20130804

Estudiar y trabajar a la vez, una carrera de obstáculos en España

estudiar, ¿para qué? porque luego las ofertas de trabajo son submileuristas, y los que cobran de verdad (pero bien) ni siquiera tienen el bachillerato..


Estudiar y trabajar a la vez, una carrera de obstáculos en España

“Es duro, porque al final siento que no he tenido una vida de estudiante plena ni tampoco una vida plena de trabajadora”. Fabiola Barranco, de 23 años, acaba de terminar cuarto de Periodismo en la Complutense y, desde primero, compagina la carrera con un empleo. “Me independicé porque quise, pero también por necesidad; tengo que trabajar porque no tengo apoyo familiar”, cuenta. Está empleada en un teatro como administrativa a media jornada, pero los fines de semana hace todo tipo de extras (de acomodadora, por ejemplo) para completar el sueldo y, en época de exámenes se le hace un poco cuesta arriba, cuenta.

Estudiar y trabajar a la vez es, sin duda, una empresa complicada, y en España parece serlo todavía más. Es uno de los países desarrollados en el que menos jóvenes compaginan las dos actividades (es el séptimo por la cola, según los últimos datos de la OCDE, de 2011), con un 4,7% de alumnos de 15 a 29 años, frente al 11% de media. En la edad típica de los estudios universitarios, entre 20 y 24 años, la cifra sube, pero sigue a una distancia muy parecida de la media: 6,8% frente a 13,4%.

¿Por qué en España la cifra es de las más bajas? Gara Rojas, analista de la OCDE, menciona la razón más evidente (en España hay un enorme paro, mayor entre los jóvenes), pero también razones culturales. “No es solo por la crisis [el paro general es del 27% y el juvenil alcanza el 57%], sino que parece que también hay un componente cultural; en otros países es más común trabajar mientras se estudia. Esto se puede deber a que en otros países tanto el mercado laboral como el sistema educativo ayudan a que se compatibilicen ambas actividades”, explica Rojas por correo electrónico.



Más allá de las opciones clásicas de educación a distancia, el resto de oferta universitaria, efectivamente, no parece favorecer mucho la compatibilización de actividades. Además, con la adaptación al espacio europeo de las carreras en España (plan Bolonia) se exige una mayor presencialidad y dedicación. “Como ejemplo, la titulación de grado en economía en un curso completo en primero o segundo supone una carga de trabajo del estudiante de unas 30-40 horas semanales, tanto presenciales como de trabajo autónomo del estudiante”, señala el profesor de Economía de la Autónoma de Madrid Julián Moral.

La reforma universitaria exige mayor presencialidad
El docente recuerda que hay posibilidades para que el estudiante se matricule a tiempo parcial, sin embargo, eso “no reduce el volumen total de créditos de los grados, por lo que la matrícula de menos créditos redunda en un alargamiento de la duración de los estudios, lo que la hace menos atractiva cuando el alumno contempla entre sus planes continuar su formación con estudios de posgrado”.

“España no dispone formalmente, o no se recoge en el Estatuto del Estudiante Universitario (aprobado en 2010), de la figura de estudiante a tiempo parcial, de manera clara y explícita, como sí existe en algunos países europeos. La situación de estudiante a tiempo parcial es más de hecho que de derecho”, añade Margarita Barañano, profesora de Sociología de la Complutense y exvicerrectora de Estudiantes en esa universidad.

“He encontrado más facilidades en el trabajo que en la universidad. En el trabajo me dejan organizarme con el horario. En la facultad he encontrado profesores que lo entienden y te ayudan, pero hay otros que te dicen que si tienes que trabajar es tu problema”, cuenta Fabiola Barranco.

Pero, a pesar de la experiencia de esta joven, en el otro lado, en el de las empresas, las cosas tampoco parecen ser fáciles en general. “La realidad es que en España el que trabaja a tiempo parcial preferiría trabajar a tiempo completo. La última reforma laboral ha convertido el contrato a tiempo parcial en una especie de chicle que la empresa puede estirar o contraer (cambiar horario, incluir horas extra, etcétera) de forma que lo inhabilita como fórmula para conciliar estudios y empleo, salvo que el tiempo de trabajo se limite a días no lectivos (fines de semana, vacaciones…)”, insiste el profesor Moral.

En todo caso, las cifras generales, como siempre, esconden multitud de matices. Si en lugar de tomar el global de jóvenes (como hace la estadística de la OCDE) se toma el total de universitarios (independientemente de su edad), la panorámica cambia; cuanto más mayor es el estudiante, más posibilidades de estar, además, empleado. Así, el 11% trabaja a tiempo parcial y el 12%, a tiempo completo, según una macroencuesta de 2011 dirigida por el profesor de la Universidad de Valencia Antonio Ariño.

Un 23% de alumnos tiene “trabajillos” que no cuentan en la estadística
Pero, además, otro 23% hace “trabajillos” intermitentes y esporádicos que les dejan fuera de la estadística de la OCDE, pero que les quitan, en cualquier caso, tiempo para sus estudios. “Con esta actividad no se logra, ni se puede pretender lograr, la autonomía de quien no depende ya de la familia. De lo que se trata es de un trabajo que ayuda a cubrir los gastos personales de bolsillo y otros, correspondientes, por ejemplo, a la vida cotidiana o a los viajes, pero no al pago de un alquiler o de otros objetos de consumo”, explica Margarita Barañano.

Así, entre los empleos a tiempo parcial y esos trabajillos, muchos alumnos universitarios han ido saliendo adelante dentro de lo que Barañano califica como una especie de “economía mixta, compuesta de ingresos procedentes de distintos conceptos, en general, todos ellos, reducidos, pero que, al final, han sido suficientes para afrontar los gastos de esta etapa formativa, en un contexto además de bajas tasas”, y muchas veces sumados al apoyo familiar y a unas becas cuyo monto suele ser insuficiente. “Su cuantía media en el curso 2011/12 asciende a tan solo 2.300 euros por curso, lo que en términos de aportación a la economía familiar es prácticamente nada”, señala Moral.

Una combinación que con toda probabilidad ha ayudado a la expansión de los titulados universitarios en las últimas décadas y al aumento de la presencia de jóvenes de todas las clases sociales en los campus (aunque aún se mantengan serios problemas de equidad, ya que los hogares más humildes siguen claramente infrarrepresentados).

“Seguramente”, continúa Barañano, “ahora es más difícil conseguir un trabajo a tiempo parcial, los trabajillos intermitentes tendrán peores condiciones y las familias no podrán darles el apoyo que antes les daban. Si además suben las tasas [este año un 16% de media, con picos en algunas comunidades del 50%] y se reducen las becas [al endurecer los requisitos académicos para obtenerlas y mantenerlas], el resultado no puede ser sino el imaginable, y su efecto será también más severo entre quienes tienen una situación económica más frágil, más dependiente de los hilos que pueden ver ahora amputados.

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