbarie
nazi el Estado español –amigo de Hitler- salvó a miles de judíos. Y que
una ley promulgada durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera sirvió
para burlar en Budapest a la vigilancia de las SS y de la policía
húngara, evitando que miles de inocentes fueran deportados a Austwichz.
Parece un sinsentido sacado de un guión cinematográfico, pero la
historia de Ángel Sanz-Briz es tan afortunada o desgraciadamente real
como la época histórica que le tocó vivir. Su sentir humanitario hizo
que consiguiera proteger en los últimos meses de la Segunda Guerra
Mundial a más de 5.300 judíos. Todo ello gracias a una inteligente
estratagema con la que les coló a las autoridades nazis una ley española
no vigente que dotaba de pasaporte español a todos esos ciudadanos
judíos.
El paralelismo que ofrece Sanz-Briz con la historia de Oskar Schindler
es tal que fue llamado “el Schindler español”, como una forma rápida de
explicar la tarea llevada a cabo por este diplomático español. La figura
de Sanz-Briz sigue siendo ciertamente desconocida, mientras que la del
empresario austrohúngaro Schinlder, que salvó a unos 1.200 judíos, ha
pasado por las pantallas de nuestro país decenas de veces, en la
película que Steven Spielberg le dedicó hace ahora 20 años. El español
también cuenta con un film coproducido por Televisión Española y
BoomerangTV, una TV movie no tan mundialmente conocida como La lista de
Schindler ganadora de 7 Oscar. El ángel de Budapest (2011) dirigida por
Luis Oliveros es el nombre que define realmente a Sanz-Briz y no la
–respetable- comparación con el industrial: la aventura vivida por el
español supera con creces el guión de Spielberg.
“En ocasiones como esta, la conciencia te obliga a tomar partido... Lo
sabrás cuando no puedas dormir por las noches”. El embajador de España
le suelta esta reflexión en un diálogo de la película, a un joven
Sanz-Briz de 32 años –interpretado por Francis Lorenzo-, que se queda
con cara de cuadros. En ese momento no entendió lo que estaba por venir.
"Mi padre era una persona absolutamente normal que no estaba preparada
para afrontar estos hechos”, explica El Confidencial su hijo Juan Carlos
Sanz-Briz. Y sin estar preparado, el zaragozano se convertiría más
tarde en un héroe.
Llegó como diplomático a la embajada de Budapest en 1942, en medio del
conflicto mundial. Hungría era Estado aliado de Alemania, pero por una
serie de diferencias el 19 de marzo de 1944 el país fue ocupado por los
nazis y España llamó al embajador para que abandonara la sede.
Sanz-Briz, cuya función era la de encargado de negocios, se encontró al
mando de la embajada. Con los bombardeos asediando, la ciudad comenzó a
volverse peligrosa y el diplomático tuvo que tomar una primera y difícil
decisión: enviar de vuelta a España a su mujer embarazada y a su hija
pequeña.
No se lo creía al principio, pero acabó topándose con la realidad del
destino final de los judíos: las deportaciones masivas hacia los campos
de internamiento y exterminio. Comunicó al ministerio de Asuntos
Exteriores la situación de la que estaba siendo testigo, pero no obtuvo
ninguna orden al respecto. Esa indiferencia del Gobierno español fue,
probablemente, el mayor golpe de suerte que podían recibir las dos mil
familias judías que Sanz-Briz protegió.
A partir de ahí empezó su labor humanitaria. La creatividad agudizada
por la necesidad y el no poder soportar “las injusticias que se estaban
cometiendo”, según explica su hijo, le condujeron hasta una ley
promulgada en 1924, en tiempos de Miguel Primo de Rivera, por la cual
los judíos sefardíes, expulsados en tiempos de los Reyes Católicos,
tenían derecho a pasaporte español. Así se lo vendió a las autoridades
húngaras y nazis. Incluso al propio Adolf Eichmann, teniente coronel de
las SS y enviado especial desde Alemania para dirigir las deportaciones.
Al alemán no le gustó ni un poco esa pretendida defensa de los judíos,
pero la admiración que sentía el militar por España y la mano izquierda
con la que digirió su estrategia el diplomático español, hizo que se
tragara el cuento de una ley que ya no tenía ninguna vigencia en España.
Junto a otros cuatro colaboradores empezó a emitir pasaportes y cartas
de protección. Pero un pasaporte no servía para nada: si caía en manos
de las autoridades nazis bastaba con romperlo. Así que el siguiente paso
fue pasar de la protección de forma a la de hecho: Sanz-Briz alquiló
cerca de una decena de casas que identificó como sede de la embajada
española para meter a todas estas personas. Eran pocas, pero para
empezar no podían ser muchas más. Había que mantener discreción de un
asunto que cobraba cada vez mayor envergadura. Por eso, según explica el
hijo del diplomático, esos “nuevos españoles” vivían hacinados y en
condiciones pésimas. Pero el remedio seguía siendo mejor que la
enfermedad de vivir sin derecho a la propia vida. En aquellas casas, los
judíos contaban con víveres y medicinas, y eran rescatados una y otra
vez si caían detenidos por las autoridades húngaras o nazis.
Solo le permitieron expedir 200 pasaportes, pero se las buscó para
trucar la numeración y hacer que hasta aproximadamente 2.000 familias
tuvieran una carta de protección. Nadie lo comprobó, y gracias a ello
acabó salvando a más de 5.300 judíos. Aunque la guerra estaba perdida,
Hitler tuvo tiempo todavía de exterminar en unos meses a 600.000 judíos
húngaros. Los que sobrevivieron, ayudados por ángeles como Sanz-Briz,
otros como el diplomático sueco Raoul Wallenberg o la embajada del
Vaticano –las tres representaciones colaboraron en su tarea
humanitaria-, fueron liberados al acabar el conflicto.
De hecho, Sanz-Briz salió de Budapest en diciembre, porque ante la
inminente entrada soviética en la ciudad el Gobierno español le ordenó
abandonar la embajada, y el diplomático dejó en manos de su homólogo
sueco todos los papeles y los asuntos de la embajada española.
Murió sin ser reconocido
Mientras, en la España franquista parece que nadie conocía la hazaña que
estaba protagonizando un compatriota. “Esto ocurre en el 44, mi padre
muere en los 80 y su labor no se empieza a reconocer hasta entrados los
90”, cuenta el hijo del diplomático. El ángel de Budapest “se murió sin
saber que era un héroe”, afirma, aunque considera que esto no le
perturbó, “porque lo importante para él era haber salvado a miles de
inocentes”. Es más, apunta que fue una persona que nunca alardeó de su
logro: entre las vivencias del hijo Sanz-Briz, el menor después de
cuatro hermanas, recuerda que su padre hablaba del tema sin tapujos,
pero solo cuando le preguntaban.
Tampoco le permitieron aceptar el único premio recibido en vida. En
1966, Israel le concedió el máximo reconocimiento que otorga el Estado
hebreo, Justo de la Humanidad. El Estado español no le dio el permiso
para ir a recibirlo. No había relaciones diplomáticas con Israel. Era un
momento histórico complicado, con el conflicto árabe-israelí en un
punto de máxima tensión, al borde de la Guerra de los Seis Días y con
España posicionada del lado árabe. Sanz-Briz obtuvo muchos
reconocimientos a título póstumo, pero no vivió siquiera el único del
que tuvo conocimiento.
La vida siguió tras la guerra, protagonizando de nuevo episodios
importantes para la diplomacia española. Tras Budapest, trabajó en la
embajada en Guatemala, Perú, Méjico, Bélgica y fue el primer embajador
de España en la República Popular China. Su última labor, puesto que
murió allí mismo en Roma en 1980, fue como representante de España en la
Santa Sede, siendo testigo del pontificado de nada menos que tres
papas: Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II.
Sus hijos son los que más trabajan por recordar la memoria de Sanz-Briz.
Han tenido la oportunidad, incluso, de reunirse en los 90 con otros
salvadores y salvados de los nazis en un homenaje que la Organización de
las Naciones Unidas hizo a las víctimas del Holocausto. Allí mismo se
encontraron con unos de los húngaros judíos a los que protegió su padre.
Jaime Vandor tenía entonces 11 años, pero se acuerda de todo lo vivido y
de cómo aquel diplomático español resultó ser el ángel de la guarda de
toda su familia: "Le debemos a él no haber sido deportados", dijo
emocionado en un encuentro que la familia de Ángel Sanz-Briz organizó en
Santander en 2011. Se lo deben a él sobre todas las cosas, pero
también, por una incongruencia feliz de la historia, tienen un poquito
que agradecer a sus parientes sefardíes. Y casi hasta a los Reyes
Católicos.
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